Stephano Espinoza presenta su primera muestra individual como pintor y con ella deja un testimonio honesto y actual sobre su intimidad y sobre cómo esta se inserta en el mundo. Conversamos con él para que nos permitiera entenderla desde adentro.
Querer no es fácil. Quererse uno mismo, o al resto, es un acto de fe y valentía que remueve los sesos, las tripas y el alma, obligatoriamente. Exponer los reveses de ese proceso es tremendamente difícil, y es más difícil aún en este mundo de ciudadanías de segunda clase y de banalidad desbordada. En medio de este panorama hace falta gente con coraje, como Stephano Espinoza. Este joven pintor guayaquileño se atrevió a dejarse ver a través de sus lienzos para mostrarnos “Un viaje por el camino agrietado del afecto”.
En su primera muestra individual, Espinoza desborda su visión con una transparencia punzante, materializándola en tonalidades pastel y trazos que remiten a las vanguardias modernistas. Sin embargo, lo hace con un aire juvenil honesto, para mostrarle al público lo que es ser un hombre gay en el Guayaquil contemporáneo, aprendiendo a querer y a quererse a sí mismo, con todo lo que cuesta y todo lo que vale.
Stephano cursó la secundaria en un instituto orientado a las artes donde dio sus primeros pasos, para después enrolarse en la Philadelphia Academy of Fine Arts, la primera universidad de artes de Estados Unidos. Ahí estudió artes visuales durante un año, antes de darse cuenta de que algo no estaba encajando en el proceso. “Me desilusioné full con el arte. Creo que fui a un lugar que era súper tradicional y era como full enfocado en la técnica”, cuenta. “Sentía que había empezado a crear arte no por un tema de técnica. Era más para entender lo que me estaba sucediendo, y se sentía que necesitaba otras herramientas para ello”.
Lo que le estaba sucediendo era su autodescubrimiento como un hombre homosexual migrante, lejos de su país de origen. Para asimilarlo, decidió abandonar su instrucción artística “formal» y se aventuró hacia una carrera de análisis social y cultural en la cual ahondó mucho en temas de estudios de género. “Me metí un poco en temas de activismo, migración, etc. Sentía que tenía que enfocarme más en eso que en mi técnica como artista, por lo menos en ese momento”.
Corte a unos años más tarde. Stephano regresa a Ecuador para hacerse cargo de un proyecto de residencias artísticas que tenía en gestación, y con la voluntad firme de dedicarse a crear su propia obra. “Estando en el lado de la gestión definitivamente me terminé de convencer de que quería volver a la creación. Y ya sentía que tenía las herramientas necesarias, más que saber cómo usar un pincel.”
Su tiempo lejos de la academia de arte le ayudó a enfocarse en sí mismo y en su lugar en el mundo. Trabajando en centros comunitarios y museos, Stephano encontró una manera de descifrar su propio contenido, de “entender su obra desde adentro antes de empezar a producir”. Y por otra parte, regresar a su país le permitió encontrar la estabilidad que necesitaba para dar el siguiente paso y convertir todo ese bagaje en pintura.
Al regresar a pintar, tuvo que reencontrarse con sus propias habilidades y con la necesidad de validarse como artista, a sabiendas de que había abandonado la academia temprano. Cuenta que para ello tuvo que ir reencontrándose consigo mismo mientras pintaba, para poder volver a enfocarse en lo que quería expresar, más que en demostrar sus capacidades técnicas.
Stephano explica que pinta en capas. Escoge primero los colores, “bloquea” sus posiciones y valores en el cuadro y sobre ellos va ubicando a las figuras. Sin embargo, su pintura se vuelve más honesta en la medida en que uno logra pelar esas capas para descubrir a la persona que hay debajo de ellas. Él mismo lo admite y es por eso que en sus últimos cuadros decidió dejar expuesta la primera capa de color, la parte más primal de aquello que está poniendo en la tela. “Eso todavía me cuesta”, confiesa después.
Sus obras son un diálogo constante con la intimidad. Hay mucho que ver en lo que revelan y en lo que esconden, como si las imágenes se expandieran más allá del espacio del lienzo, hacia adentro de quien las pintó y de quien las observa. Ahí donde él se esmera por ocultar cosas, detrás de un trazo muy pulido o de una capa de color muy repasada, también se permite ser sumamente transparente y desnudar su psiquis en imágenes. Así, convierte a la galería en una especie de confesionario.
“Creo que hay algo chévere con la pintura. Es donde de verdad logro ser lo más vulnerable, sabiendo que me engaño a mí mismo”.
Si bien su obra se caracteriza por su carácter profundamente personal, no por ello deja de ser particularmente política. Y es que en la vida de un hombre homosexual, el agrietado camino del afecto está marcado también por las punzadas que la sociedad ejerce sobre él. Al revelar su intimidad el artista muestra la forma en que el mundo a su alrededor, cercano y distante, le devuelve la mirada. Su postura frente a ello es un desafío que se plantea desde la vulnerabilidad, convirtiéndola en fortaleza.
Sus influencias estilísticas vienen de lugares “comunes”, que son subvertidos bajo su pincel. Entre ellas él cita a pintores como Francis Bacon o Paul Gaugin, que nutren a su obra de forma muy visible, tanto en el tratamiento de los colores como en el de las figuras. Esto la dota de un carácter relacionable, puesto que es fácil identificar en ella a estos grandes referentes del arte clásico, que forman parte hasta de la educación artística más incipiente. Y por ende, es un poco más fácil interpretar a las pinturas, incluso cuando no se tiene conocimientos profundos ni actualizados sobre arte moderno.
Sin embargo, esto también revela un elemento muy potente de ellas. En manos de Espinoza esta estética modernista “clásica” es revertida y politizada, alternando sus valores para convertirse en el medio que da voz a una minoría de género. Así la visibiliza desde lo más profundo y más carnal, confrontando lo hegemónico con sus propios códigos. Él identifica a su obra como parte de un movimiento contemporáneo de artistas “revisionistas” que se valen de las estéticas más tradicionales para visibilizar con ellas el sentir de aquellxs a quienes les ha sido negado un lugar en el mundo por su género, orientación sexual o color de piel. “Mi aproximación con esto también es política”, afirma.
Con este hilo conductor, la muestra está conformada principalmente por pinturas en las que predomina la figura humana. Cuerpos masculinos desnudos y frágiles mirándose, tocándose, quebrándose y dialogando con espacios abstractos que parecen una extensión de sus interiores, envueltos en situaciones que son a la vez sugerentes y frontales, destapando una sexualidad marcada por el tabú. No es casual. Stephano confiesa que le debe este rasgo de sus pinturas al hecho de que aprendió sobre su propia gratificación sexual a través de la pornografía. “Era el único lugar donde podía ver a dos hombres teniendo sexo, o algo, ¿no? Entonces creo que eso a nivel psicológico te marca full”.
Por otra parte, dentro de la muestra existen también obras en las que el cuerpo está ausente por completo. En ellas el espacio se convierte a su manera en una metáfora del individuo. Destaca en particular una en la cual se puede ver un balcón del centro de Guayaquil. Stephano cuenta que ese espacio está en un edificio que ha pertenecido por años a su familia y que desde ahí se suicidó un tío al que no llegó a conocer. Años más tarde, una vez que salió del clóset, Stephano se enteró de que su tío era gay.
“Siempre pienso cómo debe haber sido ser un hombre gay en los setenta, ochenta, en Guayaquil. Pienso mucho en eso, pienso mucho en mi realidad”, comenta. Desde ahí, convierte su entorno en un reflejo de sus estados emocionales, y de las ausencias que los han marcado. “Supongo que tiene que ver con mi formación académica. Siempre hablábamos de cómo los espacios que habitamos influyen nuestra conducta. Entonces van a determinar qué es posible hacer o no hacer en ese espacio de acuerdo a lo que está ahí. Pienso mucho en eso”.
“Un viaje por el camino agrietado del afecto” podría entenderse entonces como una invitación al diálogo. Está hecha por alguien abre las puertas de su interior para dejarnos ver lo que lo habita, y cómo él habita en los espacios que le han tocado. Al hacerlo, es desafiantemente sincero y profundamente sensible, consigo mismo y con quienes aceptan recorrer el camino que presentan sus obras. Como todo buen arte, el de Stephano nace de la catarsis y se mantiene vivo gracias a la honestidad. El suyo es un acto de valentía necesario para nuestros días.
La muestra está compuesta por pinturas que Stephano realizó en los dos años y medio que lleva de vuelta en Ecuador, y por otras tres que hizo en Estados Unidos. Pueden verla en la Galería +ARTE hasta el viernes 13 de Septiembre de 2019.