Mientras nuestros hermanos en Manabí y Esmeraldas reconstruyen sus vidas después del terremoto, nosotros recordamos unos cuantos proyectos artísticos que surgieron para ayudarlos a reconstruir también sus espíritus, y que ahora sirven por si la memoria falla y el corazón flaquea.
Cuando cruje bajo la tierra, todo tiembla por encima y parece que las cosas se invierten: las grietas quedan sobre la superficie. El norte de la Costa ecuatoriana sufrió las consecuencias de este proceso cuando la pachamama le descargó encima 7.8 grados de poder telúrico, dejándolo marcado de por vida.
A un año del evento, rescatamos un puñado de proyectos artísticos que surgieron para reconstruir Manabí y Esmeraldas desde la catarsis.
«Por lo material no importa, lo q Duele es la muerte de mi sobrina pero hay q seguir ade…». Del proyecto «Puño y Letra», por Isadora Romero y Misha Vallejo. Cortesía de Isadora Romero.
Puño y Letra
Isadora Romero y Misha Vallejo son una pareja de fotógrafos residentes en Quito. Cuando pasó el terremoto, se sintieron llamados a actuar al igual que el sinnúmero de personas que tendió la primera mano de auxilio a las poblaciones afectadas. No obstante, en medio de su afán por donar cosas y ayudar a cargar provisiones para los damnificados, se dieron cuenta de que debían ayudar desde lo que son: «contadores de historias».
Así, tomaron la decisión impulsiva de agarrar un par de cámaras Polaroid, unos rollos de película y sus maletas, y sumergirse en Manabí. Querían dar otro tipo de alivio: el emocional. Era apremiante la necesidad de agua, víveres, vituallas, pero también era apremiante la necesidad de la gente de recibir algún consuelo, de ser escuchada.
Ellos se propusieron intervenir por ese lado, y hablaron con algunos psicólogos antes de aventurarse a la zona cero. En palabras de Isadora, la intención era responderse: «¿Cómo podríamos escuchar con fotografía, que es lo que finalmente hacemos?».
«Me Hago la fuerte por mi mami, pero me dan ganas de llorar».
Entendieron que para hacerlo, la Polaroid era el medio adecuado. Esas fotos que uno toma sin saber qué va a salir, y que se revelan en más o menos un minuto, reflejaban en sí mucho de lo que había sido el sacudón. «Hay un ingrediente de accidente súper fuerte, que tiene mucho que ver con el terremoto», dice Misha. La tierra tembló durante 52 segundos en que la gente no supo qué iba a ser de su vida ni de su futuro. La cámara Polaroid se demora aproximadamente el mismo tiempo en revelar la imagen del instante que queda inmortalizado en su lente. Así de fugaz todo.
Por otro lado, está la memoria. Las Polaroids se velan con el tiempo, y como los recuerdos, se van haciendo más borrosas. De alguna forma, esto era una analogía de lo que le ha pasado a nuestra memoria.
Sobre estas fotos, instantáneas y frágiles, ellos invitaron a que la gente escribiera sus testimonios del sacudón.
Cuando llegaron a Manabí, temerosos y tímidos, se sorprendieron al encontrarse con que las personas los jalaban a sus casas para relatar lo que vivieron, para ser fotografiadas.
«Escuchábamos 10 o 20 testimonios en un día». Fueron dos veces. La primera vez entrevistaron a 40 personas, recuerda Misha, y solo estuvieron en Manabí. La segunda vez volvieron 4 meses después del terremoto, y entrevistaron a otras 40 personas. Volver fue más duro: «Ya estaban en etapa de reconstrucción, y de todas maneras nos volvimos a encontrar con lo mismo que cuando fuimos antes. No había tanto optimismo», recuerda Isa.
No obstante, la necesidad de escuchar estaba, porque para ellos, cada testimonio contaba. No se podían callar las voces de la gente, tenían que sobreponerse al bramido de la tierra. «Nos dimos cuenta de que es importante tener memoria sobre este tipo de acontecimientos», dice Isadora. «Y una memoria más cercana también», complementa Misha, «que no fueran sólo estadísticas frías». Con cada foto, se reafirmaba en ellos el valor del proyecto: «No pensamos tanto que el arte cambia nada ni soluciona mucho. Pero fue la primera vez que nos dimos cuenta que sí movilizaba cosas importantes».
«grasias a dios estamos con vida Mateo Erick».
Cuando regresaron después del primer viaje, surgió la oportunidad de exponer sus fotos en una muestra pública en el Bulevar de la Avenida Naciones Unidas, en Quito. Esta fue sin duda el momento en que ellos más sintieron reafirmado el valor de su obra, al ver cómo se reactivaban las reacciones de la gente frente al terremoto.
Recientemente ganaron el premio de Fotoperiodismo por la Paz Juan Antonio Serrano con el proyecto, y con este empujón quieren completar el ciclo de las instantáneas. «Es un espaldarazo», dice Misha. Su intención es reunir todas las fotos en un libro que esperan publicar en un año. La idea es que la gente no olvide. Los que no lo vivimos, que no olvidemos ser empáticos. Los que lo vivieron, que no olviden ser optimistas.
La Litografía de Juan Miguel Marín
Juan Miguel Marín es el baterista de Legs, y además es manaba. Portoviejo fue su casa durante la infancia y la adolescencia y ahí tiene echadas sus raíces, aunque se radicó en Estados Unidos hace años para seguir con su carrera de diseñador, artista y músico.
El terremoto le llegó por Whastapp. Fue una noche turbulenta en la que no pudo conciliar el sueño hasta la madrugada, mientras seguían llegando mensajes a su teléfono para contar lo que pasaba.
Amigos y conocidos habían perdido sus casas, sus negocios y sus vidas en el suceso. La catástrofe natural se volvió personal. Él mismo sintió a la tierra temblar en la distancia.
Cuando la tragedia se hace personal. La firma en la litografía de Juan Miguel.
La noticia que más duro le pegó a Juan Miguel fue la partida de un amigo suyo de la secundaria, que se fue junto con su hija de 4 meses y uno de sus hermanos durante la catástrofe. Mientras el dolor de esa familia en Portoviejo se materializaba como suyo, él decidió ponerse a dibujar. «Por primera vez intenté darle una forma predeterminada a los dibujos que hago en esta serie, Bajo la Influencia, que empiezan sin ningún tipo de objetivo final en términos de estética o forma». El terremoto cambió las bases de su propio proceso artístico, haciendo que en vez de dejarse llevar por la influencia de su psiquis, lo hiciera por la de sus emociones.
Así le puso la forma del Ecuador a uno de los dibujos. «Encontré el Manabí geográfico como el punto donde haría una especie de intervención o variación de los dibujos usuales de esta serie, como para denotar el desastre natural». En la litografía, se juntan unas líneas donde estuvo el epicentro, quizás como la energía que llega a responder al clamor de la tierra.
Epicentro.
«Una vez que tuve el dibujo listo escribí a algunas personas tratando de hacer una producción de una litografía legítima, tratando de encontrar alguien que preferiblemente done la impresión». Una imprenta en Canadá respondió su petición y accedió a imprimir 300 litografías, y así Juan Miguel se puso a correr la voz a través de todas sus redes, con la ayuda de su esposa y de sus amigos. Algunos blogs de diseño replicaron la noticia de su trabajo y gracias a los contactos de Catalina, su esposa, hasta Juanes alertó a la gente sobre la litografía y su propósito.
Juan Miguel montó su propia tienda en línea, donde aún pueden comprar la litografía, en TicTail, y con ello comenzó a recaudar fondos. Durante las primeras dos semanas salieron paquetes a muchos rincones de Estados Unidos, Alemania, Chile, España, Ecuador. «Fue grato enviar litografías a lugares en varias partes del mundo», dice Juan Miguel, antes de agregar que los fondos recaudados son para hacer algo personal, algo que pudiera hacer con sus manos, estando presente.
«Esto de la reconstrucción material y espiritual de Manabí va a tomar muchos años». Ahora que lo sabe, dice que busca hacer un taller de arte-terapia en Portoviejo, como una «ceremonia», que involucre a niños primordialmente, para homenajear a su amigo y su hija.
El sacudón electoral que vivió nuestro país recientemente le impidió llevar a cabo la iniciativa en el aniversario del terremoto, como pretendía. No obstante, él le da la vuelta a lo que pudiera ser una realidad triste: «Los años de reconstrucción son largos y son muchos». Por eso él sabe que aún tiene cancha para que su proyecto siga siendo relevante. Espera hacerlo en los próximos tres meses como uno de los aportes que siente necesarios desde sus emociones y desde su oficio.
Otro de sus aportes, que ya fue entregado, es el afiche de 52′‘, documental de Javier Andrade, que está a punto de salir a la luz.
«Vivir del Cuento»
En un bosque de cacaos, metido en Calceta, Manabí, vive un montubio de 80 años. Es Dumas Mora, conocido en toda la provincia por ser el más viejo e importante contador de amorfinos. El día cero, el 16 de Abril del año pasado, la gente del pueblo fue corriendo alarmada a ver cómo estaban él y su esposa Michita. Los encontraron bailando con música a todo volumen afuera de su casa de caña. «Si la tierra tiembla, hay que seguirle el paso», le dijo él a todos.
Dumas y Michita. Tomada del Facebook de «Vivir del Cuento«.
«Vivir del Cuento» es el proyecto artístico interdisciplinario que agrupa la historia de Dumas, junto con la de la Comunidad de Casas Viejas en Calceta. Concebido de la mente de un grupo de cineastas y emprendedores de Quito, surgió con el afán de intervenir con arte en un lugar remoto de nuestro país, sin fatalismo y sin mayores pretensiones.
La idea era mezclar el cine y la animación, con las raíces artísticas de cada lugar, para que se generara una manifestación propia de lo que se vive y se predica en ellos. En el caso de Manabí, fueron los amorfinos. En el caso de Esmeraldas, fue la música.
«Asistentes de Sonido», rodando parte del documental de Vivir del Cuento.
«Vimos que la mayoría de cosas que se hacían del terremoto eran solo miradas externas. Eso se nos hacía un poco raro», dice Olivia Garzón, directora de la parte documental del proyecto. Con esa inquietud en mente, se juntó a su gente para concebir este proyecto desde el arte, como una herramienta que pudiera cambiar esa realidad, sin clichés y sin imposiciones.
La idea era juntar dos lenguajes que no se conocían mucho para contar una historia en conjunto, darle chance a la gente afectada por el terremoto, de decirle al mundo quiénes son, a su manera. «No queremos decir: ‘esto es así’, sino: ‘mira algo que sale de ahí».
Vivir del Cuento se levantó con la ayuda de un fondo concursable de la Comisión Fullbright en el Ecuador y la Embajada Americana, para impulsar algún proyecto de índole social relacionado con la comunicación.
Olivia cuenta que en un inicio, esto era solo una idea personal para hacerse en pequeña escala junto con su amiga Bernarda Cornejo. Estaba por un lado su amor por el cine, y por otro su afición «por lo que mueve el cine», y por eso tenían ganas de hacer algo en la comunidad. Ahí se les juntó Felipe Lemari, para impulsar sus ideas hacia algo grande. Él es economista, vive lejos del mundo del cine, pero puso el fondo en su radar y con ello se lanzaron a concursar, y ganaron.
Taller de Stop Motion en proceso. Comunidad de Casas Viejas, Manabí-Ecuador.
La mitad del Cuento ya fue escrita. Viajaron durante dos semanas a la Comunidad de Casas Viejas para filmar la historia de Dumas y para intervenir en la escuelita del pueblo haciendo talleres de animación y cine con los niños. El producto final estaría compuesto por un corto en stop-motion, escrito a partir de un amorfino, hecho por los pelados del lugar. Por otro lado, el corto de Dumas y Michita, que viven de su amor incesante y de los amorfinos que salen de la imaginación de él, como fuente de inspiración para el proyecto.
El equipo de personas que se sumó a Olivia y Bernarda para completar esta primera parte del proyecto y lanzarse a la segunda está compuesto por: Juan Suárez como guionista del documental, Miguel Cármenes como director de fotografía y Paula Jácome como encargada del stop-motion.
La otra mitad del cuento está por ser escrita. Para ello, el equipo llegará a una comunidad parecida a Casas Viejas, en Esmeraldas, para intervenir con el cine en su escuelita y crear un corto animado a partir de una canción.
El bagaje cultural de ese lugar está dado por el son de la marimba, y el representante análogo de Dumas en ese caso, es Rosa Wila. Olivia dice que para completar esta parte del proyecto quieren lanzar una campaña de crowdfunding y aplicar a más fondos que les permitan desarrollar todo durante un año. Al final buscarán abrir una plataforma web para exponer todos los cortos y capítulos del documental que broten de la imaginación de los manabas y esmeraldeños que contacten.
Dumas Mora.
Ahí está la vuelta de todo el asunto. La litografía de Juan Miguel, las Polaroids de Isadora y Misha, y los cuentos que Olivia rescata con sus gente son voces que se alzan un año después de que la tierra se meciera para mantener latente ese «algo que decir». Porque la vida no para, y el arte ayuda a seguir caminando, a entender que «si la tierra tiembla, hay que seguirle el paso».
