Mata a tu «pequeño» tiburón interno

por Martín González

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El cine podría ser considerado una especie de puesta en escena de conflictos. Si no hay dos fuerzas que colisionen entre sí, no hay nada que mueva a los personajes hacia la culminación de la historia. Cuando un conflicto se le presenta a un personaje, la respuesta es simple: hay que enfrentarlo para seguir en el viaje. Pero la simplicidad es una cuestión difícil. Tomando en cuenta que no hace mucho se celebraron cuarenta años del estreno de «Jaws» (1975), el primer blockbuster del cine moderno, vale la pena tomar algunas referencias de su trama para ilustrar el punto.

Un tiburón aparece en las playas de un pueblo donde nunca pasa nada, devorando a las personas y provocando una serie de problemas que podrían llevar a que el lugar se consuma en el caos. ¿Qué hay que hacer para que las cosas retornen a su estado natural? Matar a la bestia, así de sencillo. Pero es en ese punto cuando empiezan las complicaciones. El jefe de policía le teme al agua, el alcalde prefiere arriesgar la vida de la gente antes que arriesgar los ingresos que traen los turistas en el verano; los vecinos no saben cómo responder ante el peligro, porque nunca se han visto amenazados por nada. No obstante, todos saben que el único modo de recuperar la calma o de superar al terror, es enfrentándolo, y es así como se hacen al mar para matar al tiburón.

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La vida es así. Todo puede resumirse en una sucesión continua de conflictos para quienes persiguen algo o buscan conservar algo. Si aparece un elemento que irrumpe en nuestro estado natural, hay que enfrentarlo. Muy simple. Si no, pregúntenle a Steven Spielberg, quien para el estreno de la película tenía 27 años y era un director joven buscando abrirse camino en el mundo del cine. En ese momento, Universal Studios compra los derechos del best-seller de la época, “Jaws” (escrito por Peter Benchley), en busca de concebir un éxito de taquilla con la viada del libro. Su decisión fue poner al joven Spielberg al frente de la operación para adaptar la obra a la pantalla.

Entonces aparecen los conflictos para él. A sus 27 años, con una reputación débil de por medio, se ve a cargo de un proyecto que busca revolucionar las salas, con un grupo de ejecutivos de alto calibre respirándole en la nuca. Su carrera de repente está en un punto climático, y tal como en las películas, haciendo honor a la simplicidad para que la historia avance, debe responder ante el conflicto. Es así como se embarca en el proyecto, comandando uno de los rodajes más difíciles de la historia.

Afiche

“Tiburón” fue una bestia feroz, dentro y fuera de la pantalla, de inicio a fin. Todo por causa de las ideas simples, (maldita sea la simplicidad): para que una película acerca de un tiburón se vea creíble, habría que filmarla en el mar. Para que el tiburón se vea creíble sin ser “real en sí”, habría que fabricar uno. El resultado de la primera decisión fue una odisea contra la marea y el viento. Si encuadrar un plano en tierra firme toma horas, imaginen lo que debe costar hacer lo mismo a merced de las olas, con todo el equipo repartido entre un puñado de barcos que debía luchar por mantenerse anclado en un solo lugar mientras rodaba la cámara. Súmense a esto las escasas horas de luz que quedaban al día para filmar y los accidentes que estuvieron a punto de pagarse con ahogamientos. Sin embargo, el resultado fue un conjunto de planos magníficos, que logra transmitir el poder abrumador del mar sobre los protagonistas.

Dejando de lado al agua y su intemperancia, todavía quedaba por resolver el asunto del tiburón. Nace Bruce (nombrado en honor al abogado de Spielberg), un enorme pez robótico de 250 mil dólares que pasó más tiempo en reparación que en el set, y que debió reencarnar tres veces para poder completar su actuación. ¿Qué se hace cuando el antagonista, alrededor de quien gira todo el argumento, no está en condición de aparecer? El director se pregunta: ¿qué haría Hitchcock?

Steven Spielberg recurrió a las técnicas del gran maestro y cayó en cuenta de que lo que más miedo produce en el hombre, no es aquello que puede ver, si no lo oculto. “Bruce” aparece en pantalla a partir de la segunda mitad de la película, y de forma relativamente escasa para una historia que está bautizada en honor a su especie. Por lo mismo, es aún más inevitable morderse las uñas o sentir un vacío helado en el pecho al ver a una joven bonita y a un niño inocente ser devorados en el agua, sin ver qué es lo que los devora. Estos son sólo algunos de los obstáculos que Spielberg debió sortear. Pero también son los que dieron como resultado ciertos elementos por los que se recuerda a esta película como un punto de quiebre en las formas de concebir al cine. Al final, a pesar de tener al dinero, al tiempo, a la locación y a la estrella de la película en su contra, Spielberg perduró para convertirse en uno de los directores más respetables de la historia.

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El Jefe Brody debió confrontar su miedo al agua para poder restaurar la paz y cumplir con su deber. Steven Spielberg debió confrontar a la industria y a su reputación para poder sacar adelante su película y su carrera. He ahí un personaje ficticio y otro real que ante el conflicto debieron responder para no hundirse. Ambos debieron matar a su “pequeño” tiburón interno. Ahí está parte de la magia del cine: Se parece mucho a la vida y por eso nos inspira tanto. Así de simple.

Bibliografía:
http://mentalfloss.com/article/31105/how-steven-spielbergs-malfunctioning-sharks-transformed-movie-business

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1 comentario

minecraft 25 febrero, 2017 - 4:18 AM

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