Conversamos con el artista guayaquileño Stephano Espinoza sobre su última exposición, “Las piernas me tiemblan de alegría”. Tienes hasta el primero de mayo para visitar esta potente muestra sobre la sexualidad y la memoria.
“Las piernas me tiemblan de alegría” es la última muestra del artista guayaquileño Stephano Espinoza y estará disponible hasta el primero de mayo en la plataforma cultural MediaAgua (en La Floresta). En esta muestra de pintura al óleo sobre lienzo, Stephano retrata las matices transitorias de la memoria, las marcas invisibles de las relaciones interpersonales y las lógicas del “vivir y recordar marica”.
La muestra, curada por Juan Felipe Paredes, está compuesta por nueve pinturas, divididas de la siguiente manera: dos trípticos, un díptico y una solitaria. Cada uno de estos subgrupos, se encuentra ubicado en una habitación distinta de MediaAgua. Para quienes conocen el lugar, sabrán que este espacio cultural es el resultado de adaptar una antigua casa de La Floresta al servicio de las letras y la pintura, y de paso —por qué no—, funciona como restaurante.
Los espíritus son los protagonistas en esta muestra, lo cual se percibe no sólo en la materialización de estos personajes “sobrenaturales”, sino también en los títulos de las obras. “¿Puede un espíritu ser ciudad?”, “Can a spirit cook lasagna?”, “¿Puede un espíritu construir un hogar?”, son algunas de las preguntas que se hace Stephano, a través de los nombres de sus pinturas.
Pero los espíritus no representan seres varados en el limbo espiritual o almas en pena. Por el contrario, son el retrato de seres vivientes que han atravesado la vida del artista. Huellas imborrables de la memoria sentimental.
No está de más mencionar que Stephano no es sólo pintor, también se lo puede nombrar como activista y gestor cultural, por la labor que desempeña como colaborador de la plataforma de activismo Lgbtiq+ y feminista, Guayaqueer. Algo que nos recuerda que su obra está inevitablemente ligada al “imaginario marica” y funciona como testigo de un sentir y ser disidente.
A continuación, una conversación con el artista, en la cual se profundiza sobre su última muestra:
Juan Sebastián Jaramillo: Para quienes no te conocen o no conocen tu obra, ¿podrías contarnos un poco sobre ti, tus intereses y tu trabajo?
Stephano Espinoza: Tengo muchos intereses. Algunos son más una necesidad. No puedo tener una práctica en mi taller alejada del mundo y crear en mi burbuja. Necesito estar conectado con otras personas, consciente de lo que está pasando en el mundo del arte, involucrado.
No voy a decir que hago activismo puro y duro, porque muchas veces no se hace nada bien. No quiero reclamar el nombre de activista o gestor cultural. Hago un poco de activismo, hago un poco de militancia y gestión, pero lo mío es la pintura y ese es mi lugar de enunciación. El resto es una necesidad, de involucrarme en lo que está pasando con la comunidad LGBT aquí.
En EE.UU no hacía nada de temas de género o muy poco. Más trabajaban temas de migración, de estudiantes indocumentados o personas indocumentadas en general. El tema de género no me atravesaba necesariamente ni lo veía como una necesidad de abordarlo. Eso fue algo que vino con mi experiencia de regresar a Ecuador y sentir el cómo es ser marica en Latinoamérica todavía.
Cuando me fui a los 12 no era abiertamente gay, pero había experimentado esas microagresiones en la escuela, la familia, en la iglesia… Pero es cuando regreso como adulto a Ecuador, a partir de mi experiencia como marica en Guayaquil, veo esta necesidad y la empiezo a reflexionar por medio de mi pintura.
JSJ: ¿Qué nos podrías contar sobre este nombre que has elegido: LPMTDA?
SE: Sale a partir de un ejercicio de escritura que hago cuando, pintando, estoy estancado o necesito desarrollar un poco más las ideas en un cuadro. No soy escritor, sino que escupo ideas. Empiezo con una idea vaga, específica, y se va concretando, con el tiempo, mientras voy pintando y escribiendo.
Una de esas la escribí, justamente, sobre uno de los cuadros, el que abre la muestra: “Puede un espíritu ser ciudad?”. Es como una escena de sexo entre dos hombres, o dos personas, y el cuerpo que está encima está combinándose con la ciudad. Es un poco confuso y borroso: ¿dónde empieza la ciudad y esta persona? Pensaba la ciudad como un cuerpo que nos afecta. Nos afectamos entre personas. También pensaba en las políticas públicas de Guayaquil, que han llevado a la creación de este espacio hostil a las disidencias sexuales, a las mujeres, a las personas racializadas.
En ese ejercicio de escritura estaba describiendo esa euforia sientes luego de tener sexo y, entonces, te tiemblan las piernas y las manos. Dije: “las piernas me tiemblan de alegría”. De ahí salió. Y Juan Felipe (Paredes), revisando los textos, dijo que ese podría ser un buen nombre. Él fue rescatando las cosas. Hubo un proceso de edición y de traducción, también, porque los textos los escribí en inglés. Tradujimos viendo lo que quedaba bien, dependiendo de en qué lenguaje funcionara mejor.
JSJ: ¿Querías que toda la muestra gire en torno a la sexualidad?
SE: Una gran parte. Creo que la sexualidad permea, invade diferentes espacios y aspectos de nuestra vida. Definitivamente, es algo bastante fuerte en mi obra. Esos espacios de intimidad, que compartimos con otras personas, se reproducen en ella. Son espacios en los que se reflejan cosas que estaban guardadas desde nuestra infancia, como las relaciones con nuestros familiares. Lo veo como un espacio de reflexión.
En la pintura hago ese ejercicio de memoria. De recordar qué es lo que está pasando o desmenuzar esas experiencias. Hay cosas que se olvidan, la memoria es sumamente frágil, dependiendo de lo que, en nuestras vidas, sea más significativo o no. El cuerpo es, entonces, ese espacio que nos permite acceder a nuestras memorias, que tal vez no son tan conscientes y que sin embargo contienen conocimientos valiosos.
JSJ: Hay otro punto en común en todos los cuadros, más allá de los espíritus o los escenarios que planteas, y es el nombre. Casi todos los cuadros tienen en común esta pregunta: “¿Puede un espíritu … ?”. ¿De dónde vienen estos nombres, estas preguntas? ¿Qué respuestas obtuviste?
SE: Los nombres también salieron a partir de estos ejercicios de reflexión. Me parece que la primera vez que me plantee una de esas preguntas fue mientras escribía. En lo que pensaba era que estaba dedicando mucho tiempo a tres pinturas, que me tomaron meses, pensando en una persona que ya no está en mi vida pero dejó algo. Pensaba en su espíritu, en su esencia.
Pensé en varias palabras: espíritu, espectro, fantasma, y espíritu fue lo que más se aproximaba a la idea. También veía mis pinturas y escuchaba lo que la gente decía: que parecían fantasmas, o estos cuerpos que se diluyen y sobre los que uno no está seguro de si es hombre, mujer, o persona no binaria. Esa idea del espíritu me ayudó bastante a pensar los cuadros.
Respecto a las preguntas, creo que mis cuadros son pinturas que me planteo a mí mismo. Casi nunca tengo respuesta (risas). De cierta forma, eran estos cuestionamientos que me planteo sobre mis relaciones personales. Son preguntas abiertas.
JSJ: Hay distintos escenarios. Digamos que se crean subseries dentro de esta muestra. Hay tres subgrupos bien marcados…
SE: Todo esto lo empiezo haciendo bocetos de una situación en específico o algo que me esté dando muchas vueltas en la cabeza. Y uso estos cuerpos para hacer composiciones. Pienso en una emoción como la obsesión y en cómo se ilustra, entre dos cuerpos, está relación obsesiva: ¿cuál es el cuerpo que siente obsesión? ¿Cómo siente el otro cuerpo?
Muchas veces tengo diferentes opciones para graficar ese sentimiento. Eso me ayuda a no tratar de encajar todo en el mismo espacio, sino dividirlo. Tres es un número que se repite bastante. Pero hay un díptico, y ese iba a ser de tres, pero fue un tríptico fallido (risas). Es algo que me ayuda a ver las diferentes caras de un tema específico, o una relación específica, pero creo que también es esto de contar historias a través de las pinturas. Pinturas que contienen alegorías o narrativas, y verlas en secuencia es parte de contar una historia: dividirla en diferentes escenarios. No hay un orden específico, pero sí hay una narrativa, una secuencia.
JSJ: Es una muestra que va hacia la memoria, específicamente en temas de relaciones…
SE: Son memorias ficcionalizadas, basadas en la realidad. No podría decir que son hechos reales, sino mi forma de fantasear sobre las relaciones, o cómo yo experimenté alguna interacción, o cómo yo percibía a una persona. Por esta fragilidad de la memoria, luego empiezas a crear una ficción a partir de esto.
JSJ: Cuéntame un poco de por qué las presentas de esta manera, en este soporte, con el lienzo colgante, sin el marco….
Empezó por algo práctico. Cuando vivía en NY y trabajaba y me mudaba todo el tiempo, no tenía espacio para almacenar nada. Pensé que tenía que pintar en este lienzo sin marco y que tenía que enrollarlo y llevarlo. Luego, algo hizo click ahí. Me dije que eso funcionaba: estos cuerpos que están moviéndose, diluyéndose, funcionan mucho mejor con esta flexibilidad del material, de algo que no está fijo. También es una parte mía, soy una persona que se mueve mucho y se ha mudado demasiadas veces en su vida. Sé que siempre voy a estar en tránsito.
Así que el hecho de que las pinturas estén solamente en el lienzo es mucho más fácil. Si las tengo que vender a alguien o mudarme a un lugar, sólo las enrollo y me las llevo. Pero, aparte de eso, el efecto que crea el lienzo suelto es el de un cuerpo frágil, fácil de arrancar y que se mueve con el viento si alguien abre o cierra la puerta. El medio en que las pinturas se muestran, creo, tiene un diálogo interesante con los cuerpos y las narrativas que suceden dentro de los cuadros.
JSJ: En cuanto a la cromática, me llama la atención el rojo intenso del díptico, el “jardín marica”, que tiene un montón de contrastes y degradés, y luego viene el primer tríptico, el de “Puede un espíritu hacerme compañía?”, y los otros dos, donde es más tosco el color, ese negro imponiéndose en el fondo y, en el último, una paleta más armoniosa, a mi parecer, más pastel…
SE: Varía un poco la elección. A veces estoy interesado en experimentar una paleta como la del postimpresionismo, una paleta como la de Cezanne, o como la de Gauguin, que tienen estos colores pasteles, vibrantes. Fueron algunas de mis pinturas favoritas cuando estaba estudiando historia del arte y se me quedaron.
Francis Bacon es otro pintor que me encanta y tiene estas puestas con un negro muy agresivo. La mía es una influencia muy de Bacon y los cuadros impresionistas, pero, de forma más inconsciente, cuando la gente ve los cuadros, de “Puede un espíritu hacerme compañía?” y el resto, lo que está sucediendo ahí se siente mucho más intenso. Estas pinturas proceden de cuando me quedé en Quito, en la casa de mi pareja de ese tiempo, cuando fue el paro, y todavía no era algo serio pero fue un encierro obligado. Al momento de explorar esos instantes, esa es la paleta de color con que mejor puedo expresar que se sintió eso.
A la par están las pinturas con pasteles, más armoniosas, que no están basadas en una experiencia específica. Ahí estaba pensando de forma abstracta en lo que significa construir con una persona, que no es un ejercicio que hago a menudo. Por lo general me obsesiono más con lo fallido de lo amoroso, las relaciones que no funcionan. Así terminé usando una paleta más armoniosa y fácil de digerir.
JSJ: A mi modo de ver, eso le da una carga, pensando en los espíritus. Por ejemplo, al de los tonos negros le da una carga negativa, de dolor e incomodidad. Los pasteles, en cambio, son más alegres, suaves, pacíficos. ¿Dirías que tiene esta carga del espíritu bueno o malo?
SE: Es algo que Felipe también notó. Dijo: “piensas en extremos, en estos blancos y negros, bien y mal”. La última vez te comentaba que mis pinturas están conectadas con mis sesiones, con mis psicólogos —porque he tenido muchos—. Esto es como parte de la mente ansiosa, que quiere ver las cosas en blanco y negro, quiere ver el bien y el mal. Eso es lo que muchas veces nos atormenta.
Por eso, en los cuadros, se ven estos colores, o dos cuerpos: uno es bueno y otro malo, o armonioso y violento. Sirven como reflexión de estos binarismos, que tengo y que muchos tenemos en nuestras mentes, que por medio de mi práctica con los psicólogos he ido entendiendo y deshaciendo.
JSJ: Hay esto de crear arte como terapia o deshago. ¿Dirías que tu muestra va hacia eso: sacar lo de adentro, deconstruirlo y ponerlo en una pintura?
SE: No me gusta mucho esa idea. Suena como romántica, como cliché sobre el arte, como al artista torturado. Pero creo que las personas que le dedicamos tiempo y un esfuerzo casi obsesivo a estos cuadros y a pensar estas cosas sí tenemos cosas irresueltas, que tenemos todos, pero estamos dispuestos a ahondar en esto. Y no diría que es esta muestra en específico, sino que desde que empecé a pintar fue una necesidad, de pensar, ver y reflexionar.
Tengo una memoria súper mala y este ejercicio me ayuda a recordar cosas de las que, si no me tomara este tiempo para pensar, para reflexionar, no sería consciente.
JSJ: Desde mi punto de vista, exponer en MediaAgua debe ser distinto: no sólo es una galería, no sólo es un cubo blanco, puedes ver a alguien almorzando frente a tu pintura. ¿Cómo te sientes con exponer en un lugar alternativo al circuito tradicional del arte?
SE: Usualmente tiendo a trabajar con mujeres, o con maricas, y Romina, que es quien maneja el espacio, es alguien cuyo trabajo ya conocía. No había tenido la ocasión de trabajar con ella y lo vi como una oportunidad. Ella es de Guayaquil y eso me gustaba. Estudió historia del arte en el ITAE y después se enfocó en investigaciones y en curadurías.
Siempre había pensado en hacer una muestra en una casa, porque tiene un diálogo fuerte con mi obra: el espacio íntimo, las cosas que suceden en el espacio privado, a puertas cerradas. Por eso le pregunté a Romina y hubo la oportunidad de hacerlo.
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Sí tengo un reparo respecto a exponer una obra en un lugar donde la gente está comiendo y moviéndose y no se le da la importancia al cuadro. Por eso no había expuesto en un espacio así. Pero en este, y confiando en la visión de Romina, dije que me iba a arriesgar a hacerlo.
Creo que es una oportunidad para que la audiencia de Romina, que va también por el tema de literatura, por la editorial que está ahí, vaya. Va, igualmente, gente que sólo puede comer con su familia, que representa este encuentro inesperado. Quizá no esperaban ver pinturas maricas cuando estaban comiendo la comida. Eso también es chévere.