Con su título simbólico y su trama histórica, la película Judas y el Mesías Negro reflexiona sobre el racismo. Un problema que permanece en nuestra sociedad y que debemos seguir abordando abordando. Aquí va nuestro análisis.
Una de las películas con más acogida en los últimos premios Oscar (2021) fue Judas y el Mesías Negro. Este largometraje, basado en hechos reales, estuvo nominado en seis categorías, aunque ganó sólo en una. Pero más allá de los galardones y el reconocimiento de la industria, esta película deja varias enseñanzas sobre el sistema capitalista racializado, policial y quebrado de EE.UU de los años 60 y cómo sigue vigente hoy en día.
El filme dirigido, producido y co-escrito por Shaka King estuvo nominado a mejor película, mejor fotografía, mejor guión original, mejor canción original. Y también lo estuvo a mejor actor de reparto. Lo cual produjo una gran polémica.
En esta última categoría, precisamente, el premio fue para actor Daniel Kaluuya, quien en el filme interpreta a Fred Hampton, exlíder del Partido Pantera Negra (PPN), de Estados Unidos.
La polémica apareció cuando Lakeith Stanfield, que dio vida a William O’Neal, fue también nominado a la misma categoría. Pese a haber interpretado el personaje principal, e incluso, haber sido inscrito para esta categoría.
La trama de la película narra cómo un ciudadano afroamericano de Chicago, William O’Neal, se ve obligado a infiltrarse en el Partido Pantera Negra, con el fin de levantar los cargos en su contra por haber robado un automóvil. Esta movida es orquestada por el FBI y termina con la ejecución de Fred Hampton y otros miembros del partido, gracias a la información filtrada por O’Neal.
Dejando de lado las siempre polémicas nominaciones y actuaciones de la Academia del Cine estadounidense, veamos qué enseñanzas nos deja este film sobre la traición, el racismo, los aparatos represivos del Estado y el capitalismo. Valga la redundancia.
La traición de Judas
Desde su título, esta película ya está nombrando indirectamente el acto como una traición. Y no cualquier traición. Al nombrar un mesías y un Judas, está hablando indirectamente de un salvador y una traición de carácter supremo: una que implica la muerte del salvador.
O’Neal, según se cuenta en el filme, logró acomodarse en la argolla de confianza del presidente del PPN en Chicago, obteniendo acceso a información privilegiada, que serviría para que el FBI finalmente termine con la vida del segundo.
A lo largo de la película, y gracias a la excelente actuación de Lakeith Stanfeild, podemos observar a un personaje con remordimientos y angustias. Las cuales, la mayoría de veces, son expresadas a través de sus gestos faciales, más que por las palabras.
Gracias a esta actuación podemos intuir que quien pasó de ser un recluta nuevo del PPN se ve gradualmente convencido de la retórica contestataria y revolucionaria emitida por Hampton, quien es un gran orador y un líder visionario. Sin embargo, al fin de cuentas, esto no es suficiente para evitar que O’Neal traicione a Hampton y el resto de Panteras Negras.
Entre las propuestas de Hampton se incluía el desayuno infantil como un primer paso en el camino de la liberación de su gente. Posteriormente la salud y educación gratuitas y de calidad. A pesar de que estos son considerados derechos fundamentales hoy en día —al menos en la teoría—, para la década de los 60s en EE.UU las ideas de Hampton eran vistas como un discurso extremista y de carácter socialista.
O’Neal logra observar de cerca cómo opera el movimiento PPN y cómo este, más que un movimiento armado antipolicial, es también una organización social que brinda beneficios a los ciudadanos afroamericanos. Como educación y el ya mencionado desayuno infantil para niños y jóvenes afroamericanos en situación de pobreza.
Quizás por este motivo es que O’Neal, en la vida real, se termina suicidando el día que se publica la segunda parte del documental Eyes on the prize, donde él mismo explica la razón de sus actos de traición.
Si bien la traición casi siempre es moralmente vista como algo negativo, indeseable e imperdonable, en este caso específico cabe preguntarse qué tan condenable es la traición ejercida por O’Neal hacia Hapton.
Y es que, más que un acto individual, aquí estamos hablando de una traición planeada y ejecutada desde los más altos cargos del Estado policial estadounidense. En el filme podemos observar cómo el mismo J. Edgar Hoover, fundador y entonces director del FBI, ejerce presión sobre el agente Roy Mitchell para que “utilice mejor” a su soplón, O’Neal.
Finalmente, el mismo Hoover es quien ordena la ejecución de Hampton, después de —injusta— decisión de la Corte Suprema de encarcelarlo. Y es que, según Hoover, esto podría provocar que Hampton se convierta en un mártir o símbolo del movimiento pro-derechos civiles impulsado por las Panteras Negras.
No debería sorprendernos que un ciudadano, al verse obligado a elegir entre la cárcel y su libertad más una cantidad importante de dinero, termine optando por la traición. O’Neal es el individuo que toma estas decisiones en la cinta. Pero O’Neal pudo haber sido cualquier otro ciudadano afroamericano obligado por la circunstancias.
No es noticia que los ciudadanos afroamericanos sean ciudadanos que nazcan marginalizados y racializados. El acceso a educación, alimentación, vivienda y empleo digno son un privilegio que tiene color de piel. Y no sólo en EE.UU. Crecer al margen de la sociedad, en situaciones de pobreza y precariedad, empuja a cualquier ser humano a la delincuencia como forma de supervivencia.
Entonces, ¿dónde realmente está la traición? ¿Está en un ciudadano que tiene que elegir entre su libertad y la traición a un líder político? ¿O está en un Estado que ha fallado —o no ha querido— en garantizar de derechos y libertades a un grupo social racializado, heredero de la esclavitud y el racismo?
Resulta cínico que este mismo Estado haya centrado sus recursos y esfuerzos en criminalizar la protesta social y la organización colectiva de los grupos afroamericanos, en vez de atender sus necesidades y romper con las estructuras que los sumen en las situaciones de vulnerabilidad y precariedad.
Racismo y cine
Considero que, más importante que analizar a fondo la trama de este largometraje, es necesario reconocer el contexto político/cultural mundial en que esta producción apareció. En los últimos años algunos de los movimientos sociales en EE.UU, bajo el nombre de Black Lives Matter, han apuntado hacia enfrentar el Estado policial y racializado, que sigue vigente hoy en día.
Quizás el ejemplo más claro de esto es la ola de descontento y protesta que generó el injusto asesinato de Gerge Floyd, en mayo de 2020, a manos de un policía blanco en Minnesota. Si bien este fue el último gran escándalo, no se trata de un caso aislado, ni mucho menos del último.
Sin embargo, en los últimos años han sido varias las producciones que tratan las problemáticas raciales y han alcanzado reconocimientos por parte de la Academia. Con todo el alcance mediático que esto conlleva.
Sólo en esta última edición de los premios Oscar, podemos mencionar algunas, además de la aquí reseñada. Está, por ejemplo, la polémica —por tener serios cuestionamientos de plagio—Two Distant Strangers, ganadora a mejor cortometraje de acción en vivo. Esta pieza narra cómo un joven afroamericano vive una y otra vez el mismo día en que un policía lo asesina brutal e injustamente. El cortometraje está basado en el asesinato de Floyd.
También podemos mencionar a La Madre del Blues, que narra la historia de Ma Rainey, una cantante de blues y su banda al momento de participar de una acalorada sesión de grabación en un estudio de música de Chicago. Protagonizada por Viola Davis y el fallecido Chadwick Boseman, la película estuvo nominada a cinco premios Óscar, incluyendo mejor actriz y mejor actor principales. Finalmente se hizo con dos: mejor diseño de vestuario y mejor maquillaje y peluquería.
También podríamos mencionar los premios de la Academia de 2019. En esta ocasión, el largometraje Green Book, que narra el viaje del compositor afroamericano Don Shirley hacia los racistas estados del sur estadounidense en los 60, estuvo nominada a cinco premios. Se llevó finalmente los de mejor película, mejor actor de reparto (Mahershala Ali) y mejor guión original.
En esa misma edición, BlacKkKlansman, del director y guionista Spike Lee, estuvo nominada a seis premios, aunque al final se llevó solamente el de mejor guión adaptado. Algo similar ocurrió con Si La Colonia Hablara, dirigida por Barry Jenkins, que estuvo nominada a tres premios y finalmente se llevó el de mejor actriz de reparto para Regina King.
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El mismo Barry Jenkins, en 2017, estuvo cerca de ganar el premio a mejor director por su película Moonlight, la cual narra la historia de un hombre homosexual y afroamericano que crece en los suburbios marginalizados de Miami. Esta cinta estuvo nominada en ocho categorías, pero finalmente se llevó tres: mejor película, mejor guión adaptado y mejor actor de reparto. Mahersahala Alí ganó también este último galardón.
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El racismo es un problema que forma parte de la sociedad desde quién sabe cuándo. Al igual que la misoginia y la homofobia, conlleva discriminación y violencia, y viene atado a la cultura y su herencia hace muchas generaciones. Si bien puede y debe ser afrontado desde las políticas públicas de cada nación, al ser también un asunto de índole cultural, no está de más enfrentarlo desde la industria cultural y su poder para moldear el imaginario colectivo.
Por este motivo cabe celebrar que películas como Judas y el Mesías Negro, o las mencionadas anteriormente, asomen para brindarnos una mirada crítica e histórica de cómo están conformadas nuestras sociedades. De cuáles son sus problemas estructurales y cómo se los ha intentado enfrentar con o sin éxito. Digo nuestras porque aunque, como latinxs, no somos parte de la sociedad estadounidense, estamos lejos de decir que no tenemos problemas de racismo estructuralizado.