Cosas que escuché decir de «Sin Muertos No Hay Carnaval»

por Martín González

*Alerta de spoiler

Sebastián Cordero es una marca en el Ecuador, le guste a quien le guste, le duela a quien le duela. Es el único director de cine de nuestro país que ha logrado vivir de sus películas en alguna medida. Recientemente estrenó su sexta cinta: «Sin Muertos No Hay Carnaval», y con ella estrenó al mismo tiempo una oleada de comentarios de todo tipo y de muchos bandos, causando reacciones diversas entre el público.

El día que yo fui a verla al cine me topé con una sala casi llena. No hablo del Ocho y Medio o de Flacso Cine -bastiones alternativos del séptimo arte en la ciudad-. Hablo del Supercines, una sala inmensa donde la gente acostumbra ver superhéroes amortiguando los diálogos con el sonido de los nachos quebrándose en su boca.

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Mi intención no es aburrirlos con mis opiniones pomposas sobre lo que «creo que debió hacerse». Por el contrario, si la sala estaba casi llena (y eso aún se considera novedoso) y aun semanas después de haber ido al cine a ver la película sigo escuchando comentarios sobre ella, vengo a desmenuzar el vox pópuli. Aquí no hay bueno ni malo, negro ni blanco. Lo cierto es que…

Escuché que en «Sin Muertos No Hay Carnaval»:

«La fotografía es lo que más destaca de la película»

Personalmente, discrepo con esta afirmación. Como ñoño del cine, me vi toda la serie del making-of de la película y sabía de antemano que el director de fotografía es un mexicano muy reconocido en su país que incluso le hizo un documental a Café Tacvba, una de las bandas de mis amores. Tenía grandes expectativas de ver lo que hacía el cuate; más aún si dicen que es tan quisquilloso en lo que hace, que sólo usa ropa negra para no alterar la luz que lo rodea.

No puedo negar que lo que vi en «Sin Muertos No Hay Carnaval» sí es impresionante. Seguramente, es la cinematografía más elaborada que he visto en una película nacional. Se nota un trabajo muy meticuloso en cada plano y un grado de ambición considerable, que quizo utilizar luz suave durante toda la cinta, para contar una historia de matices durísimos, y que hizo que Guayaquil se vea bonito en la pantalla, sin maquillarlo. No obstante, siento que más allá de su propuesta estética, este aspecto de la película no me impresionó por su efectividad narrativa. No hubo ningún plano que me revelara una verdad de la historia por su construcción en el cuadro. Incluso, por momentos me molestaron ciertas composiciones que parecían darle más importancia al espacio que a las acciones dentro del mismo. En fin, no creo que la película destaca por este punto, y aunque no desmerezco en absoluto lo que hizo Tonatiuh Martínez desde la cámara, no puedo decir que me dejara deslumbrado.

«Me molestan tantas malas palabras»

Bueno, así es la huevada. Los monos dicen hartas malas palabras, a veces sin ton ni son, pero las dicen y «qué chucha». Esa parte de su forma de ser es irreductible, y si Cordero pretendía dar un retrato fiel de esa ciudad y su gente, hizo bien en mantenerla. Las «malas palabras» son lo que le da una gran parte de su sabrosura irreverente al léxico guayaco, y a mi parecer, en la película resuenan bruscas por lo que dicen los personajes antes o después de ellas, pero no porque sean insultos en sí. Y eso es una buena construcción de diálogo. Cordero y Andrés Crespo (actor principal y guionista) supieron utilizar las malas palabras para darle un tono de naturalidad a las bocas de los personajes, que funciona en su gran mayoría (incluso ayudando a los personajes interpretados por mexicanos), y que enriquece a los diálogos de la película, haciendo que no se vieran insípidos en ningún momento.

Es más, hablando con David Padilla (socio-fundador del Soul Auto Cine de Quito), que se encargó de la proyección al aire libre de la película en la cual se estrenó frente a las personas del barrio marginal de Guayaquil donde fue filmada, pude enterarme la efectividad de las malas palabras. Cerca del inicio de la película hay una escena en la que se proliferan muchos insultos clasistas y machistas contra los habitantes de la invasión de tierras alrededor de la cual gira toda la trama. Las personas que vieron eso aquel día eran justamente los símiles reales de las personas a las que se ofendía dentro de la historia. No se ofendieron. En palabras de David, la película «rompe con el típico discurso curuchupa ecuatoriano».

«La actuación de Daniel Adum fue la mejor»

Entraré luego en el terreno sinuoso de los personajes que componen a esta historia. Por lo pronto, me limitaré a decir que concuerdo con esta afirmación, con ciertas consideraciones.

Daniel Adum Gilbert es un artista «sinceptual», como le gusta llamarse. Un man que se dedica a desafiar el criterio y la paciencia del Municipio de Guayaquil con su obra, comprendida por el muralismo, la literatura y la fotografía. En otras palabras, nunca en su vida ha hecho actuación para cine. Como él mismo dice en la serie del making-of respecto a la experiencia: «soy un tipo que vive aquí solo en su casa (…) y primera experiencia de hacer un papel del que no estás profesionalizado…chucha».

Su actuación es notable dentro de la película, por su honestidad. Si Daniel no fuera artista sinceptual, tal vez sería un magnate trabajando en el equipo de fútbol más tuco de Guayaquil, con las mismas ambigüedades emocionales de Emilio Baquerizo, su personaje. Yo puedo decir que quedé sorprendido de su calidad actoral porque logró ser muy convincente, considerando su falta de experiencia y su trasfondo. Mis conocimientos sobre actuación son escasos, pero sentí que Daniel logró capturar la esencia de Emilio, porque de algún modo ya la tenía en sí. Entonces, entra en escena Sebastián Cordero, a quien también veo como responsable del brillo en este personaje. El director se la jugó por poner a un «no actor» en un papel principal y supo cómo capturar la sensibilidad de esa persona para colocarla, intacta, en la vida de un ser ficticio, totalmente diferente.

«Las escenas de fútbol eran chimbas».

Yo no soy aficionado al «rey de los deportes», ni cuando juega La Tri. Por ende, lo último en lo que me fijé de la película fue en la veracidad con que se retrataba al equipo de fútbol en acción. Pero no por eso voy a desacreditar un comentario válido. Porque, quiera que no, esta película se estrenó en un país futbolero. Retratar un partido de fútbol en el cine es un trabajo titánico. Si solo para tener a dos personas en el plano se requiere a una decena tras la cámara, me pongo nervioso con imaginar lo que requeriría tener a un centenar de hinchas bravos actuando al mismo tiempo.

Desde mi percepción (y sí he ido al estadio varias veces) las escenas del estadio son muy fieles a la realidad, más que nada por lograr retratar la atmósfera espesa que causan los gritos y la testosterona liberada en las gradas. Sí me incomodaron ciertos diálogos en los que el sonido se sentía desencajado de la bulla alrededor, pero creo que en su totalidad, este escenario dentro de la película funciona porque todos los extras que participaron en él le dieron vida con mucha honestidad. Yo sí sentí que estaba viendo una barra en un partido de fútbol, en un estadio lleno, en un ambiente tenso. Por eso, con un poco de conocimiento de causa, invito a que el próximo hincha futbolero que vea la película piense que «está viendo una película», que se trata de otra cosa, y no juzgue el valor de la misma al medirla con la vara con que mediaría a la transmisión de «El Clásico del Astillero».

Ahora los puntos más críticos.

«Sin protagonista no hay historia»

Andrés Crespo, guionista y dueño de la idea original de «Sin Muertos No Hay Carnaval», defiende junto con el director que esta es una película donde el protagonista es la historia, no una persona en particular. En Ecuador estamos acostumbrados a ver películas hollywoodenses, con un solo protagonista, enfrentado a una sola línea de conflicto. Es más, Cordero viene de una escuela gringa, donde ese tipo de estructura dramática es primicia. Si eso está bien o mal, es discutible, pero no cabe en estas líneas. Me quedaré con decir que «Sin Muertos No hay Carnaval» es una propuesta narrativa arriesgada.

Algunos han visto que el talón de Aquiles de la película es el hecho de carecer de un protagonista. Esto, según comentan muchas voces, impide que el espectador entable ningún tipo de empatía con las personas que está viendo. «A la media hora ya no te importa si se matan entre ellos». Tal vez sí, tal vez nuestro público no está acostumbrado a digerir una historia de tipo «tapiz» como esta, o tal vez en realidad la historia no está lograda en su totalidad. Tal vez no sean personajes «queribles», pero al menos sí interesantes y en la ambigüedad es donde se encuentran las fibras más interesantes del ser humano, las que hacen vistoso a un personaje.

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El magnate del equipo de fútbol que parecería ser un oligarca prepotente y racista, ama a su hijo aunque lo sabe un inepto. El hijo que podría parecer un drogadicto mimado y tonto, se carcome por dentro porque está consciente de lo que hace mal, y en vez de corregirlo, sucumbe. El héroe del barrio pobre que parecería un justiciero de los desamparados, en realidad obra por la pelada de la que está enamorado y por proteger a su madre y su abuela antes que a «la gente». El abogado que parecería ser un canalla con todo el mundo, sutilmente deja ver que su corrupción proviene del acomplejamiento con su condición. El ricachón egoísta que quiere recuperar sus tierras y parece no tener ningún interés en el porvenir de los pobres o en la injusticia, siente culpa por no hacer lo correcto.

Independientemente de la calidad de las actuaciones, yo vi personajes que eran (o al menos tenían el potencial de parecer) humanos con vacíos existenciales verdaderos, y que por eso terminan comiéndose entre sí cuando se rozan. Repudiables o admirables, se ven como personas.

La película se sostiene en su esquema por que deja en claro que trata de la corrupción, y de cómo ésta, cual si fuera un ente, puede llevar a las personas a obrar de formas honorables o deplorables. Entiendo que si la opinión es contraria, y ningún personaje logra emocionar al espectador, entonces podría ser que no concuerden conmigo en el siguiente punto.

«Es un retrato certero de muchos problemas tristes de nuestro país».

Mi novia vio la película a mi lado, con el puño en la boca, las tripas retorcidas y las piernas tensas. Llegado un punto dentro de la cinta, a mí me fue imposible no ponerme igual. ¿Por qué? Porque es muy difícil no retorcerse de las iras con el nivel de corrupción tan mordaz, con el machismo tan latente y con el abuso tan descarado que los ricos ejercen los pobres y que se muestra a lo largo de toda la película. Duele porque es honesta.

En algún titular hace tiempo leí que «es un retrato de Guayaquil», y si esto es así, sería hora de que comencemos a cuestionarnos los valores por los cuales Guayaquil, o el Ecuador en sí, podrían ser retratados en la ficción. Dado que a mí si me emocionaron las acciones que se ven a lo largo de la cinta, salí del cine con dos sabores mezclados en mi boca. Por un lado la satisfacción personal de haber visto una película ecuatoriana que causara emoción en mí, que no me aburriera con su trama, que me permitiera tomar por válido algo de lo que estaba viendo por su capacidad para hacerme sentir cosas y no porque pudiera identificar los lugares en que se filmó. De ahí derivó el otro sabor, uno amargo: caer en cuenta de lo deplorable que puede ser reconocer a nuestra sociedad por los atropellos que comete contra sí misma y por todos los valores putrefactos que tiene ensartados en sí. Solo voy a decir que me pareció preocupante lo veraz que se veía la corrupción retratada en la cinta, en el contexto de nuestra cultura.

Ahí es donde creo que gana «Sin Muertos No Hay Carnaval», en su capacidad para hacer que el espectador se indigne por algo que vio en la película.  Como sea, Cordero demostró que tiene experiencia como para atreverse a soltar una película con un esquema narrativo diferente y más complejo. Si con él ya logró llevar a la gente al cine, y luego ponerla a hablar, aunque sea para criticarlo, rescato el valor de la película, porque como dice su trailer: «Sin riesgo no hay gloria».

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3 commentarios

Carlos arizaga 16 septiembre, 2016 - 9:31 AM

La vi la semana pasada soy manabita vivo en Quito y he trabajado en esa problemática Baquerizo y Terán muy bien…en especial el primero…lo ayuda su origen … sin ofender..ese prototipo del turco sin escrupulos lo logra interpretarlo… Crespo como siempre muy pegado a su personaje ..lo vi en Pescador realidad social de mi tierra El Matal hoy Jama ex Sucre..el Presidente muy forzado a interpretar un personaje criollo guayaco que en la realidad es mas hijueputa..el chico le falto mas Guasmo…Cordero muy bien ya ha demostrado…la película real y sobre todo deja el mensaje de una problemática aún no superada..congratulaciones …espero no inportunar con mis comentarios..pero veo cine y teatro desde los 7 años y tengo 57…algo he de haber aprendido por más rudo o montubio que sea..Saludos y avanti

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