Sacachún: donde un cine distinto se cruza con realidades mágicas

por Manu Guayasamín
Radio COCOA, Vivas Nos Queremos Ecuador, Ni una Menos
Del 19 al 25 de Noviembre del 2018 publicaremos textos escritos por, o acerca de mujeres en el mundo del arte, quienes celebran el poder, la importancia y la belleza de la energía femenina con su vida y sus obras, a propósito de la marcha contra la violencia a la mujer del colectivo «Vivas Nos Queremos». Los cuerpos femeninos no se tocan, no se violan, no se matan.
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Isabel habla con una comunera del pueblo de Sacachún. Gabriel observa atrás. / Foto: cortesía de Isabel Rodas

Hablar de la fe no es sencillo. La palabra puede sonar sosa, gastada, inútil. Quienes comunican sus creencias con la frente en alto suelen convertirse en sujetos de burla. Quienes optamos por no creer aparecemos al resto como desventurados. Entre risas, Isabel Rodas (productora y directora de cine) afirma: “a la final todos creemos en algo”.

Entre varias cosas, Isabel y su productora independiente, Filmarte, parecen creer firmemente en dos. La primera es que hay que hacer cine a como dé lugar y con los recursos con que se cuente. La segunda es que hay que salir de la ciudad para encontrar historias.

Isabel define a Filmarte como una productora familiar, la cual fue creada hace 10 años junto a su ahora esposo, Gabriel Páez, y su hermana, Carolina Rodas. Han producido tres largometrajes, de los cuales dos son ficciones («Santa Elena en Bus» y «Vengo Volviendo») y la última un documental, recién estrenado en el Festival de Cine La Orquídea, llamado «Sacachún, el retorno de San Biritute» —cinta que Gabriel dirigió e Isabel produjo—.

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Isabel durante la entrevista / Foto: Manuela Vásquez

«Santa Elena en Bus» (2012) y «Vengo Volviendo» (2015) fueron producidas a través de talleres de cine comunitario. Tomaron forma, tanto en su realización como en su distribución, a través de clases y gestiones que buscaban acercar la realización cinematográfica a poblaciones a las cuales comúnmente no llegaría.

Invitando a los y las jóvenes locales, y a cualquiera que esté interesado, encontraron una comunidad con tantas o más ganas que ellos de hacer una película, ya sea desde la cámara, la actuación o la producción.

Una inquietud hacia la evidente desconexión entre el público general y el cine ecuatoriano, los llevó a desarrollar un estilo de producción peculiar, preocupado por contar historias que rescaten la memoria oral, las tradiciones y las leyendas de las comunidades.

En el camino crearon una nueva experiencia de ver cine, o mejor dicho, de verse en el cine. La iniciativa se ganó el nombre de «Encuentros con el Cine«, y marcó una línea de trabajo muy clara para Filmarte.

Afiches de las películas producidas por Filmarte / Foto: archivo

Para esto, en cada película, Isabel y Gabriel han tenido que hacer largas filas y esperar sentados varias horas con el fin de conseguir apoyo de las prefecturas y municipios de las localidades donde se planeaba trabajar.

En una de esas esperas, mientras realizaban «Santa Elena en Bus» allá por el 2010, alcanzaron a escuchar a unos funcionarios hablar de “un pipi gigante que hacía llover”. Producto de la exasperación de la espera, o la curiosidad innata, no le tomó nada a Gabriel acercarse a estos hombres y preguntar más.

Se trataba de San Biritute, un monolito de piedra preincaico, considerado un símbolo de fertilidad y lluvia en la comuna de Sacachún, en la provincia de Santa Elena. Con una explicación algo clara de cómo llegar al pueblo, y llenos de entusiasmo por la historia que acaba de cruzarse en su camino, Gabriel e Isabel se embarcaron a un viaje a Sacachún que, sin saberlo, tardaría ocho años en completarse.

Llegar al pueblo

“El primero que nos recibió fue el panadero del pueblo, que se llama Arcadio. Ese primer encuentro entre el Gabo y Arcadio fue como amor a primera vista”. Como Arcadio, la mayoría de pobladores de Sacachún en ese entonces eran adultos mayores.

Isabel recuerda que al llegar a la comuna eras recibido por paisajes desolados y ojitos viendo a través de las rendijas y ventanas. El polvo se paseaba entre las casas que habían envejecido junto a su gente que, en medio de la sequía y la quietud, esperaba el regreso de San Biritute.

Arcadio, panadero del pueblo de Sacachún / Fotograma de la cinta

En 1952, por intereses políticos y eclesiásticos, el monolito de San Biritute fue retirado intempestivamente de Sacachún. Donde antes yacía la enigmática figura, quedó un hueco con la forma del santo “pagano”.

Según cuentan sus habitantes, los años pasaron y Sacachún pasó de ser una tierra verde y fértil, a un pueblo que apenas podía subsistir con la poca agricultura y ganadería que permitía la zona.

Se convirtió en un pequeño Macondo en medio de Santa Elena, que al ser despojado de este símbolo de prosperidad quedó condenado al olvido, la migración forzada y a una vitalidad que menguaba año tras año.

Asomándose por la ventana, uno de los habitantes del pueblo de Sacachún / Fotograma de la cinta

En medio de los muchos intentos por recuperar a San Biritute, Isabel y Gabo dan con el pueblo, que para entonces ya había sido visitado por periodistas de toda línea: los que informan y los que se burlan. Había que entrar con tacto, y por esas vueltas de la vida, Sacachún también dio con estas dos personas de una sensibilidad especial.

Recordando, Isabel me cuenta: “Era como ir a hablar con tus abuelitos. Íbamos un fin de semana, nos hacíamos amigos del uno, y Arcadio nos presentaba al otro. Era como pasar un domingo en familia.” Así pasaron filmando casi cuatro años. Los primeros dos con más rigurosidad porque se mudaron a la provincia para poder realizar «Santa Elena en Bus». El resto de años, yendo y viniendo de Quito.

En ese tiempo, tuvieron la oportunidad de conocer la vida de personajes memorables, angustiados por su propia vejez, optimistas por la llegada de San Biritute, y con los brazos abiertos a este par de cineastas que habían encontrado una nueva familia en el pueblo.

También, como una melancólica señal de esperanza, encontraron a Justin, el único niño de la comuna, quien había quedado huérfano de padres y al cuidado de sus abuelos.

Justin, el único niño que permanece en Sacachún, al cuidado de sus abuelos / Fotograma de la cinta

Cómo se vive la muerte

Una vez que filmaron todo lo que se podía filmar, era momento de llevarlo a la sala de edición. La etapa más tortuosa para todos quienes han hecho una película, más aún si se trata de un documental. Con un primer corte, el montaje se paró hasta poder conseguir fondos de posproducción.

Llegó un segundo corte y la película parecía no estar yendo a la dirección esperada. Hizo falta que varias editoras, dentro y fuera del país, presenten su visión para que Gabriel e Isabel se sienten a tomar un respiro y a replantearse las bases mismas de la historia que querían contar.

Hasta entonces, la película se prestaba a tomar diferentes rumbos o conflictos narrativos. Tenían el lado político de la historia con material que confrontaba a autoridades que prometían llevar a San Biritute de vuelta a Sacachún, y se retractaban días antes de la fecha de entrega.

Las entrevistas a historiadores y expertos ofrecían un punto de vista más antropológico y académico de las razones para devolver San Biritute a Sacachún y el panorama sociocultural de la comuna.

Los abuelitos han vivido la presencia y ausencia de San Biritute / Fotograma de la cinta

Sin embargo, como en la realidad misma y orbitando alrededor de los testimonios que creemos respaldan o sostienen el documentalismo, estaban las vivencias de los habitantes de Sacachún: los abuelitos que habían vivido de primera mano la presencia y ausencia de San Biritute.

Una comunidad cuya fe había sido maltratada y, pese a todo pronóstico, se mantenía firme. Ahí, como venía siendo con las películas que nacieron de «Encuentros con el Cine», la historia estaba en la gente.

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Fuera de academicismos, la historia de Sacachún se cuenta desde su gente / Fotograma de la cinta

A diferencia de sus anteriores trabajos, «Sacachún: El retorno de San Biritute», es una película más autoral. Después de varias pausas, viajes, grupos focales y de haber escuchado los comentarios de amigos y colegas cineastas, entre los que estaban la documentalista Yanara Guayasamín y la actriz y editora Amaia Merino, Gabo e Isabel regresaron a casa para el feriado de Semana Santa de este año.

Ahí armaron toda la película, ¡su película!, en papel. Cuando terminaron, Sacachún era, sin más, la historia de cómo ellos conocieron al pueblo, los personajes, los seres humanos y su fe.

Esquema realizado por Isabel y Gabriel para el corte final de la cinta / Foto: Manuela Vásquez

La historia que les importaba contar tardó en tomar forma tanto como tardó en ser filmada. Pese a que había prisa por lograr que la película salga, y que todos los adultos mayores puedan verse en pantalla, algo en sus realizadores indicaba que todavía no era el momento.

En el camino, algunos viejitos fallecieron pero la historia tomó la madurez que necesitaba para hacer justicia a las historias de vida que tenían la responsabilidad de contar.

Convivir con los comuneros de Sacachún, la cercanía a la muerte y la esperanza que ofrecía el regreso del monolito, más allá de ser una experiencia cinematográfica gratificante, para el equipo fue una aprendizaje de vida.

“Eso es lo que nos enseñaron los abuelitos”, dice Isabel, “cómo se vive la muerte… que las cosas llegan cuando tienen que llegar.” Efectivamente, la espera y la lucha diaria dan como resultado grandes cosas alrededor de esta historia: el tan esperado retorno de San Biritute y el nacimiento de una película que, por la plata, por el tiempo y por la particularidad de los acontecimientos, se resistía a ver la luz.

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Los abuelitos fueron fuente de enseñanza para Gabriel e Isabel durante la filmación / Fotograma de la cinta

La magia de los retratos no contados

“No queremos ser el cineasta que llega y se adueña de la historia. La idea de «Encuentros con el Cine» es hacer un intercambio”, indica Isabel. Con Sacachún, había una consciencia de que, de alguna forma, nunca dejarían de ser “extranjeros”, pero también había un compromiso más grande por tomarse el tiempo y la energía de adentrarse, con mucho respeto, a la dinámica y las vivencias de los sacachuneños.

¿Por qué llegar a semejantes esfuerzos para contar estas historias? Isabel tarda un poco en contestar. Cuando lo hace, admite que es un trabajo desgastante. La mayoría del tiempo es nadar contracorriente por temas de presupuesto o la apatía general que existe hacia la producción cinematográfica.

“No se siente la retribución hasta que llegas a salas y escuchas a la gente reírse, llorar, señalarse…” sonríe y continúa, “En el caso de Sacachún, incluso, replantearse su propia fe”. Ése es el alimento.

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Estreno de Sacachún en la provincia de Santa Elena / Foto: cortesía de Isabel Rodas

No hace mucho, Filmarte acabó una gira de proyecciones del documental en salas y al aire libre en la provincia de Santa Elena. También presentó la película en la séptima edición del Festival de Cine La Orquídea, en donde ganaron el premio del público a Mejor Largometraje Ecuatoriano. En ambos escenarios, se cumplió la misión cuando los asistentes “hicieron suya la historia”, como cuenta Isabel.

Los aplausos, las felicitaciones, el entusiasmo por lograr conjugar en palabras las emociones vividas durante la película, prueban que ésta existe con un propósito. “De alguna manera”, concluye Isabel, “poder hablarle a la gente desde tu trabajo, es para lo que te levantas todos los días. Si no lo hiciéramos así, no creo que lo haríamos”.

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Isabel y Gabriel reciben el premio del público en el séptimo Festival de Cine La Orquídea / Foto: cortesía de Isabel Rodas

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Después de presenciar la historia transmitida a través de los ojos de Gabo, Isabel y todo el equipo detrás de la película, yo también estoy convencida de algo: seguir haciendo este cine, y confiar en que la gente común y corriente también quiere ser envuelta por él, es un acto valiente. Es un salto de fe que crea el escenario perfecto para que (en palabras de su productora) la magia se encuentre con la realidad.

Hay algo muy valioso en hacer cine y retratar estas historias periféricas. En mi vida se me habría ocurrido que un lugar como Sacachún existe, y a tan solo unas cuantas horas de la ciudad.

Arcadio, Justin, San Biritute, están latentes en la cultura y la herencia de una tierra mágica y al alcance de todos los que están dispuestos a salir y dejarse deslumbrar. A la par Gabo, Isabel y Caro han estado ahí, contándolo todo en el lenguaje del cine, un lenguaje con tanta magia como la enigmática tierra de Sacachún.

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