Quijotes Negros llega a las salas comerciales del país después de una trayectoria breve pero fructífera en algunos festivales. Esta película le apuesta a utilizar la fantasía y la farsa como un espejo torcido de nuestra idiosincracia. Ahora que ha sido estrenada, el público dirá si se anima a mirar su reflejo en ella.
El cine ecuatoriano todavía es una masa espesa, confusa y llena de vericuetos. Hace años que nos sigue provocando las mismas interrogantes, al menos a las personas afines al medio como aprendices, críticos o realizadores. Todavía es innegable que existe un desacuerdo entre lo que el público y los realizadores definen como «cine ecuatoriano».
En ese contexto se estrena «Quijotes Negros», largometraje del cineasta esmeraldeño Sandino Burbano, que apunta a jugar en otras ligas y se podría comparar en su forma a Blak Mama, la cinta experimental que Miguel Alvear lanzó en el 2009. La película, como la define su realizador, es una «tragicomedia con altos tintes de farsa», y como tal le apuesta arriesgadamente a desarmar la narrativa de Don Quijote de la Mancha para reconstruirla en desorden sobre un nuevo armazón. Como lo define Burbano: «Se apropia de sus personajes para contextualizarlos en un espacio latinoamericano colorido, rebelde y frustrado en una marginalidad social que es consecuencia del colonialismo y la historia republicana de la nación».
Esta es una nueva película de autor que pretende romper el molde e imponer uno nuevo, el de la «farsa tragicómica». Podría considerarse como una apuesta inédita dentro de la filmografía nacional, una película que rompe «el saco» en el que las películas ecuatorianas han caído indiscriminadamente. Sin embargo, aún con este soporte diferente, es una película que vuelve a explorar el tema de la «identidad», ya tratado en otros largometrajes más o menos populares. Su respuesta entre un público que aún se muestra reticente a mirar películas nacionales está por verse ahora, pocos días después de su estreno en las salas comerciales de la capital.
En la versión de Don Quijote que Sandino Burbano plantea, Sancho es un granjero pobre que vive en medio de los paisajes áridos en las afueras del norte de Quito, Don Quijote es un ermitaño errante negro y la persona que los une es un enano que se presenta al inicio de la historia como un carpintero. Éste último se le aparece un día a Sancho e irrumpe en su rutina solitaria al incitarlo a ir a la ciudad para «buscar mujer». Cuando ambos se encuentran en la Iglesia de San Francisco, y ven dentro de ella a dos señoras de porte distinguido, emprenden una cacería ridícula que termina en su secuestro.
El caos se desata entonces, cuando nos enteramos de que las damas no eran turistas cualquiera, sino «La Reina y la Princesa de España». Mientras los dos personajes excéntricos vagan por la playa buscando un nuevo lugar para que Sancho se quede con «sus mujeres», el país se pone de cabeza. El Rey de España y el Presidente de Ecuador deciden buscar personalmente a las mujeres desaparecidas, entorpecidos por el desconcierto. Mientras, Sancho ve sus planes de «vivir feliz para siempre» con sus dos «esposas» truncado por la reticencia de ambas (que quieren huir del secuestro) y por la aparición de Don Quijote, un vagabundo errante que entra en su nuevo «hogar» buscando algo de hospitalidad.
Quijotes Negros parece apuntar a ser una radiografía de nuestra idiosincracia, desde su lado más absurdo. «La tragicomedia, al igual que la farsa, es un género cinematográfico no realista. Significa que ambos muestran situaciones que no pueden suceder en el día a día pero que habitan el espacio emocional y psicológico de las personas», dice al respecto su director. Sobre esta conceptualización se apoyó para trazar a los personajes y a sus enrevesadas acciones, buscando delinear «una mirada transversal a las relaciones históricas entre España y América Latina», según mencionó la noche del pre-estreno y en una entrevista dada para el medio digital «Recodo».
«El rodaje se realizó durante 44 días en la ciudad de Quito, la Mitad del Mundo y las playas de Tonchigue, Galera, Playa escondida, junto a otros sitios de la provincia de Esmeraldas. La postproducción tardó 8 años porque no contábamos con los recursos para financiarla completamente», comenta Burbano sobre la producción. El director destaca también las particularidades del elenco.
Según comenta sobre el Quijote, Alberto Cuesta, «resultó ser un actor que nunca tuvo un papel protagónico y en el día a día era muchas veces una suerte de mendicante». Alberto había vivido como hare-krishna, por lo cual Sandino vio en el «una renuncia a lo material que merecía ser mostrada».
Por su parte, Patricio Garrido (Sancho) y Tomás Tipán (el Enano), no eran actores profesionales. El uno había llamado la atención de Burbano por poseer «ciertos lineamientos naturales provenientes de su cotidianidad», y el otro era músico de oficio, integrante de «Don Medardo y sus Players». La Reina y la Princesa, interpretadas por Annie Rosenfeld y Mónica Mancero respectivamente, por el contrario sí se habían desempeñado antes como actrices. Por ello el director vio en ellas «mecanismos para desplazarse por el espacio de las emociones y de los pensamientos de modo fluido». El resultado fue una caracterización de los hombres de la película como personas de comportamiento tosco y las mujeres como figuras más sofisticadas o «delicadas».
Es evidente que los personajes no encajan en el molde de «la normalidad». Se mueven en la sociedad con reglas distintas, juegan bajo su propia fantasía. Al hacerlo, llegan a ser capaces de mostrarse como presencias con las que el público podría identificarse y reír entre uno que otro momento picaresco. Esta, no obstante, es una lectura que podría verse contradicha por momentos que podrían tomarse como excesivos, aún dentro de la sátira que plantea la historia. Los arrebatos de los personajes masculinos podrían poner en tela de juicio su naturaleza y hacer que nos cuestionemos si en verdad son ridículos nada más, o si han cruzado la raya hacia lo maltrecho.
Previo a su estreno en algunas salas comerciales de Quito, la película tuvo un paso fructífero por algunos festivales, siendo premiada como «Mejor Largometraje Internacional» en el I Festival de Cine Fantástico de Mar del Plata y como «Mejor Película Nacional» en un empate con ALBA en la 4ta. edición del festival La Casa Cine Fest. Con estas credenciales se estrena ahora en salas comerciales. Sus realizadores saben que es una apuesta arriesgada. No obstante, afirman (refiriéndose a la película): «consideramos que podría encontrar, aunque no fuera numeroso, un público que, pese a desconocer la existencia de este tipo de propuestas, pueda entablar un diálogo interno honesto con nuestra obra.»
El público dirá si está abierto a dicho diálogo y si toma la propuesta de Quijotes Negros y se atreve a mirar hacia su «ecuatorianidad» en este espejo retorcido en el que se convierte la pantalla de cine durante el transcurso del filme. De ser así, podríamos pensar en que la producción de cine en nuestro país tiene cabida todavía para explorar temas como este y ser atractivo para los espectadores comunes, más allá de los cinéfilos o los jurados de los festivales de cine independiente. De lo contrario, habría que reflexionar nuevamente sobre lo que buscamos los ecuatorianos en una película y tratar de encontrar un nuevo camino que cierre la brecha que se ha abierto entre el público y las películas nacionales, entre los realizadores y las personas a las que quieren topar con su obra.