En Ecuador hay quienes se han tomado el estandarte de «rescatar» la música nacional, de «revivirla». Otros la tocan porque es ‘un símbolo de «identidad». Esta vez los protagonistas serán otros. Tres compositores que un día sintieron que debían interpretar los ritmos ecuatorianos a su manera y ese fue su único pretexto. Llevan años componiendo desde trincheras distintas. Sin embargo, los tres han terminado rosando sus acordes con la contemporaneidad y los sonidos frescos. Ese mismo camino los ha unido en diferentes puntos de la música, casi sin planearlo.
Encontrar el camino no es fácil, pero a veces sucede sin planearlo. Alex Alvear, Daniel Mancero y Mariela Condo hallaron su dirección en la música tradicional de Ecuador en sus años de juventud.
“Para mí fue feeling. Cuando llegué a la casa de Taita Marcos y sonaba esta música, sentí una onda increíble. Me enganché de una, más que por mera apreciación sonora”. Álex Alvear era un adolescente cuando se acercó por primera vez al mundo indígena y descubrió que la música iba mucho más allá del rock clásico que repetía en su bajo, y de las sonatas barrocas que sonaban en el tocadiscos de su madre.
El idilio empezó aquella vez en Peguche, el día que acompañó a un amigo cineasta a grabar un documental. Las expectativas eran casi nulas, pero algo de curiosidad lo llevó a visitar, en plenas fiestas de San Juan, a Taita Marcos, el shamán más grande de esa época. “Ni bien entré en esa vaina, se me abrió un portal. Me quedé toda esa semana y me viró la película completamente”. Para Álex, no hubo pretensión desde el inicio y la magia fue inmediata y permanente. Las ganas de tocar llegaron con naturaleza y la interpretación fue cuestión de tiempo. Escogió seguir ese sendero que se abrió hacia la música de Imbabura y sus ritmos legendarios.
A partir de esos momentos, la música de Ñanda Mañachi y otros grupos indígenas acompañaron su vida, llevándolo a explorar más tarde junto a sus amigos de Promesas Temporales: Hugo Idrovo y Héctor Napolitano. Ellos también terminaron sumergiéndose en esa sopa de vida indígena que había cautivado a Alex Alvear. Las composiciones de Promesas empezaron a llenarse de esa influencia, cada vez más ligadas a los ritmos indígenas, pero sin perder el origen, su origen. “Veníamos del rock. Lo teníamos claro. No nos veíamos con un poncho encima, entonces, esa influencia se adaptó a eso que éramos. No nos íbamos a disfrazar”.
Daniel Mancero vivió un proceso diferente y a más temprana edad. Promesas Temporales fue una de sus bandas preferidas en su niñez-adolescencia, pero sus orígenes musicales sí se remontan a una cultura familiar de escuchar aquello conocido como folklor. Como todo niño, absorbió lo que había para oír en su casa: música sobre todo de Imbabura, música como Ñanda Mañachi.
En los años setenta, esta agrupación emergió de los alrededores de Otavalo para cantar sobre resistencia y sabiduría indígena, al ritmo de decenas de instrumentos andinos. Su influencia se expandió a las ciudades, donde su música se hizo popular. “Lo recuerdo de toda la vida. Mi papá ponía muchísimo esa música, muchas veces en quichua y yo la cantaba, aunque no la entendía”.
En su niñez, esa música fue como un canvas. Incluso la señora con la que se crió, contribuyó a que Daniel Mancero viviera dicha experiencia con más profundidad y cercanía. “Coloqué el acetato de una colección bien bonita de música indígena. Mientras escuchaba, la señora María se acercó y empezó a cantar encima de la música. ‘La canción que está oyendo habla del maltrato hacia la persona que canta’, me dijo”. Las experiencias no se separaron de él ni siquiera en sus tiempos más jazzeros. Al estar en la Universidad San Francisco de Quito, salió mucho jazz de sus teclas, pero la música de su infancia permanecía dentro suyo como una semilla.
Regresar a esa raíz era un tema de tiempo. Mariela Condo se convirtió en una de las protagonistas incógnitas de ese retorno, el día en que le pidió a Daniel que trabajara con ella en su primer material. “Un día llegó y me dijo: Quiero que seas tú el director de mi disco”, recuerda Mancero. “Esa experiencia fue muy importante para entender lo que quería hacer”.
Esa chica que acababa de graduarse de la USFQ, tenía toda la ambición del mundo de grabar su voz y mostrar algo más que música de su tierra en raw. Al igual que Daniel Mancero, las melodías que rodearon su infancia tuvieron una influencia fuerte. Pero por ahora, el desafío era interpretar música que ya existía, cantarla desde su personaje de mujer, descendiente puruhá con influencias mestizas, y buscar su propia voz como cantante.
“Esta niña va a ser cantante, va a ser cantante porque no hace otra cosa, no le queda de otra, va a ser cantante”, repetía su abuela, en tono de premonición a lo que se le venía encima a ‘Marielita’. A los ocho años ya estuvo subida en un escenario cantando dos temas compuestos en quichua por su tío, y tal como su abuela advirtió, empezó a estudiar música desde los quince. Más o menos, desde ahí no ha parado. “Mi abuela marcó mi camino, marcó mi frente. Dicen que la palabra es sagrada, y a veces sí me gusta pensar que es así”.
Daniel sabía que debía acercarse a la música nacional, porque su corazón así se lo mandaba. De ahí que empezó a componer algo que compiló bajo el nombre de “música poscolonial”. No se llamaría aquello que no era: ni folklor, ni pasillos. Eso lo tuvo claro desde que empezó a construir su experimento junto a Sergio Reggiani (batería), Steve Whipple (contrabajo), y luego con Rodrigo Becerra (contrabajo).
“Empezamos a ensayar en mi casa. Escuchábamos Benítez y Valencia, Carlota Jaramillo, etcétera, y a jugar ping-pong. Los ensayos eran eso [risas]. Funcionó porque luego, esa referencia lejana hacía que la música no sea forzadamente insistente”. Entonces empezaron a sentir en ellos las pequeñas diferencias de cada género y cuando componían, marcaban un ritmo con un nombre que tenía que ver con el compás, pero salían reminiscencias de otros géneros: un sanjuán con el contrabajo escrito como pasillo, o un capishca tocado como un yaraví.
Así nació Yangana, un producto de música poscolonial construido a partir de la intuición y la sensibilidad. El disco recopilaba composiciones mestizas, sin intención de rescatar nada; un “fluir bonito” de todos los ritmos de la búsqueda inicial, que ahora se mezclaban entre sí para dar a luz algo muy propio, muy de Mancero. No era folklor, no eran capishcas puros, y nadie sabía cómo llamar a eso que Daniel estaba haciendo. La estampa que le ponían a los conciertos influía mucho en la conexión de la gente con lo que interpretaba. El término ‘poscolonial’ fue una forma que Daniel halló para explicar al resto lo que estaba haciendo, por más que nadie terminara de entenderlo.
“Es que todo el mundo se empeña en querer poner nombres a todo. Que qué es esto, que para qué es esto”, se queja Mariela. En un proceso similar al de Daniel, ella ha logrado deshacerse de aquellas etiquetas, o al menos ha podido crear fuera de ellas. Recuerda, por ejemplo, aquella tarde que compuso una melodía encerrada en una bodega. Los géneros para Mariela pierden sentido cuando se trata de sentir. Sin intenciones de hacer un ritmo en especial, esa bodega vio nacer “El trigo y el Sol”. “La gente no sabe cómo denominarla y le ponen algo así como chacarera medio albazo, albazo chacarera… O sea, ni idea”.
Parte de su construcción como cantautora llega de ese rompimiento con las etiquetas. En su caso, las de ella misma, las de descendiente indígena. Una presión fuerte la aislaba desde su exterior para que hiciera la música que todos esperaban. “Yo misma me decía luego, tengo que componer esto porque soy indígena… ¡Al diablo! Porque finalmente, al momento de crear, nunca jamás puedes ponerte un encasillamiento así, porque cortas totalmente lo que pueda nacer de ti como una creación, y entonces ya no sería una creación sino una cosa pretenciosa, poco honesta”. Mariela Condo reflexiona en ese modo como una constante. El día que empezó a componer desde su personaje, tuvo que liberarse de esos prejuicios, pero como ella misma aclara, al igual que una cicatriz, es imposible hacerlos desaparecer. “Lo que vas a lograr es volverte consciente de lo que te está pasando, pero eso, hasta ahí nada más. No hay eso de ‘ya me liberé para siempre’”.
De esa aceptación nació Vengo a Ver, su segundo material, cuyas canciones son en su mayoría compuestas por ella. Este momento ha sido un punto de encuentro consigo misma en el que incluso ha regresado al quichua para rendir homenaje a sus abuelos con temas como ‘Manila’ o ‘Quiquilla’. Su papel de cantautora no deja de ser cercano a la música nacional porque eso es lo que ella escogió, pero a partir de una construcción propia, que le llevó varios años, aún luego de graduarse de la universidad y grabar su primer disco. La vemos en la televisión, viajando a representar al Ecuador en ferias internacionales y Mariela sigue construyendo su personaje de música. Envuelta en trajes que ahora ella misma diseña, su apariencia va más allá de la de una mujer indígena. Ella es mestiza por su formación, el español es su idioma principal y vive en Quito, sola, en medio de los maizales de su madre. Pero sí, la presión, siempre está ahí. “Me dicen por Facebook, ‘Marielita, qué hermoso, te vi cantar en televisión, pero me hubiera encantado verte en tu traje tradicional’. Me gustaría preguntarle, ¿Qué es tradicional? Y de dónde viene eso de tradicional”.
Alguien propuso que las tradiciones debían ser rescatadas. Estos tres músicos rechazan los patrones típicos de renovación porque simplemente no encajan en la naturaleza de lo que hacen. La noche que Promesas Temporales lanzó su disco Arcabuz, el público del teatro Prometeo los abucheó acusándolos de ‘alineados al Imperio’ en medio de gritos que decían ‘¡Eso no es folklor, bájenlos!’.
“Tengo problemas con esos términos: ‘Rescate’, ¿Cómo vas a rescatar algo que existe desde hace siglos?”, pregunta Álex Alvear con la sencillez que lo caracteriza. Su trabajo ha reflejado ese pensamiento en los más de treinta años que lleva haciendo albazos, pasillos, sanjuanes y tantos ritmos que se entremezclan en su matita de canciones. “Nunca fue mi afán renovar nada, ni fue un proceso racional. Lo mío siempre fue más hacer un pasillo e intentar mantenerlo lo más cercano a las raíces, pero con mi onda”. Aún cuando se fue a vivir a Boston, su apego por componer bajo ritmos nacionales fue parte de un proceso ‘vital’, algo que hacía a modo de ritual para ‘no perder la conexión’.
“El debate es despegarme un poco de hacer música nacional. Tampoco quiero hacer algo muy repetitivo. Justo estos días me estaba dando cuenta…”, dice Daniel en un tono reflexivo que lo lleva a pensar en qué géneros son los que realmente le apasionan y a cuáles ha huido un poco: los capishca y los sanjuanes son sus favoritos.
El desafío está en saber deshacerse de las ataduras. Alex Alvear sabe que por su misma formación e influencias, hay otros ritmos que vuelan por su cabeza y no los puede dejar ir. “Con Equatorial cumplí mi reto de alejarme lo más que se pueda y regresar al punto de origen. Ahora, musicalmente, quisiera algo más crudo, irme a mis orígenes de rockero”. Han pasado ocho años desde el lanzamiento de Soñando con Quito, un álbum que grabó con otros 18 músicos y que trazó su marca de agua indisoluble en la historia de ‘lo nacional’. Esa fue su primera inyección para pensar en volver y ahora, diez años más tarde, se puede decir que ha regresado a vivir a Ecuador.
“Nada es estático”, dice Mariela. “A lo largo del tiempo, no es que estamos reinventando o haciendo una nueva forma de música ecuatoriana, sino que eso pasa aunque tú no quieras”. No está pensando en hacer algo radicalmente diferente, pero no se ciñe a ninguna línea que la encasille y la impida crear. Mariela Condo tiene en sus planes seguir apilando sus letras y cuando las vea maduras, ponerse a grabar algo nuevo. De lo que sí está segura es que la melodía y las letras son las que la llevan, “nunca al revés”. Es ese riesgo de dejarse llevar el que permite que la composición sea libre, que deje de ser una pose para dar paso al gusto, al amor por tocarla. Una certeza que Daniel Mancero también lleva consigo. Nada de lo que ha hecho ha tenido que ver con otra cosa que no sea seguir con su gusto por tocar música nacional, su música, a riesgo propio.
5 commentarios
Felicitaciones!! Excelente y además buenas fotos 🙂
Gracias por tu comentario 🙂
Sí, Garoba es una capa 😉
Excelente Ga!
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