Cuando nos propusimos empezar con este espacio, varias eran las ideas que rondaban por nuestras cabezas, todas optimistas. Muchas de estas ideas optimistas se quedaron olvidadas por ahí, pero la idea principal con la que este espacio nació, permanece. Y esa idea era (es) tratar de dibujar, de ubicar de cierta forma, por medio de algunas reseñas críticas y entrevistas: el panorama actual del cine nacional; por supuesto desde nuestra juvenil visión. Y más que las reseñas, lo que realmente nos permite tener una sospecha del estado de nuestra cinematografía son las entrevistas.
Revisando las entrevistas que este espacio ha realizado, nos podemos dar cuenta que hay una idea de surgimiento de un algo. Yo no sé si ese algo se convertirá algún momento en una industria, la verdad lo dudo mucho, pero lo que si sé es que este estado de ebullición del cine ecuatoriano irá generando resultados interesantes; como ya ha pasado, sólo que ahora, las obras destacables no serán artefactos raros que aparecen una vez cada mil años, sino que serán consecuencia de un proceso cultural y creativo; por ende serán más frecuentes.
Sin embargo, creo que es necesario sentarse a pensar si para poder tener una cinematografía nacional fuerte, resulta suficiente estrenar cada vez más y más películas. Habrá también que reflexionar sobre por qué el cine ecuatoriano tiene su público en una franja bastante limitada de la población nacional. Yo, por ejemplo, quisiera que una película como Abuelos, de Carla Valencia, sea vista por toda la nación y por todo el continente; y sé que la gente común y corriente, aquellos que no estudian cine, aquellos que no saben quién es Buñuel, Coppola o Bergman, disfrutarían de la película, se emocionarían con ella. Sé muy poco de producción y de distribución, no sé cuáles son las estadísticas exactas de la gente que va al cine a ver películas ecuatorianas. Pero lo que sí sé es que el cine ecuatoriano no existe para por lo menos el 50 % de la población ecuatoriana. Entonces, pienso enseguida en el cine iraní, y pienso en Jafar Panahi, en su simplicidad a la hora de contar historias, sin parafernalia, sin escándalo y al mismo tiempo, en la profundidad de sus discursos. Tal es la profundidad, que el año pasado fue condenado por el gobierno iraní a seis años de cárcel, además de prohibirle escribir guiones, filmar películas y dar entrevistas durante veinte años. Eso, con historias tan simples como la de una niña que no sabe como llegar a su casa, o la de aquella niña que quiere comprar un pez dorado para año nuevo pero una serie de obstáculos se lo impiden. Sin embargo, Panahi tampoco ha gozado de salas llenas en Irán, su primera película El globo Blanco (1995), la de la niña y el pez, tuvo alrededor de 130 000 espectadores, pero ganó la Cámara de Oro de Cannes de ese año, y a partir de este éxito internacional, la película se transmitió por televisión todos los años nuevos, durante mucho tiempo. Panahi se convirtió en uno de los directores iraníes más importantes de los últimos tiempos.
Entonces la pregunta radica en qué es lo que se necesita para generar una cinematografía nacional que dialogue con el mundo y con el país al mismo tiempo. Y que además tenga la suficiente fuerza como para influir en el curso de las cosas, (yo estoy seguro de que si Pablo Palacio no hubiese escrito lo que escribió, el país y el mundo serían lugares mucho más tristes para vivir) ¿Se necesitan salas llenas? Tal parece que no necesariamente, ¿Se necesitan premios? Tampoco es absolutamente necesario. Se necesita una coherencia absoluta con el lugar en el que uno está parado, en términos de tiempo y espacio, en otras palabras no ser anacrónico y ser consciente del suelo que se está pisando, ya sea para hablar de él o para rechazarlo. Se necesita ser sincero con uno mismo, hasta el extremo.