Rams: una mirada para contemplar el paso del tiempo

por José Peña

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Navegando por esta red infinita en la que ahora reside este texto, encontré, un domingo por la noche, la maravillosa noticia de tres nuevas empresas distribuidoras en el Ecuador que buscan diversificar la oferta de películas salas. Es un intento por crear público, formarlo y así hacer que este público demande calidad. Hay que aprender a ver, cómo se aprende a leer. Porque después de que se ve una película que conmueve se mira distinto. La mirada cambia cuando lo que se ve golpea y transita por el cuerpo. Cuando lo que se ve se siente en los músculos.

La primera película distribuida por Trópico de cine: Carneros, se proyectó en el Cine Ocho y Medio, en Cinemark, y se proyectará en La Alianza Francesa . La historia es simple. Dos hermanos granjeros viven, solos, en casas distintas pero en el mismo terreno, en medio de las montañas, en un pueblo Islandés. Crían a sus carneros con la devoción de un místico. No se hablan entre sí. Los carneros y el paisaje marcan su vida, no los relojes. La cámara espera como un pastor espera por sus ovejas. El invierno se va tomando poco a poco el paisaje, al ritmo en el que la historia se posa en nuestra piel. O nosotros nos posamos en el paisaje. Nuestra mirada se adueña de las montañas islandesas. El ritmo de las imágenes nos da la bienvenida, y sucede entonces ese momento mágico en el que el espacio deja de existir y ya no estamos más en una sala de cine, pertenecemos a un tiempo fantástico creado para que nos embarquemos en él. Entonces la historia, de lo que se trata la película, se desplaza para dar espacio a la experiencia. Así, quién está sentada en su butaca frente a ese gigante y moderno teatro de sombras movedizas, sentirá el silbido estridente del viento frío que antecede la tormenta.

Ahí está el paisaje, y ahí están los carneros. Y ahí está un tiempo que es intrínseco al espacio. Pero hay más. Hay afectos inquebrantables. Si Caín mató a Abel fue por amor. Nuestros afectos pueden ser tan profundos, tan fuertes, tan incontrolables que se vuelven capaces de provocarnos el deseo de matar. O de sumergirse en los infiernos para cargar al ser amado de regreso a la vida. En Carneros nunca se descubre porque los hermanos no se hablaban, pero en cambio se siente la textura de ese silencio de hermanos, de esa bronca, de ese resentimiento, atado al amor. De ese, el resentimiento más terrible.  

 

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