Un tsunami de colores le cayó encina a Canoa después del terremoto. La ola arrasó con todos, uniendo a la comunidad con un montón de locos que pintaban las paredes. Ahora busca expandirse para llevar su poder a otros rincones del Ecuador.
Un encuentro puede cambiar la vida de sus partícipes para siempre. Un encuentro puede revolucionar una rutina, revelar un mundo nuevo, abrir una ventana nueva en la mente de una persona. Cuando un manaba con espíritu de emprendedor se encontró con una gringa que pintaba paredes en una ciudad de su provincia, abrieron sin imaginarse una ventana por la cual se filtró una inundación de colores.
A ellos se juntó un metalero quiteño, y de pronto los tres se vieron a sí mismos en medio de un montón de locos que también querían pintar paredes. Sin pensarlo, encendieron una celebración fuera de lo común: la Fiesta de Colores.
Rodrigo Intriago es el manaba «embalado» (como lo define Miguel Vinueza, el metalero quiteño), que abordó a Kristy McCarthy (la gringa que pintaba las paredes) cuando la encontró en medio de un mural en proceso en San Vicente. He ahí el primer encuentro, el que detonó todo.
Juntos se propusieron armar un pequeño festival de murales como experimento en San Vicente. Esto pasó hace dos años. Sin darse cuenta, estaban encendiendo la mecha de algo que iba a iluminar la realidad de la provincia y a sacudirla hasta lo más profundo. Rodrigo le presentó la idea a Miguel, porque ya trabajaban juntos en la organización del Canoa Fest hace tiempo. Miguel no le paró mucha bola en un principio, porque no veía mucho futuro en una iniciativa así. Lo suyo era más la música.
Pasa que, según Miguel, Manabí es un lugar muy particular que parece estar detenido en el tiempo de alguna forma, y en el que hablar de arte urbano (o arte en general) todavía puede ser muy difícil. A pesar del constante flujo de extranjeros que hay, gente como Kristy, que no llega a surfear si no a pintar paredes, todavía es vista como «fenómeno».
La oportunidad para hacer murales en un pueblo que no entendía qué mismo era eso, llegó después del terremoto que sacudió a Manabí hace poco más de un año. La catástrofe desplazó el Canoa Fest que organizan Miguel y Rodrigo a Quito y truncó su intento de devolverlo a su lugar de origen durante el año pasado. Los auspiciantes se cayeron y el lugar simplemente parecía no poder recibir a los músicos una vez más. No obstante, el terremoto había pegado con su onda expansiva por otro lado. Al trabar el camino a la música, abrió una trocha para los murales. «No hay mal que por bien no venga», dice Miguel.
Kristy se había encargado de agitar a un montón de artistas urbanos con sus conexiones en Nueva York y estaba lista para traerlos como voluntarios a pintar en Manabí. Era su aporte, como un intento de «reconstruir el ser por dentro», de reanimar a la gente después de la tragedia.
Miguel y Rodrigo giraron su energía y la alinearon con la de Kristy y los muralistas, con el antecedente del festival anterior en San Vicente, y así se lanzaron a organizar la Fiesta de Colores a finales de noviembre e inicios de diciembre de 2016.
No fue fácil en un principio. Fue necesario un trabajo de socialización para poder abrirle un espacio a la iniciativa. Miguel cuenta que se aliaron con los hoteleros y los dueños de los restaurantes de Canoa para ello, y así consiguieron financiar los viáticos y los materiales de los artistas.
A pesar de ello, la comunidad no parecía estar contenta con la idea en un inicio. Miguel cuenta que cuando comenzaron con los murales, mucha gente no entendía por qué pintaban esas cosas. «Pínteme mi casa de azul que yo soy del Emelec» les decían, por ejemplo. Pero ya estaban todos ahí, y con las brochas listas y los rodillos manchados no se iban a echar para atrás.
Los artistas comenzaron a pintar en las paredes en las que tenían permiso y así, poco a poco, Canoa se fue inundando de colores, dejándose maravillar por lo que pasaba.
La gente comenzó a aceptar a los muralistas, a conversar con ellos, incluso a ayudarlos y a pedirles que pintaran sus casas. Miguel recuerda especialmente lo que le pasó a Don Remix, un artista portorriqueño que escogió pintar casi toda la fachada de una casa que estaba lejos del centro turístico de Canoa y cerca de los barrios bravos.
La conmoción atrajo especialmente la atención de unos niños de cinco años que se quedaron pasmados, mirando todo sin hablar. Con el progreso del mural esto fue cambiando. Miguel lo cuenta así: «Al segundo día ya estaban ahí a lado, pero no decían nada. Se iban y volvían. Al tercer, cuarto día ya habían llamado a unos panas. Estaban unos seis guaguas alrededor del man, jugando, y ya sabían qué era un spray, qué era una brocha, qué pasaba cuando el rojo se mezclaba con el amarillo y estaban encantados».
Sin querer, el arte provocó que se formara una relación de una cercanía impresionante. «El último día, eran panas», dice Miguel. Los niños incluso se convirtieron en guías cuando se presentaron los murales a la comunidad, porque conocían a todos y sabían de todo. «Ese mural es de ellos más que cualquier cosa. Son dueños de ese mural. Y están cambiados la vida. Estaban a punta de televisión nacional y reguetón, y durante una semana estuvo un man haciéndoles tripear otras cosas». Así se consumó el encuentro definitivo entre los artistas y la gente.
La Fiesta de Colores había estado fundamentada en un inicio en dos motores ideológicos bien definidos. Esto, debido a que Miguel trabaja en una comunicadora con enfoque comunitario y social. Por un lado, estaba la «construcción del ser», que tiene que ver con hacer que la gente se desarrolle a partir de su relación con el entorno, que crezcan como personas orgullosas del lugar donde viven.
Los murales ayudaron a que, de alguna forma, la ciudad pase a «dolerle» a la gente más allá de los escombros que dejó el terremoto. Que le doliera ver sus calles sucias, sus jóvenes desocupados, su gente sufriendo con la delincuencia.
Por otro lado, estaba «la teoría de los encuentros», que en resumidas cuentas habla de «cómo un encuentro te puede cambiar la vida». Cuando Rodrigo Intriago se topó con Kristy hace dos años, su vida cambió gracias al muralismo. Cuando ellos dos se toparon con Miguel, la vida de él cambió al descubrir una faceta del arte distinta a su refugio en la música.
Cuando los tres se encontraron con los artistas amigos de Kristy, armaron un ejército de gente que cayó a reconstruir Canoa desde el interior de sus muros. Cuando los artistas se toparon con la comunidad, abrieron un portal a la conexión de dos mundos que se alimentan y se permiten florecer mutuamente.
Tal fue el efecto de todo esto en Canoa, que los murales sobrevivieron al hambre de la política. La gente se apropió tanto de ellos, que no permitió que las promesas de campaña y la propaganda los borrara. Convirtieron a su pueblo en una excepción entre los pueblos pequeños de nuestro país, que se ven manchados con frases proselitistas e imágenes de candidatos cuando llega la época electoral. El encuentro permitió que la gente de Canoa encontrara sus propios colores.
La Fiesta de Colores se tomó un pueblo entero y no sólo lo revivió después del terremoto, sino que se convirtió involuntariamente en una residencia artística en la cual decenas de muralistas llegaron de todo lado para pintar junto a sus ídolos y para aprender entre sí. «Al tercer o cuarto día nos dimos cuenta de que esto era algo grande», dice Miguel.
Ahora, la celebración no se puede quedar ahí. Después de la intervención en Canoa, lograron llegar también a la playita de Briceño con unos cuantos artistas. Pero el proyecto tiene que seguir, más allá de Manabí, más allá de la coyuntura del terremoto. Hay muchos pueblos que necesitan los colores y por eso Miguel dice que «debe convertirse en un proyecto a largo plazo. Es una herramienta y sería muy feo dejarla sólo en Canoa, sería irresponsable de nuestra parte».
Por lo pronto tienen las fichas bien jugadas como para lanzar otra Fiesta de Colores en Crucita y en Zamora, donde están hablando con la Prefectura de la provincia. Además quieren regresar a Canoa y seguir con la expansión cultural desde este lugar, trabajando de cerca con la comunidad.
La idea ahora es que la iniciativa logre financiarse, que se vuelva sostenible, y que tenga cohesión de alguna forma con el trabajo que Miguel y Rodrigo ya hacen y quieren expandir en el Canoa Fest. Por lo pronto podemos decir que ¡hay colores para largo!