Uruguay EnEsencia: La armonía de las sutilezas, y viceversa

por Martín González
En los dedos y la imaginación de Diego Martínez, Uruguay no es un país. Es una forma de sentir.

El movimiento es tranquilo y nada parece acelerarse demasiado en el afán de ir a ninguna parte. La brusquedad está ausente, como si no cupiera. Más bien, los matices de las cosas tienden a acoplarse con suavidad. Así es Uruguay… el nuevo disco de Martínez. 

Si bien sus 10 canciones dejan un reflejo de la energía del país, no pretenden retratar nada más que eso: una abstracción personal de sus sensaciones. Y sin embargo, nos llevan de viaje por paisajes sonoros que son tan calmos como alegres. 

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Portada de Uruguay. Diseño: Sergio Silva. Foto: Pablo Secaira

Diego Martínez siempre se ha caracterizado por tener búsquedas musicales poco convencionales. En la trayectoria de este tecladista se cuentan, entre otras cosas: una banda que hacía soundtracks para cine mudo llamada “Lidia va al cine”, y un proyecto artístico que hacía que las fotos de Rolf Blomberg cobren vida por sí solas.

Cuenta que para empezar a componer canciones tuvo que partir lejos, buscando un lugar donde pudiese vivir más despegado de las obligaciones cotidianas. Un lugar de energía un poco más “neutra”. Y así fue como decidió asentarse en Uruguay. Llegó ligero de equipaje y sin ataduras, y consiguió trabajo como profesor de piano y composición en la escuela de música de la Fundación Eduardo Mateo. 

“Me alquilé un departamento de 18 metros, así chiquitito. Mi clóset era el estuche del piano. Mi vida se remitió a ir a dar clases. Después salía y tenía la tarde libre para componer. Entonces (…) me pegaba dos horas de bicicleta por La Rambla. Ahí iba escuchando música, viendo a la gente y me nutría un poco de cosas que están fuera de la música para poder componer. Llegaba y me metía todos los días a jornadas de composición heavies”. 

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Foto: Germán Luongo

Siempre supo que quería hacer un disco. Para él, era un paso necesario en su camino después de haber trabajado algunos años en artes mixtas. Y este estilo de vida “medio zen”, que encontró por allá, le permitió dedicarse largo y tendido a ese objetivo. Tanto, que llegó a crear unas 150 ideas cortas de canciones. “En vez de hacer un máster me dediqué a componer…” dice él entre risas.

En medio de este proceso se contactó con Toño Cepeda y le contó que quería sacar un LP de entre nueve o 12 canciones. A su vez, Toño le respondió que tenía que completar por lo menos 30, para poder escoger a partir de ahí. Y así fue como el álbum empezó a encaminarse, a punta de depurar ideas. 

Las canciones viajaron entonces desde el Río de La Plata, hacia el Río Guayas cuando Diego fue a visitar a Toño en su estudio de Guayaquil, para empezar a armar los demos. Y luego llegaron a los Andes, al estudio de Ivis Flies, donde finalmente se grabaron 12 temas completos. Dos se quedaron en el camino, y finalmente apareció “Uruguay”. “La punta del iceberg, ese es el disco”, concluye Martínez.

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“Es una suma de elementos, de capas sonoras en la que ninguna se destaca en especial”, afirma Diego. “Entre todas las capas crean una sonoridad”. Esta característica está impresa en todo el trabajo, desde lo técnico hasta lo conceptual. 

“Es como retirar sutilmente el énfasis hasta que la observación sea más imparcial y las definiciones tiendan a desaparecer”, dice el compositor. “Nada está muy subrayado. Incluso en la temática de las letras evité utilizar géneros. No hay hombre o mujer en el disco. Solo una observación de estas acciones o de seres”. 

Desde el inicio, las composiciones partieron de los teclados. Hay pianos, sintetizadores y un acordeón. Todos integrados en pinceladas sutiles y suaves, se sostienen y se acompañan. Para el compositor, el trabajo fue una observación meticulosa y controlada de los timbres de cada uno de estos instrumentos. Todo, buscando que compaginaran juntos, a pesar de sus cualidades particulares. 

Y ese trabajo de orfebrería se realizó junto a Alejandro Franov, el otro productor del disco. Diego cuenta que lo conoció en un teatro del centro de Buenos Aires, donde acordaron verse para que Ale pudiera escuchar sus canciones. A pesar de que no se habían visto nunca antes de ese momento, la química musical fue lo que terminó de hermanarlos. Tanto así, que Franov accedió a viajar a Quito para poder trabajar en el disco de Martínez. 

Ale es un especialista de las texturas sonoras. Ha trabajado con Juana Molina en ocasiones anteriores, y alguna revista japonesa lo llamó “El duende del Sonido” en una ocasión. Según cuenta Diego, él se considera a sí mismo como un músico tímbrico. Su trabajo es comparable con el de un artista plástico. Observa a la música como si fuese un cuadro que se puede pintar con brochas y pinceles diferentes, pero que logran darle vida al mismo color, en armonía con los demás.

Esta síntesis sonora se tradujo luego a unos pocos elementos adicionales, que acompañan a las armonías y melodías del disco de forma somera. Suenan unas percusiones juguetonas en las manos de Bastián Napolitano; un par de guitarras estiradas y reverberantes tocadas por Sebastián Game; y la voz de Grecia Albán, que acompaña con solvencia y dulzura a la voz de Martínez.

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Para él, era importante que su voz calzara dentro del paisaje que había trazado, sin robarle demasiado protagonismo a nada, y sin sonar forzada. Por ello se apoyó en Grecia, una cantante que explora la técnica vocal con un enfoque muy corporal y muy apegado a la voz propia, la voz con la que uno se expresa. Diego pensó en ella como una especie de heredera de la técnica con la que había trabajado en Uruguay, junto a Josi García, su maestra de allá. 

Martínez también menciona que Ivis, además de ser el capitán del barco en términos de la producción del disco y su logística, fue un gran apoyo en la parte vocal. “Tiene una exigencia con sus producciones, muy fuerte con los cantantes. (…) No deja pasar una nota”.

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Por su parte, las letras destacan por su carácter impresionista. Más que narrar historias o describir sentimientos, delinean sensaciones delicadas y cálidas. Y lo hacen a través de metáforas precisas, capaces de proyectar imágenes agradables sin usar demasiadas palabras. 

En conjunto hablan de la capacidad de observar la vida con más atención y más calma, ver la armonía que existe en todas las cosas: los seres y su naturaleza. Al escucharlas se podría pensar que no siempre es necesario intervenir en lo que vemos. A veces, el mayor gozo proviene de contemplar las cosas en paz.

 

Todo lo que habita el movimiento es misterio.”

 

-«Misterio». Martínez

 

También integran un poco de humor, según cuenta Diego. Tienen un carácter juguetón que remite a sus intereses creativos. “No cambian”, por ejemplo, parece ser una anécdota contada por un niño pequeño a su madre. “Estiran”, en cambio, incluye un verso que narra cómo una mujer, al ver a su padre muerto y con la mandíbula amarrada, exclama que parece ser que tiene orejas de conejo. Esto está inspirado en la vida real, en una anécdota de algo que ocurrió con la familia de Diego. 

Humor, calma, alegría y poesía se compaginan entre sí, nuevamente, como caras del mismo elemento. Y este, a su vez, se integra, como una capa más, en el resto de capas sonoras. 

Foto: Mario Franco

“Uruguay” es un trabajo muy contenido, sutil y agradable. Un disco que refleja la personalidad de su creador con mucha honestidad y prolijidad. Trasluce la delicadeza con que fue tratado cada sonido, como una caricia que se acopla con sus pares, sin conflicto. 

A pesar de que no es un disco conceptual, sus canciones parecen ser partes de una sola gran canción. Sus nombres indican el estado en el que ella se encuentra, cada uno de sus matices. Es una pintura compuesta de paisajes ligeramente diferentes, que retrata también el estado emocional de Diego en un momento determinado de su vida

En Uruguay está presente mucho del estado emocional de Diego. Foto: Mario Franco

Martínez ya se encuentra en otro camino musical, y en otro punto del mapa. Pero este álbum es una entrega muy honesta de sus inquietudes y sus emociones, a lo largo de 10 canciones. Cabe mencionar, además, que fueron trabajadas junto a un grupo de amigos que lo ayudaron a complementar su energía dócil con algo más de adrenalina

El resultado final es un abrazo musical, de alguna manera. No tiene un género determinado, no cuenta una historia, no plantea ninguna denuncia. Pero acompaña. Nos invita a detenernos por un momento para reposar en sus capas acolchadas de teclados y observar que las cosas sencillas son bonitas por ser sencillas, y con eso basta.

 

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