Texto: Carolina Benalcázar
El agua siempre se ha mostrado como uno de los grandes temas del arte, como un elemento enigmático y metafísico más grande que la vida misma, que tiene la fuerza de empujarla constantemente hacia sus propios territorios. Tal vez Camille, la protagonista de Un amour de jeunesse (2011), reflexione en algún punto sobre esta idea, o tal vez no. La presencia del agua en su vida es una constante invisible. Es un gran mérito el de la realizadora, Mia Hansen-Love, convertir ese elemento en cine.
Un amour de jeunesse cuenta la historia de Camille, y explora la manera en que a través de los años sobrelleva el recuerdo de su primer amor, Sullivan. La conocemos perdidamente enamorada, después la acompañamos en su vida rutinaria que poco a poco va perdiendo la esperanza tras la partida de Sullivan. Y la encontramos una vez más, cuando la recupera al descubrir la arquitectura y a Lorenz, un profesor con quien inicia una relación. Y Sullivan regresa.
Lo que hace Hansen-Love con esta autobiografía es hacer de esta exploración de una etapa de su vida, un retrato de las complejidades que llevan al ser humano a encontrar su individualidad, su libertad. La vida fluye y se escapa en la corriente de sus manos. Todo elemento en la película se ve ligado a esta idea, lo cual apunta a un trabajo tremendamente ponderado por la realizadora.
Desde los movimientos de cámara que siguen hasta el mínimo movimiento de Camille, con un naturalismo y una organicidad que encuentran el momento indicado para ir de una etapa a otra en su vida – a la paradoja del agua y la vida. Esta obra trata con simbolismos sutiles que van tomando vida y sentido, conforme se atan sus fragmentos para llegar a su gran conclusión. Resulta dudoso entonces, que el tema musical recurrente The Water, de Johnny Flynn y Laura Marling, sea coincidencia o azar.