Pintando desde tiempos “Abro”: retrospectiva del Festival Detonarte

por Pablo Dávalos

Esta es la historia de Detonarte, el festival de arte urbano más importante del país, contada desde las palabras de un fan. Tantas latas no se vaciaron en vano. 

Detonarte

Diseño: Manuela Vásquez Guayasamín

Era verano del 2015. Solía andar bastante en la calle y por lo general en bicicleta. Las paredes pintadas me llamaban la atención. Por donde andara, encontraba algo rayado. Yo nunca pinté nada en serio, no era mi intención. Aunque admito que provocaba una adrenalina que extraño.

Recuerdo un par de veces que salí con latas a rayar mi barrio, pero nada más en realidad. Eso pasó durante una temporada. Hoy quisiera volver a hacerlo. 

El año pasaba, y de tanto observar, caché que el mundo del graffiti era mucho más complejo de lo que parecía. El término arte urbano parecía a veces más apropiado. Otras veces, no. Era un mundo extraño y me tomó tiempo entender mejor sus dinámicas. Poco a poco me involucré más, y por distintas cosas di con el Festival Internacional Detonarte

En ese entonces estaban presentando su sexta edición, y años después entendería que probablemente fue la edición más especial que ha tenido el festival. Esa vez tuve la suerte de acudir como voluntario y subirme a una canastilla para pintar toda la fachada de un edificio de seis pisos, una de las experiencias más chéveres que he tenido en la vida. No tenía idea de los pesos pesados con los que me estaba metiendo.

Un recuerdo de la vez que me metí a pintar una pared. Aquí está la obra en proceso. Foto: Pablo Dávila

Hoy, cinco años después de esa experiencia, me puedo sentar a hablar con Luis Aúz, artífice de este legendario encuentro. Para mirar atrás y conversar más a detalle sobre la trayectoria del Detonarte. Aunque ya nos habíamos conocido y ya lo había entrevistado en algún otro momento, esta era una nueva ocasión para desentrañar esas historias de paredes, rodillos, pintura y aerosol.

Los primeros años

Luis y yo nos reunimos un martes por la mañana en videoconferencia. La breve introducción que le pedí, en un inicio, no resultó tan breve como esperaba. Básicamente recorrió a pasos bien alargados la historia entera del festival, en lo que debía ser una presentación. No importó mucho. Poco a poco, y con preguntas no tan planeadas, logré entrar en las minucias de la historia del Detonarte.

Luis cuenta que el Detonarte es consecuencia de un viaje a Bogotá, para participar en el festival Desfase. Entre tres amigos, uno de ellos Egon —leyenda del street art quiteño—, fueron a vivir una experiencia que les permitió conectarse con la escena global del arte urbano. Traerla al Ecuador se convirtió en el siguiente objetivo. Según Luis, a su regreso, en el 2007, no muchos creían en el aerosol. Les tomó dos años lanzar la primera edición del festival. 

Detonarte

Luis Aúz, en la primera edición del festival. Foto: archivo de Detonarte

Durante las tres primeras ediciones mantuvieron más o menos el mismo formato, ocuparon paredes amplias y pintaron murales conjuntos. De esos, el primero fue realmente diferente. Gracias a que Luis trabajaba en ese en el ese entonces quemado Teatro Bolívar, pudo gestionar el espacio del subsuelo para intervenir.

Que se haya logrado pintar dentro del centro histórico, en realidad, era toda una hazaña, y que esté intacto, como Luis asegura que están los muros, convierte a Detonarte en una joya de la historia del arte urbano. A lo mejor voy a visitar el centro con la cámara. 

Espacios paralelos

Después que el Detonarte haya despegado, con varias ediciones exitosas y consecutivas, se empezaron a gestar mejores cosas. La experiencia daba frutos con mejores resultados. Año tras año, las pintadas mejoraron su organización e impacto visual en la ciudad. A la par sucedían otras cosas.

Apareció Neural Industrias Creativas, como un espacio de trabajo y aprendizaje para todo una escena de pintores y escritores de graffiti que brotaba sin discreción. Lo acogió una casa antigua de dos pisos, al más puro estilo del barrio de La Mariscal. Estaba sobre la 6 de Diciembre y Colón.

A veces daba la impresión de que se caería pronto, pero el espacio era impresionante.

Ese pequeño y blandengue búnker de artistas estaba pintado por todo lado, en cada rincón en cada esquina. Poco después funcionaria ahí mismo la pizzería Quesotesirva (de experiencia). Ahí, en esa casa, me acuerdo de que compré mi libro de Arte Bastardo, una especie de enciclopedia Salvat del arte urbano de la ciudad.

Detonarte

Obra de Ralex, uno de los grandes artistas del festival. Foto: archivo de Detonarte

Algo que pregunté a Luis fue su recuerdo de las Madrigueras Tóxicas. Me contó que estos eran espacios o, más bien, juntas libres de artistas para intervenir espacios abandonados o prontos a desaparecer. La actividad no era tanto la novedad, sino el nombre y el conjunto de gente que reunía en distintos encuentros. El colectivo Fenómenos  protagonizaba y organizaba dichas pintas efímeras pero memorables.

Algo que también me acercó al mundo del graffiti fue la bicicleta. Si rodabas en Quito, seguro habías escuchado del grupo ABC o Andando en Bici Carajo. Resulta que había alguna gente del graffiti metida ahí también. Fue algo interesante, aunque no me libré de ver algo triste. Lastimosamente, en una ocasión, esto me llevó presenciar todo una gesta para combatir la muerte impune de Egon.

Respecto a esto, Luis me dice que nunca se logró nada, que por ahí hubo presiones de otros lados. De tal episodio queda la bicicleta pintada de blanco en la 10 de Agosto, a la altura del aeronáutico, donde Egon murió atropellado.

Es un poco irónico, porque había sido precisamente él quien inició con esa maniobra en la ciudad. 

Apitatán pintando. Foto: archivo de Detonarte

El salto a grandes muros

Para su sexta y séptima edición de Detonarte, la cosa estaba mucho más avanzada. Era momento de pensar en otros formatos. Y ahí fue cuando decidieron lanzarse por fachadas enteras y pintar los seis costados de unos edificios de un condominio en Chiriyaku al sur de Quito. Esa fue la edición en la que pude participar.

Quito se estaba transformando en una parada obligatoria de muchos artistas urbanos. El cartel estaba estelarizado por grandes como Onesto (Br), Vera, Mantra (Fr), Steep, Stinkfish(Col) y Apitatán. Vi que necesitaban voluntarios, así que decidí unirme. Al final acabé subido en una de las canastillas con HTM— o Ache Vallejo— y Stinkfish, ese rato no cachaba realmente la dimensión de artistas con los que compartí severo recuerdo. 

No era cualquier cosa lo que estaba sucediendo con el Detonarte. El festival había crecido tanto, que tuvieron que fallar en dos años distintos, cortando un poco la continuidad, pero todo con buenas razones. La primera, en el 2012, por la producción del libro Arte Bastardo, y la segunda, en 2017, por la producción del primer y único festival Guayarte —favor no confundirlo con la actual Plaza Guayarte—.

Después de esos años creciendo, el festival había madurado notablemente y debió buscar nuevos horizontes. De alguna forma, se veía venir una nueva etapa para el Detonarte. Era necesario repensar el asunto. 

El año pasado, el festival dio un giró sorprendente y se celebró en Mompiche. Foto: cortesía de Detonarte

Generar comunidad y fraternidad

La edición del año pasado tuvo un giro sorpresivo y se celebró en Mompiche. Era la primera vez que el festival salía de la ciudad, pero lo hacía con éxito. Fue justo en un momento en que la comunidad de Mompiche necesitaba de reactivación cultural y llegó en el rato preciso para vestir las calles de color. El giro social del festival, dice Luis, era un asunto novedoso que también le permitió a toda la organización repensar lo objetivos.

La trayectoria y éxito del Detonarte no sólo fue un éxito propio que lograron los organizadores, sino también uno en conjunto con toda esa escena. En realidad, abrió la puerta a que muchas otros proyectos de arte buscaran hacer algo parecido. Entre ellos, Luis me nombra algunos que tienen cierta vigencia hoy en día: Numu, en Ibarra; Grafff, en Ambato; Indómita, en Zamora; Fiesta de Colores, en Canoa; y la Bienal Haciendo Calle, en Guayaquil.

Por otro lado, quise preguntarle sobre la presencia femenina dentro de esos once años de trayectoria. Su respuesta era de esperarse. Me dijo que la participación femenina siempre fue todo un reto, pero algo se había logrado en esos años. También destacó la más reciente iniciativa Graffitodas, que se llevó a cabo en Quito y Guayaquil con la participación exclusiva de chicas.

Detalle de las pinturas Abro. Una postal que simboliza los primeros años del festival.  Foto: archivo de Detonarte

Reinventando dinámicas

La novena y actual edición del festival Detonarte se está realizando en dos etapas. Una primera, que ya se la llevó a cabo, y una segunda, que está por ejecutarse en los próximos días. Obviamente todo esto se encuentra condicionado por las circunstancias actuales de pandemia y a las alternativas que todo el mundo ha debido tomar. Eso no quita que la versión digital haya sido un espacio propicio para ejecutar otras dinámicas y sacar el festival adelante.

Sobre esto, Luis destaca el valor recursivo del artista urbano: conectar con su barrio y pedir la pared o el utilizar los materiales disponibles a la mano. En esta ocasión, cada uno de los 22 artistas participantes se ocuparon de grabarse a sí mismos durante su intervención de cuarentena. El resultado fueron una serie de microdocumentales que se estrenaron por tandas y estuvieron acompañados de conversatorios llevados a cabo por la noche.

La segunda etapa manejará la misma dinámica y volverá a reunir artistas de todo el país de manera virtual. Lo que ha demostrado el Festival Detonarte es que no se derrumba. Sigue en pie, ante todo pronóstico. Se ha dado los modos para llegar a una novena edición, y eso es realmente un mérito. Sin duda, la comunidad, que ha crecido tan frondosamente en la ciudad, se ha convertido en una escena rica en talentos y muros vistosos.

***

Casi acabando la entrevista, Luis me vuelve a hablar de la primera edición. Me recuerda que esos primeros años todo era muy difícil, que la cosa era guerrera. “Eran tiempos Abro”, me dice. Esta es una marca de pintura en spray de lo más básica, hoy en día cumple propósitos elementales, pero en ese entonces era todo lo que había.

Las calles no son las mismas de hace 11 años. Las cosas han cambiado y de seguro van a seguir mutando.

Una vez que terminamos de pintar, la cosa quedó así. Mi cámara guardó el momento. Foto: Pablo Dávila

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