El cine, como toda forma artística de expresión, es un vehículo para la toma de conciencia humana. El documental “Océano Sólido” de Tomás Astudillo evidencia esta idea al utilizarla como una constante, que subyace la exploración profundamente personal que supone el realizador al situarse en un territorio extraño, y empieza un recorrido de autodescubrimiento sobre el final de una etapa y el comienzo de otra.
Al definir la naturaleza de esta obra, influyen elementos tanto de contenido como de estética, cuya presencia revela un trabajo tremendamente ponderado. Un documental que juega sus posibilidades creativas, a momentos recordando el diario filmado de Ross McElwee y a momentos un sentido de objetivismo obsoleto, que en última instancia encuentra un lenguaje auténtico. Viéndolo de esa manera; dichos elementos empiezan a tratarse, no de una simple presencia sino de una funcionalidad.
Astudillo emprende su viaje de regreso a Ecuador desde Europa de una manera poco convencional : en vías marítimas – distando mucho de ser un pasajero más. Se encuentra fuera de lugar. En un barco de carga junto a marineros que a duras penas se comunican
Entonces, es a partir de esta premisa que se desarrolla una comprensión de aquel mundo que ve tan lejano, y del suyo propio que repentinamente está tan cercano al mismo. Se trata de una exploración que se inicia en lo ajeno, usa como materia prima lo interno y encuentra una dualidad entre los dos para descubrir que el océano sólido no es únicamente el resultado de un recurso literario. Es una realidad.
Dicha realidad, que es vida, es también cine. Astudillo la expresa a través de un juego que se da en la retroalimentación funcional que existe entre lo invisible y lo visible, y las instancias en las cuales las ideas y los sentimientos se vuelven imágenes, ritmos, símbolos y poesía.
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