La última muestra de Francisco Galárraga es un retrato sincero de la fragilidad y lo íntimo, capturado a través de la belleza y la sencillez de lo cotidiano.
La intimidad es ese lugar donde se rasga nuestro lienzo. Donde muchas veces nos permitimos ser más débiles, dispersxs, abstraídxs. Suponemos que al dejar que se vean nuestras carnes más profundas, las que se exponen menos, reflejaremos todo lo que aspiramos a ser. Muchas veces, pasa lo contrario: al revelar nuestro lado más íntimo, sale a la luz, naturalmente, nuestra debilidad. Sin embargo, es justamente en el acto de exponer esa fragilidad, que damos paso a que la vida, el espacio, las personas, o el reloj, se amolden y nos amolden de alguna manera, ojalá positiva.
Francisco Galárraga ha hecho eso con las pinturas de su quinta exposición individual, creando un retrato extensivo de sus puntos más sensibles. El mismo que ha sido capturado a través de escenas cotidianas que reflejan una cercanía y una sensibilidad conmovedoras. En ellas se abre un espacio para pensar y emocionarnos con lo que se ha quedado atrás cuando decidimos soltarlo, con la esperanza de que el tiempo decida colocarlo —o colocarnos— en un lugar mejor.
La muestra está compuesta de casi 40 pinturas de varios formatos. El hilo conector entre ellas es, de una u otra forma, construir un reflejo sensible de lo mundano. Hay bodegones compuestos por botellas de cerveza vacías, ajíes secos, bananos colgados, dulces a medio comer. Hay retratos de personas cercanas al artista y estudios de paisajes sin acabar. Y hay escenas de momentos sumamente ordinarios pero cargados de emocionalidad.
Quizás, estas son las pinturas que más destacan de la muestra y las que más encarnan el espíritu que la recorre. Se revelan como si fueran las fotos de un álbum: imperfectas, pero embellecidas por el afecto y por la melancolía de saber que ya no podremos regresar los momentos que nos muestran. Esto deviene de la forma en que Galárraga compone sus pinturas.
“Ando con mi cámara tomando fotos de todo”, comenta el artista. “Todo de manera súper amateur. No es que planeo mucho la cosa. Es más esta idea del registro, como de crear un banco de imágenes, texturas, lo que sea”. Con ese material fotográfico, Galárraga crea sus pinturas como si fuesen un collage: “Esto le paso a Photoshop y ahí comienzo el proceso de crear el cuadro, componiendo, utilizando partes de una foto: ‘el cielo de aquí lo voy a mezclar con este cuerpo que está por acá, y esto con la textura de piso que está por acá y así voy formando mis composiciones”.
El resultado es una forma de pintura realista muy particular. En vez de recrear la realidad en estricto rigor, deja su propia visión afectiva de la misma, con los retazos de su curiosidad y su memoria. El sentido de realismo queda cristalizado en su manera de no ocultarnos los objetos cotidianos rodean a sus personajes, como huellas del espacio. Y es en estos objetos, donde quedan contenidas la memoria y las emociones que se dispersan entre los sujetos.
La mirada soñadora del retrato de su hija aterriza en los globos y las serpentinas que están junto a ella. Las expresiones de alegría de los amigos que comparten una lección de 40, se anclan en la botella de vino y las servilletas de la mesa. La regleta y los cables que salen del velador, tildan la expresión enigmática de la mujer desnuda sobre la cama. El sillón y el libro abierto que están al centro del cuadro en el cuadro titulado “Ultima Ratio (Último Argumento) Retrato Postfamiliar”, atan a los personajes en el mismo centro.
Son estos elementos mundanos los que nos hacen pensar que las personas retratadas no posaron, sino que fue capturadas en lo espontáneo, sin darse cuenta, en sus momentos de fragilidad. Y esto lo revelan las miradas perdidas que tienen casi todos, y que dejan una sensación de ternura agridulce en cada una de las escenas.
Sin embargo, hay un cuadro que funciona como pieza angular de la exposición, en el que se quiebra, o nace, el planteamiento estético de la misma. “Autorretrato cojo” muestra a Galárraga desnudo, sostenido de unas muletas, y rasgado, literalmente, por unos rasguños en el lienzo. Después de haber dejado esas escenas íntimas de los últimos cuatro años de su vida para que nos identifiquemos con ellas, el artista se sincera. O quizás lo hace antes. Aquí parte y aquí termina.
La muestra más literal de vulnerabilidad que tiene la exposición, redondea algunas premisas: la melancolía tiñe a la memoria, lo que ha quedado atrás duele dulcemente, lo cotidiano carga con una parte de nosotros y después de que nos rompemos todo va cambiando. Al final, cuando tomamos todo lo que ha caído por las grietas, y lo transformamos en otra cosa para mostrarlo al mundo, solo esperamos que sane y cuente nuestra historia. Si lo logramos o no… el tiempo lo dirá.
La muestra estará abierta en el Centro Cultural de la PUCE hasta el 13 de Marzo. Pueden visitarla de 9AM a 6PM.