El Cóndor no es solamente el ave que corona el escudo nacional del Ecuador. También fue el último auto «ecuatoriano» en fabricarse alguna vez, y el símbolo de una sociedad desconcertada ante el boom petrolero y la «modernidad». Conversamos con Adrián Balseca, el director del cortometraje «El cóndor pasa», para que nos contara por qué y cómo decidió levantar el vuelo.
¿Por qué elevar al Cóndor?
Este proyecto podría entenderse como una especie de continuación de «Medio Camino«, otro documental en el que Balseca experimentó con el «Andino», el primer auto hecho en Ecuador, empujándolo, sin tanque de gasolina, desde Quito hasta Cuenca. Parece entonces que la otra mitad del camino terminó llevándolo hacia el «Cóndor GT», el último carro hecho en el país. Al artista no le importa si los carros ruedan. Para él, el hecho de que sean los únicos autos de fabricación nacional, los une en esencia y los convierte en símbolos de un pasado casi imaginario para el país. A partir de ahí surgen muchas preguntas para él, y entonces se vuelve necesario intentar alzar el vuelo con un nuevo proyecto, utilizando un nuevo carro.
Según cuenta Adrián, el Cóndor era fabricado por AYMESA, una de las pocas plantas que ensamblaba autos «ecuatorianos», que en realidad eran hechos con piezas traídas del extranjero. Este modelo, apareció en la década de los ochenta, y por sus características estéticas se convirtió en un símbolo de bienestar y «buena onda», mientras se desvanecía la efervescencia del «boom petrolero» que se dio durante la breve dictadura militar del Ecuador. En esta época compleja, el Cóndor era la materialización de los ideales de la «modernidad» para el país, la representación de sus deseos de industrializarse y de volverse rico con el petróleo. Por ende, se percibía como una cosa abstracta y compleja más allá de sus cuatro ruedas.
Pensando en este contexto, Balseca tomó al auto como un símbolo de ese pasado espeso y lo convirtió en un pretexto para preguntarse: «¿Qué pasó con esa industria? ¿Por qué nunca más fue?». Esas dudas lo ayudaron a conceptualizar su nuevo documental, en el que lo que importa no es el pasado del auto en sí mismo, sino la de un país: «No me interesa la historia (…) debe haber una historia súper rica sobre la fábrica, sobre la construcción, pero yo creo que ya está resumida en la materia [el auto]».
Para poner al auto en acción, Balseca escogió un escenario que también podría entenderse como producto de los tropiezos de la industrialización en Ecuador. Pensó en llevarlo a las canteras de San Antonio de Pichincha, de donde se extraen los materiales para el cemento con que se construye Quito. Éste era un lugar sagrado en tiempos prehispánicos, cerca de los observatorios astronómicos del cerro Catekilla. Ahora, con la entrada de la minería, se ve cada vez más árido y desolador, como si hablara de los daños que la explotación de la cantera produce, con la deformación paulatina de su paisaje. Llevar al Cóndor GT a este lugar decadente y ponerlo a actuar en un cortometraje se convierte entonces en una síntesis de dos elementos que cuestionan cómo es que «la industria ecuatoriana» dejó de ser una señal de progreso y se convirtió en una especie de conjunto de símbolos obsoletos. Estos cuestionamientos sobre el pasado del país y sobre lo que tuvo de sagrado, fueron lo que finalmente llevó a Balseca a decidir alzar el vuelo, y con estos elementos concibió «El cóndor pasa».
Preparativos para el Despegue
La mayor complicación a la hora de concretar esta exploración visual del pasado industrial del país, fue conseguir el auto. Después de una investigación previa en la que Adrián rebuscó revistas, fotografías y demás material de archivo, emprendió la búsqueda. Cuenta que debido a que el auto se fabricó en fibra de vidrio, era muy común encontrar Cóndores tuneados, con alerones o piezas diferentes, que los hacían «versiones Frankenstein» del verdadero. Para encontrar uno que se mantuviese fiel al original, debió ir hasta el sur de Ambato, donde dio con lo que buscaba. Curiosamente, el dueño del Cóndor que protagoniza el cortometraje fue mecánico en la fábrica de los autos desde que tenía 14 años, y tenía los moldes originales. Dado que su Cóndor no tenía la parte frontal, el hombre tuvo que fabricar esa pieza faltante, 45 años después de no haberlo hecho, en un gallinero: lo que quedó de la línea de ensamblaje automotriz del país.
Posterior al encuentro con el protagonista, fue necesario encontrar el set adecuado en medio de las canteras de San Antonio. Para ello, Adrián y su equipo negociaron utilizar un precipicio desde el cual se tira chatarra comúnmente, con un recogedor del lugar. Le ofrecieron dejar todo tal y como lo encontraron a cambio de que él dejara que utilicen el espacio para poner a volar al Cóndor. Curiosamente, el hombre y su camioneta terminaron por convertirse también en personajes de la película. Fue así como se encontraron todas las piezas necesarias para hacer realidad el vuelo que el Cóndor hace desde la cantera.
En pleno vuelo: Exhibiendo a «El Cóndor Pasa»
«El Cóndor Pasa» se presentó por primera vez, con buena acogida del público, en septiembre del año pasado en la muestra «Intersecciones: Después de Lautréamont», llevada a cabo en Miami. Esta exposición fue obra del colectivo de artistas de CIFO: una importante colección de arte estadounidense que cada año convoca a diferentes creadores de Latinoamérica para formar parte de una especie de programa de mecenazgo. Adrián fue nominado a la muestra por su trabajo como artista visual y concibió este cortometraje en una manipulación del video como herramienta de su propio lenguaje artístico. Si bien él se formó como diseñador gráfico, su incursión casi accidental en el documental y las artes audiovisuales le han permitido consolidarse como artista, casi a tiempo completo, en los últimos años.
«El Cóndor Pasa» es una exploración del lenguaje cinematográfico, que juega provocativamente con la borrosa línea que divide la ficción del documental. Para Balseca, hacer un cortometraje desde esta postura es una declaración política, una especie de empoderamiento de su obra y de la circulación de sus ideas. Pensando en ello, no define a qué lado del espectro del cine pertenece El Cóndor Pasa. No obstante, sí afirma que «si bien está producido y pensado desde las artes visuales, puede tener un lenguaje documental para un festival de cine o para un circuito de exposiciones como el que ya ha recorrido». Esta particularidad hace de la película una obra innovadora dentro de la grilla de los EDOC, y de la grilla audiovisual del país en general. Son muy pocas las obras nacionales que juegan de esta forma con la ficción y lo documental. A Balseca le interesa quedarse ahí en medio, formando parte del juego y permitiendo que el público tome la postura que desee.
El Cóndor Pasa, forma parte importante del contingente nacional que está dentro de los 106 documentales de los EDOC, junto con algunos otros cortometrajes. Es un producto que cuestiona épocas pasadas y desafía el presente. Balseca podría entenderse como un «cineasta alternativo», pues su formación y la mentalidad con la que concibe sus proyectos habla de un modelo diferente, casi de guerrilla, que busca separarse de la institucionalidad para hacer obras que, por el contrario, la cuestionan. Vale la pena asistir al vuelo del cóndor para retarse a analizar todas estas aristas en los 8 minutos que dura.
Últimas funciones
- Domingo 29 de mayo: Sala 2 Incine – 17h30. Se presentará junto a más cortometrajes nacionales. Foro con los directores al final de la función.
- Martes 31 de Mayo: Pobre Diablo – 19h00. Maratón de cortometrajes ecuatorianos. Foro con los directores al final de la función.