El cine de animación aparece en nuestro país como un soplo de vida nueva. Con él viene «El Capulí», el segundo cortometraje animado de Carlos Sosa, que ahora se prepara para su etapa de ensamblaje definitivo después de una campaña de crowdfunding exitosa.
El Capulí emerge como una apuesta ambiciosa para un lenguaje que se ha explotado poquísimo como forma de arte en el Ecuador. Hasta hace poco, el cine de animación en nuestro país estaba casi totalmente volcado a la producción de publicidad. Esto fue hasta que un grupo de animadores apasionados (entre ellos Carlos Sosa, director de este proyecto) decidió juntarse para sacudirse el polvo y darle cabida a sus sueños en el Gremio de Animadores Audiovisuales del Ecuador.
«Es un intento de conocernos entre todas las personas que trabajamos en el medio, organizarnos quizás. A futuro la idea es lograr crear un festival de animación porque el único que existía en el Ecuador, el ANIMEC, desapareció hace algunos años y un país sin festival es un país donde la animación no puede crecer», dice Carlos para definir el propósito de la organización.
El Capulí nació de una de las historias que el padre de Carlos le contaba a él y a sus hermanos cuando era niño. Dichas historias eran sin duda algo especial, pues su padre era oriundo de Conocoto, una pequeña localidad (rural en tiempos antiguos) en los márgenes de Quito. El trasfondo fantástico de ese lugar tan particular quedó grabado en las ideas de Carlos, sembrando en él un afán por materializarlo desde pequeño. «El Capulí» es una de las tantas historias brotadas de este pueblito y la memoria de su padre, y una de las que más atrapó la atención de Carlos cuando era niño.
Inspirada en la vida de un personaje real del lugar, narra las peripecias de un hombre que vendía frutas para ganarse la vida (he ahí su apodo), pero cuyo sueño más grande era ser el estilista de sus vecinos.
El Capulí de Carlos se adaptó de la realidad a la fantasía con algunos elementos fantasiosos que lo caricaturizan, junto con una congregación muy fiel del tipo de personajes que uno encontraría rondando en las calles de un pueblito en la sierra ecuatoriana. En esta versión del cuento, el personaje tiene unas manos enormes que atemorizan a la gente lo convierten en el blanco de las burlas de las viejas chismosas y del peluquero «oficial» de la localidad.
Carlos le ha venido apostando a ese ímpetu de animar y mostrar las historias del Ecuador en otras tierras desde hace tiempo. Cuando estudiaba en Brasil, hacia el 2011, decidió cruzarse un día de Porto Alegre a São Paulo para descubrir qué había en el Festival Anima Mundi, uno de los más importantes del mundo de la animación. Al ver que en la cartelera no se asomaba el nombre de Ecuador ni de lejos pensó: «bueno, ¿por qué no hago yo un corto que pueda llegar al Anima Mundi también?». Así nació «Canicas de Cuento», su debut, terminado en el 2011 cuando regresó para radicarse en Ecuador, con el apoyo de los fondos concursables del CN Cine.
Con él llegó lejos, logrando su primer cometido al formar parte de la muestra oficial del festival brasileño. No obstante, las canicas no se detuvieron ahí, y alcanzaron también a rodar por Atenas, Barcelona, Nueva York y Chicago. Ahora, más experimentado y más ambicioso, Carlos se decidió por el camino del 3D para El Capulí y con él también espera pegarle a la cartelera de los festivales Triple A de animación en el mundo, como el mismo Anima Mundi o el de Annecy en Francia, y, por qué no, al mismo Óscar si es posible. El que un cortometraje chileno (Historia de un Oso) ya se haya adjudicado este galardón el año pasado se presenta como una invitación para que los animadores ecuatorianos como Carlos busquen apostarle a lo más alto con sus historias.
Uno de los puntos fuertes del Capulí podría ser el esmero en el tratamiento de su guión. Carlos ha trabajado durante mucho tiempo en ese aspecto del cortometraje, reescribiéndolo muchas veces después de un primer tropiezo con la convocatoria del CN Cine, y puliéndolo aún más en el TIFA, un taller de cortometrajes animados en Venezuela al que asistió como invitado para recibir asesoramiento en la estructura narrativa de su proyecto.
Este aspecto del proyecto es notable, dado que con un esqueleto sólido, la animación se convierte en el lenguaje de los sueños, donde la imaginación es el límite de la historia que se quiera contar. Carlos se siente cómodo en ese juego y dice que «lo chévere de la animación es que puedes rayarte un poco más que cuando escribes para rodar algo en live-action en el cine».
No obstante, aunque el cine animado permite explorar límites más amplios, también se convierte en una labor más ardua, porque cada mundo que se crea debe cobrar vida desde cero y ese proceso requiere una armada entera. Carlos y su productor, Juan Carlos Sevillano lo saben, y han tenido que apañar entre sus trabajos regulares como profesores de animación en el Insituto Metropolitano de Diseño —La Metro—, y la organización del equipo del cortometraje en un modelo de trabajo remoto para sacar todo adelante. Basando su esquema de producción en el de una fundación en Holanda, trabajando en su tiempo libre y apostándole a las herramientas virtuales como el Dropbox han logrado poner en marcha El Capulí, haciendo malabares con los recursos.
Actualmente, el cortometraje se encuentra en la etapa final de modelado de los personajes. Ya mismito están listos para cobrar vida, una vez que les pongan el esqueleto digital que les permitirá moverse en la pantalla. Luego vendría el modelado de los espacios y el proceso de finalización del cortometraje que incluye la sonorización, iluminación, colorización, etc.
El pasado 22 de diciembre, el cortometraje terminó una campaña crowdfunding con el 56% de su meta recaudada: 5 640 USD. La acogida del público sin duda fue mucho más de la esperada por todo el equipo, considerando que el proyecto le apuesta el todo por el todo a surgir en un medio virtualmente desconocido para nuestro público. Los fondos que se obtuvieron servirán para completar el proceso de animación y modelado, las partes más neurálgicas de la creación de una película animada.
Con el cepo lleno, El Capulí se prepara para despegar y alzar el vuelo sin miedo en este nuevo año, invitándonos a soñar y a pensar en que las historias que nacen de nuestra tierra merecen ser regadas y cultivadas con amor. Solo así pueden crecer y dar frutos que acerquen al mundo a lo rico de nuestra tradición narrativa, tan pintorescas como un hombre que vende capulíes pero sueña con cortar cabellos.