Editoriales cartoneras: una propuesta a punto de desaparecer

por María Paula Ramírez
Tres iniciativas diferentes comparten su experiencia al fabricar libros artesanales a partir de cartón. ¿Por qué pende de un hilo un formato que promete mayor accesibilidad a la lectura? 

Por su propia naturaleza, una de las mayores luchas de las editoriales cartoneras es la sostenibilidad económica. Estas iniciativas buscan dar mayor accesibilidad a la lectura a través de libros de cartón que tienen precios bastante bajos en comparación a los formatos tradicionales. Por lo tanto, sus fondos no alcanzan y cada vez quedan menos de estos proyectos en el país.

Murcielagario Kartonera nació en 2010 como una editorial cartonera en Quito. Su principal objetivo es dar acceso a la literatura. “No puedes pedirle a una persona que lea un libro de $30 cuando vive con $1 al día”, explica Agustín Guambo, miembro de Murcielagario. “Buscábamos atacar esta idea de que la gente no lee. La gente sí lee, pero el problema es que es muy caro adquirir un libro en nuestros contextos”, añade.

Con libros desde $2 hasta $10 y tirajes de 30 a 50 ejemplares, Murcielagario nunca tuvo un fin lucrativo. En 2018, se realizó la última impresión de la editorial. Guambo atribuye la inactividad de Murcielagario a que el equipo se enfocó en sus proyectos individuales, pero también a la falta de socialización del proyecto.

Cortesía Agustín Guambo. Logo de Murcielagario Kartonera, editorial que tuvo su última impresión en el 2018.

Supay Colectivo Cartonera (antes Mandrágora Colectivo Cartonera) imprimió su último libro de cartón en 2019. En 2015, Supay, ubicada en Piñas, El Oro, tuvo tirajes de 300 a 400 ejemplares vendidos a $5. Paúl Ramírez, miembro de la editorial, asegura que actualmente su principal obstáculo es el financiamiento. “Empezamos a trabajar en 2012, hoy en el 2023 nosotros no hemos recibido nada más que la satisfacción, pero con eso no basta a veces”, señala Ramírez.

Según Paúl, el objetivo de esta editorial cartonera es “difundir la literatura y ser un brazo subversivo literario”, por lo tanto, lucrar del proyecto no es lo importante. Sin embargo, un mínimo de fondos es necesario para que la editorial, que no ha cerrado, pueda imprimir.

Cortesía Paúl Ramírez. Libros cartoneros de Supay Colectivo Cartonera (previamente Mandrágora Colectivo Cartonera) que mientras funcionaba tuvo tirajes de 300 a 400 ejemplares.

Liberta Cartonera es la editorial más reciente de las tres, nacida en 2019 en la capital. Sebastián Armas, uno de sus miembros, afirma que su objetivo es “aportar en el campo cultural y explorar la relación entre pedagogía y edición”. Por eso, en 2021, Liberta ofreció libros a dos colegios en Quito, lo cual implicó un ingreso importante. Normalmente, sus tirajes son de 50 ejemplares vendidos desde $6 hasta $10.

En 2020, inauguraron Casa Liberta, taller editorial y centro cultural, pero dejó de funcionar en 2021. En octubre de 2022, Liberta ganó el Plan de Reactivación Cultural del Municipio de Quito. Los fondos serán utilizados en la editorial y también en la reactivación del centro cultural.

“La prioridad no es hacer plata, pero es importante. Queremos que la casa sea un medio de sustento, pero no puede ser inmediato, toca trabajar, aguantarse, por eso se ganó el proyecto de reactivación”, enfatiza con entusiasmo y esperanza Sebastián.

Pero… ¿cómo se arman los libros de cartón? 

Su fabricación ha evolucionado con el tiempo. “Al principio los libros eran pegados con grapas o goma”, relata Sebastián. Después, una de sus colaboradoras, Alejandra Verduga, le enseñó a todo el equipo de Liberta a coser los ejemplares.

El aspecto más limpio y profesional que le da esta técnica a los cartoneros también implica más esfuerzo al momento de ensamblar las obras. Con todo ya listo e impreso, el proceso de armado puede demorar alrededor de 20 a 25 minutos por libro, asegura Sebastián.

Respecto a las portadas, estás han sido otro canal para que la editorial pueda fluir creativamente. Alejandra utiliza serigrafía para diseñarlas. Esta técnica de impresión consiste en transferir una tinta a una superficie a través de una placa tensada en un marco.

En el ensamblaje y el diseño estético hay mucho esfuerzo y arte que pueden llegar a pasar desapercibidos. Sin embargo, son igual de importantes de rescatar que las intenciones sociales y culturales que hay detrás de estos libros.

A pesar de ser un trabajo arduo, el armado de los libros cartoneros también es una oportunidad de acercamiento y colectividad. Murcielagario fue una iniciativa fundada por un grupo de amigos. Por eso, los momentos en los que se reunían a ensamblar los textos tenían un valor emocional adicional.

“Teníamos un pretexto para reunirnos. Era compartir ese momento de crecimiento juntos y sentir que estábamos construyendo algo”, relata Agustín Guambo con emoción.

Fotografía por María Paula Ramírez. Portada de “De una vez por todas”, un compendio de cuentos de Juan Carrión para Liberta Cartonera.

El armado también puede tener un sentido de colaboración y de creación de cultura comunitaria. En Piñas, donde está ubicada Supay, Paúl cuenta que personas desconocidas “empiezan a timbrar cuando saben que estás haciendo un libro y quieren acolitarte”.

Para él, el ensamble de los textos es la parte menos obstaculizada del proceso cartonero. “Todo el mundo mete mano con el pretexto de generar un acercamiento entre todos, una cosa buena”, asegura entre risas Paúl.

Los proyectos de Murcielagario, Supay y Liberta son mucho más que solo su producto final: los libros de cartón. De por medio, hay esfuerzo, dificultades, trabajo, esperanza y más que nada fe en una iniciativa que busca una mayor accesibilidad a la lectura y la difusión de literatura por todos aquellos espacios que han sido negados de ella.

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