Alba se estrenó en Ecuador el pasado 28 de octubre después de una fructífera trayectoria por festivales de todo el mundo, donde cosechó reconocimientos de todo tipo. Con un historial pesado en el año de su alumbramiento, la ópera prima de Ana Cristina Barragán llega pisando fuerte a las salas de nuestro país. Bien dicen que cuando el río suena, piedras trae.
Desde su primera secuencia, ALBA deja en claro que no se trata de una película convencional. No tiene un esquema narrativo clásico, casi no tiene diálogos, su mundo visual está compuesto casi totalmente de primeros planos y detalles, sus personajes se revelan al espectador por sus gestos. No es una película cursi ni canguilera. No es un chicle mental, no es fácil de digerir por momentos. ALBA exige del espectador casi el mismo nivel de compromiso emocional que la directora refleja en su manera de contar la historia.
La historia cuenta la vida de Alba, una niña de 11 años que vive sola con su madre y que ve su realidad convulsionada cuando ésta cae gravemente enferma y termina en el hospital. Las circunstancias obligan a que ella vaya a vivir con su padre, Igor, quien es aparentemente, la única persona que le queda. No obstante, los años de ausencia y la personalidad introvertida de ese hombre -que parece más un desconocido-, terminan por condicionar la relación padre-hija a silencios y miradas incómodas. Júntese esto a encontrarse atravesando la puerta de entrada a la pubertad y con ello queda establecido el panorama emocional de la historia.
Alba es una película de sutilezas. Quizás lo que más destaca en ella es su capacidad para engrandecer las emociones que existen en los momentos más chiquitos de la vida, en aquellas cosas que no parecerían significativas ni memorables. Tomando en cuenta que la protagonista es una niña de 11 años que se ve arrancada de su mundo seguro, hay de por medio mucha coherencia y fidelidad con el punto de vista desde el cual se cuenta la historia. A esa edad, cuando las hormonas parecen jugarnos en contra, todo se siente mucho más grande de lo que debería. Jugar «verdad o desafío», conocer a tu papá, pasar frente a la clase a dar una presentación, la primera menstruación. Estos eventos se nos presentan desde el sentir de la niña, y es por eso que se vuelven dolorosos o conmovedores. Para ella, en medio de la inestabilidad en que se ve inmersa, nada de esto es insignificante. Las situaciones, al igual que los personajes, se sienten muy humanos, con todos los matices y sin ningún cliché. No hay buenos ni malos, hay personas que sienten y sufren.
Alba es una película de sensaciones. Esto resalta, sin volverse obvio, gracias a lo envolvente su sonido y su fotografía. En coherencia con el punto de vista desde el que se cuenta la historia, los momentos más emocionales se nos muestran con las imágenes y los sonidos más pequeños. Una mariquita paseándose por los dedos de la protagonista, los lunares en el cuerpo de su padre, la luz que se cuela por la ventana de un ático, los silencios incómodos que chocan con la bulla de otros niños. La película es un logro, pues transmite las emociones más íntimas de la niña, reflejadas en los momentos más minúsculos de su día a día. Sin llegar a ser pretensioso ni pomposo, su marcado estilo visual junto con su cuidado diseño de sonido exigen que el espectador esté atento, que se mantenga junto a Alba y la acompañe en sus pasos. De lo contrario, sería imposible notar la profundidad de su mirada, escuchar la ansiedad en las sirenas que suenan cada vez que alguien llama al teléfono de la casa de su padre.
Alba avanza en medio de este delicado tejido, dando pasos firmes, sin entregar más de lo necesario, estoica y resiliente en su ritmo y su lenguaje. Al ver la solidez en las actuaciones y la consistencia, preservada con un rigor impresionante, en todos los elementos de la narrativa, parecería difícil creer que esta es una ópera prima. Parece el trabajo de una directora consolidada, de una mente macerada con el tiempo. En parte así es. Quienes conocen a la directora saben de la disciplina casi militar con que se ha dedicado a explorar el universo de sus inquietudes a lo largo de su breve carrera, con tres cortometrajes previos que también le dieron la vuelta al mundo. No obstante, como estudiante de cine, uno mismo no puede dejar de admirar que Ana Cristina Barragán haya soltado una obra tan bien trabajada y pulida con tanto amor antes de cumplir sus 30 años. La pasión profunda con que esculpió la historia y los personajes que la mueven se vuelve evidente y sostiene todo sin vacilar.
Si de algo peca la película, es que el rigor con el que sostiene su estilo puede jugarle en contra a la trama. La historia podría volverse lenta por momentos a causa de esto. Por eso reitero, no es una película fácil ni se hizo para gustarle a todo el mundo. Quien esté acostumbrado a narrativas más rápidas, tal vez tenga que hacer un esfuerzo doble para empatizar con esta historia. Alba más bien se regodea en contar los hechos con el mismo espesor con el que viviría una niña de 11 años que, en medio de la soledad, siente irse a su madre y debe aprender a reconocerse a sí misma junto a un padre lejano.
La película se plantea como una invitación abierta a formar parte de la mirada de la niña, de Alba. Quien la acepte y se comprometa a asistir, de seguro encontrará algo con qué identificarse; algo significativo, por minúsculo que parezca. Alba no es una película de emociones intensas, de drama encarnado, de buenos ni de malos. Alba es un producto consecuente con la mirada de su directora y con las aspiraciones de contar historias desde otro punto de vista, con otro lenguaje, donde la simplicidad y la sutileza se acercan mucho al poder de las emociones. Alba es el reflejo de una mirada sensible.
2 commentarios
Fue tan sensible que casi me duermo al verla.
What a data of un-ambiguity and preserveness of precious experience concerning unpredicted feelings.
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