Una serie de fotografías desde la intimidad que conforman una obra más comunitaria que personal.
Las personas en este encierro habitamos los espacios íntimos, nuestros hogares, nuestros cuartos. Nuestras salas y cocinas dejan de ser lugares transicionales para convertirse en nuestro refugio, los odiamos y los amamos tanto como a nuestros cuerpos. Los decoramos como a nuestra piel, los limpiamos con precisión y minucia. Los perfumamos, los saboreamos y les damos nuestro carácter. Nuestros refugios en este encierro son una extensión más de nuestra piel, de nuestros órganos y de nuestra alma.
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El filósofo francés Bruno Latour, en un tweet que publicó el pasado primero de mayo de 2020, se refirió al aspecto comunitario de la experiencia de las artes vivas así: “Que los teatros, cines, conciertos, salones de baile sean los últimos en reabrir, es un magnífico tributo al hecho de que son el único lugar donde la gente aprende a sentir emociones en conjunto de verdad. Mientras no podamos estar allí juntos, no volveremos a estar vivos. “Artes vivas», de hecho”.
Y de cierta manera es muy cierto, si consideramos también la experiencia del arte en los museos, las galerías y los centros culturales —benditos espacios de experiencias artísticas transformadoras, esperamos volver a estar ahí muy pronto—. Aun así, me quedé con un bichito de reflexión en la cabeza, y habiendo trabajado en cine, y teniendo un amor incontrolable por el teatro, mi pregunta fue: ¿Y qué pasa ahora con el otro lado del espejo? Parafraseando a Café Tacvuba, ¿qué pasa con los andamios detrás de los visible? El arte de muchas formas también es un proceso de construcción en comunidad. La teoría del “Autor” ha sido vastamente debatida, y ahora en el encierro por la pandemia, los círculos académicos van a tener muchísimo más que debatir.
Así, entre el tweet de Latour, mi necesidad por ver en escena al menos una de las obras Harold Pinter —dramaturgo inglés, premio Nobel de Literatura— que experimento tan sólo como literatura en estos días y el balcón de mi encierro, miró hacia mi otra ventana, la más pequeñita que tengo a la mano, y me encuentro entre las historias de Instagram con una serie de fotos que me cautivan al instante. Son varias personas desde su encierro, mostrándose con una naturalidad tal, que me atrapa. Son varias personas que conozco —y otro tanto que no— a las que jamás había visto así, hablando desde su espacio y desde su cuerpo, ambos íntimos y muy expresivos, casi miméticos. Transmitiéndome sensaciones con las que también me conecto en este encierro.
Contacto con el autor, JJ Alomía, pues necesito entender el proceso creativo —el detrás de cámara, los andamios— para haber llegado a transmitir todas esas sensaciones que dialogan muy bien en esta serie. Y tenía dos preguntas fundamentales. La primera: ¿Cómo conseguir que pese a la distancia todo calce de manera tan armónica? Y —esto fue tal vez lo que más me intrigaba— me fijé que varias de las personas que fueron parte de estos retratos narraban esta experiencia de una manera muy satisfactoria, como algo que les hizo sentirse muy bien, y no paraba de intrigarme la segunda pregunta: ¿Cuál es este proceso?
No les voy a contar el proceso —sí, soy detestable—. Pero les voy a contar varias de las reflexiones que salieron de la conversación con JJ y tal vez puedan deducir el proceso a partir de estas reflexiones.
Le digo a JJ que quiero escribir sobre su serie, días después me llama y conversamos, me pregunta cómo va todo, ¿Qué tal el encierro por acá?, pregunto de vuelta ¿Cómo va el encierro por allá? Y empezamos a hablar sobre Hopper sobre cómo ha influido en lo que hace, sobre cómo el espacio puede transmitir tanto sobre uno mismo. Le pregunto cuál fue el tratamiento respecto a la luz, me interesa mucho pues estoy trabajando en una serie de investigaciones con la fotografía y el ocaso en estos días.
Me cuenta sobre la luz natural de Utah, la luz en Nueva York y California, lo dura que es la luz acá en la mitad del mundo. Me cuenta sobre la penúltima foto de la serie. Que tiene varias particularidades: es la única que la hizo en la noche. No conocía personalmente a quien retrataba y hubo un importante trabajo junto con su retratada en iluminación y producción.
Así, empezamos a conversar ahora sobre la deconstrucción del autor. Me contaba que esta serie lo hizo reflexionar sobre el rol del fotógrafo, y qué tanto representa la acción de dar un click. Qué tan similares son los roles de un director de cine y un fotógrafo. Las implicaciones de la puesta en escena. Elegir vestuario, maquillaje, locación, la posición de la cámara. Elegir la toma. El proceso de edición y la preproducción. Tantos autores a los que ahora le sumamos a la tecnología, la nube, la Inteligencia Artificial, las redes sociales, los actantes digitales. De cierto modo, cada uno de sus retratados son autores de la foto. De cierto modo, esta es una obra colaborativa.
Entonces, hablamos sobre cómo empezó la serie, y me comentó que todo empezó con una serie de fotos que tenía pendiente hace algunos meses con Gabriela Giese, y que sintió que era el momento perfecto para hacer estas fotos y luego se le ocurrió invitar a las personas que quieran retratarse. Lo hizo con un mensaje en sus historias de Instagram. El contagio digital empezó. Desde ese momento la serie tomó vida propia y tuvo un efecto cascada a partir de esa foto con Gabriela.
Me pareció que las primeras tres fotos fueron fundamentales para la serie, sobre todo por el resultado y por los testimonios de sus retratados. Las dos inquietudes que me guiaron para escribir sobre la serie. Seguimos hablando sobre las interacciones durante el proceso de hacer esta serie, las interacciones con quienes veíamos las fotos y con sus retratados. Todo eso seguramente fue influyendo en la forma en la que esta serie fue evolucionando.
Para finalizar nuestro diálogo, el JJ quiso conversar sobre la última foto de la serie, que, de manera muy azarosa y no planificada, termina para él de forma esperanzadora. El retrato se transforma y la interacción de quienes están siendo retratados también, hay contacto, interacción y vínculo.
Hay muchísimo de que hablar sobre esta serie. Varias cosas más se quedan en mi libreta y en la conversación que tuvimos. Y seguramente hay muchas otras que se nos pasaron por alto. Pero esa es precisamente la premisa de Latour: el arte es una forma de sentir emociones en conjunto. Las “artes vivas” se experimentan y se crean en comunidad.
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Si quieres ver el resto de la serie, visita el Instagram de JJ Alomía aquí.