Mirador es todo menos un libro de arte. Es una pieza creada para impactar y provocar la reflexión. Descubre todo lo que ofrece.
Los libros de arte son un fetiche. Un producto cuidadosamente elaborado que suele encontrarse en las mesas de las salas de las casas y, a veces, en las salas de espera de los consultorios. Están impresos a color y en papel brilloso, con toda la elegancia y la pomposidad que ameritan las pinturas o las fotografías que se exhiben. Son, a pesar de las intenciones originales de algunos artistas, un manjar exquisito. No importa que, de vez en cuando, susciten alguna reflexión en alguna mente sensible. Son, en definitiva, un adorno inofensivo.
Quizá una reflexión parecida pasó por las cabezas de Adrián Balseca y Sofía Acosta cuando, hace más o menos un año, decidieron elaborar el libro Mirador: visiones sobre el extractivismo. Para ese momento, los jóvenes artistas visuales venían armados con una experiencia de varios meses en un colectivo cuya intención era hacer memoria sobre un hecho escabroso y omnipresente en nuestra historia reciente: el extractivismo.
El objetivo de ambos era claro. Debían hacer el opuesto de un libro de arte: un volumen rústico y duro. Un libro que la gente abriese conmovida. Un objeto que, más que hacer las delicias de los exquisitos, revelara las huellas del dolor. “No es un libro de fine art, de coffee table. Nos interesaba más mostrar fotos que den cuenta de ciertos procesos de organización, de lucha, y de impacto de las agendas megamineras. Un libro donde las fotografías cuenten historias potentes, fuertes, en relación con esos territorios”, señala el artista ecuatoriano.
Como compañeros en esta aventura, contaron con personas tan valiosas como Jaime Nuñez del Arco, Juliana Avilés, Daniel Miranda y Alejandra Santillana, a quien debemos el texto informativo de las primeras páginas. En compañía de Juliana, Sofía tomó a cargo la parte investigativa. Respecto a la selección de fotografías, Sofía y Adrián se encargaron de buscar y escoger las imágenes que integran el libro. Para ello, no se limitaron a bucear en el archivo de fotos profesionales tomadas por antropólogos, sociólogos, periodistas. También recurrieron a fotos subidas a redes sociales y tomadas con un celular.
El resultado es un libro duro y desnudo. Donde las fotografías impecables, desde el punto de vista de la composición, se mezclan con las imágenes menos virtuosas. Una pieza donde las fotos son una huella de lo sucedido. De ahí que aparezcan, sin distinción, imágenes de gente perteneciente a la comunidades, autoridades y activistas, y, así mismo, documentos legales. Retratos de la lucha y del día a día. Rastros de los que están y de los que ya se fueron.
Las ilusiones perdidas y la lucha perpetua
En 2007, después de una gigantesca campaña política, Rafael Correa asumió como presidente del Ecuador. Lo favorecía un potente discurso político, sostenido en la promesa de un cambio profundo del país, lo que le valió el apoyo masivo. Y cumplió con él, al menos en apariencia, con la elaboración de una Constitución democrática y plurinacional en 2008. La ilusión era grande. Pero las cosas no cambiaron para bien.
Como bien lo señala Alejandra Santillana en el texto que acompaña las imágenes, la minería se convirtió en “un elemento estratégico y prioritario para el Estado ecuatoriano”. El relato del desarrollo económico se impuso por encima de las realidades particulares. Naturalmente, imperaron la violencia y la criminalización de la protesta. Hubo miedo, represión y muerte.
Fueron diez años duros e inciertos cuya crisis pareció tocar fin en 2017. Ese año, Lenin Moreno asumió la presidencia y prometió apartarse de las políticas de su antecesor. No obstante, la crisis no terminó. Porque el gobierno actual, pese a su discurso político, sigue explotando los territorios de Íntag, Kimsacocha y la Cordillera del Cóndor. Nada ha cambiado.
Quizá por ello, las últimas imágenes datan de 2018. Son la muestra de que lucha sigue en pie, lejos de la comodidad de nuestros hogares. Y no parece tener un fin próximo.
De ahí la necesidad que tenemos, en momentos como los actuales, de libros como Mirador.
Todo acontecimiento político merece una distancia temporal, para tener una certeza, una cierta criticidad. Pero tomar distancia te puede dormir. Es importante decir las cosas en su momento”.— Adrián Balseca
Un objeto contundente
La propuesta estética de Mirador hace honor a las fotos contenidas en él. Con una portada negra basta pero impecablemente coronada por unas bellas letras hundidas, el libro muestra, desde un principio, con qué objetivo fue concebido. Impreso en blanco y negro y con una diagramación sobria, que es mérito de Adrián, Mirador no es un objeto para ignorar. Es una cosa para mirar una y otra vez. Para conmoverse y, de ser posible, reaccionar.
Otro punto que resalta particularmente son las letras que, de vez en cuando, interrumpen el flujo de las imágenes. Son caracteres intencionalmente apretados y elaborados con trazos vacilantes. “Tengo experiencia trabajando con letras, con letras que sean expresivas, de distintas formas. Entonces, se trabajaron muchas intenciones, hasta que quedaron esas. Sofía y Adrián seleccionaron los textos. Esa era la idea: que se represente ese nerviosismo, ese miedo que vive esta gente”, indica Jaime Nuñez del Arco, quien, además de escribir las letras, funge de editor del sello Terminal.
Terminal es una editorial joven. Apenas lleva un año de existencia. Pero ha reunido a grandes artistas y activistas que llevan años interesándose por temas como este. Por ello, una obra como Mirador se muestra tan contundente desde un inicio. Y, sin embargo, no deja de ser, en palabras de Jaime, un producto «sui generis» en nuestro país.
El libro se encuentra disponible en el Fondo de Cultura Económica y otras librerías independientes, además de la galería Más ARTE. No ha llegado aún a los grandes circuitos editoriales, y no llegará. Según Jaime, tal vez porque el fin es compartir el proyecto con quien lo entienda. Con quien sienta que los proyectos van más allá de la estética y el comercio. En ese sentido, Mirador es un experiencia para quien esté dispuesto a abrir los ojos en verdad.
Si quieres saber más sobre Terminal y sus proyectos, puedes ingresar a su página o a su Instagram.