El concierto de Morrissey en Quito fue un espectáculo superior. A las 20h30, inició la proyección de una serie de videos cuidadosamente compilados: los favoritos de Morrissey. Ahí estaban los New York Dolls y los Ramones, “The Show Must Go On” de Leo Sayer, la escena de apertura de la película Delicate Delinquent (1957) en la que suena “Rumble” de Link Wray, un bailarín de flamenco que parecía la versión hispanoamericana de Moz en “November Spawned A Monster”, parodias a la reina, extractos de discursos y poemas que me avergüenza no reconocer.
Después de media hora de preámbulo visual, se levantó la pantalla en la que se proyectaba el video. Eran las 9:03 de la noche. Decir que en ese momento Morrissey “apareció” en el escenario resulta bastante impreciso. Moz, el ícono indiscutible del rock británico, el monstruo musical que influenció a toda una generación, el músico que desborda símbolos, uno de los mejores liristas del mundo, el ex líder de los Smiths –por Dios–, irrumpió en el escenario y el piso adquirió otra naturaleza. La incredulidad y la boca abierta eran el denominador común en el público. No exagero, yo nunca fui tan fan.
Moz es tan influyente como un beatle, pero no es tan popular como un beatle. Por eso, ver a Morrissey en vivo es una experiencia íntima, casi erótica. La forma en la que Morrissey hace contacto físico con el público es distinta a la forma en la que todos los otros artistas tocan a su audiencia. Pensaba en esto mientras Moz cantaba “Suedehead”, seguido de “Alma Matters”. Entender la particularidad de ese roce de dedos es fundamental para explicar la automática solemnidad del show.
El repertorio que Moz preparó para la primera fecha de su gira sudamericana en el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura, incluyó 19 canciones. “Suedehead” fue la primera y “The Queen Is Dead”, la última. Ahí se arrancó la camisa que se había puesto en la pausa antes del encore. La lanzó al público como souvenir de su paso por Ecuador, seguida de pirotécnicos de vitelas y baquetas de su banda. Debe haber sido las 22:45 cuando todo terminó.
Durante la hora y cuarenta minutos anteriores, Moz demostró tener una presencia abrumadora. Los silencios entre el fin de los aplausos y el inicio de una nueva canción, estaban cargados de ansiedad: cualquier movimiento torpe podía estropear el performance impecable de Morrissey. Incluso las canciones de su nuevo disco World Peace Is None of Your Bussiness que la mayoría del público desconocía, fueron recibidas con el mismo entusiasmo que los clásicos «Every Day Is Like Sunday» o «How Soon Is Now?», canción que protagonizó uno de los momentos climáticos del concierto cuando el baterista hizo sonar un gong al final de la canción.
La banda de Morrissey, cinco artistas que reproducen música como si fueran el disco mismo, entraban a las canciones sin dudar, sin contar el tiempo, sin mirarse entre ellos, cambiando de instrumentos casi imperceptiblemente, ayudados por un espectáculo de luces coreográfico. Durante un lapso de oscuridad absoluta en el tema «Speedway», Morrissey apareció tocando la pandereta en donde antes estaba su tecladista Gustavo Manzur, mientras Manzur, en cambio, tomaba el lugar de Moz en el centro del escenario para cantar en español: «Yo nunca dije…».
En el tema «Meat Is Murder», la iluminación del escenario se fijó en rojo y en la pantalla se reprodujo una compilación sensacionalista de videos de maltrato animal. Conozco gente que prometió no comer carne durante un mes, «solo para ver qué tal», después de ver ese video musicalizado por una interpretación impresionante del famoso tema de los Smiths. Momentos como ese, incontables.
A Morrissey le esperan once conciertos más en su gira por Sudamerica. La primera –y seguramente la última– fecha de Moz en Ecuador, fue gestionada por Música Joven, la productora que organiza el Festival Internacional de Música Independiente Quitofest desde hace trece años. El Teatro Nacional no se llenó y los testigos son pocos, pero Morrissey, uno de los músicos independientes más influyentes del mundo, estuvo en Quito el 7 de noviembre.
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