«La vie d’Adèle – Chapitres 1 et 2»

por Carolina Benalcázar

banner-Detectives-Fantasmas (1)

Adèle sale de su casa y se pone un gorro colorido en la cabeza para el frío, toma el bus y se duerme, y va al colegio donde aprende sobre literatura. En la casa come junto a sus padres, y en los recreos discute sobre los chismes diarios. Se entera que Thomas, un chico de su colegio, está enamorado de ella. Esto no altera su vida. De hecho, nada parece alterarla del todo.

Dentro de su rutina, ella parece estar ensimismada. Ella no está consciente y nosotros tampoco, pero sabemos que su mirada siempre está dirigida a un punto aleatorio, uno que no coincide con el de todos quienes comparten sus días. Adèle está buscando algo, pero aún no sabe qué, justamente porque no se ha topado con ello aún. O más bien dicho, ella.

Ese ensimismamiento, a ratos, se traduce en curiosidad y en un deseo intenso por  la vida. Basta con verla comer spaghetti en una de las escenas iniciales. Cuando el plato parece estar acabado, saca la pasta de las puntas del cuchillo hasta que ya no quede más. Adèle quiere más. Jamás un acto tan mundano ha podido revelar tanto de un personaje. Un acto que aunque está tan cuidadosamente detallado por la cámara, es a la vez es tan espontáneo, que no parece una película. Pero lo es.

«La vie d’Adèle – Chapitres 1 et 2» o en inglés «Blue is the Warmest Color» es una película escrita, producida y dirigida por el director franco-tunesino, Abdellatif Kechiche. Es una interpretación de la novela gráfica escrita por Julie Maroh, y es la primera en ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes, siendo una adaptación de ese estilo.

También es la primera película en la que no solo se galardonó a su director, pero también a sus dos actrices. Conviertíendo así, a Adèle Exarchopoulos en la persona más joven en ser premiada con la Palma de Oro. Esta actriz y Léa Seydoux interpretan a Adèle y Emma. Las dos, junto a Kechiche, cuentan lo que comúnmente se describe como una historia de amor. Pero después de tres horas, que no vuelan ni molestan, la película rompe con ese estereotipo.

Un día cruzando la calle, vemos la mirada de Adèle en su estado usual, dirigida hacia un punto aleatorio. De repente, ésta se queda fija por primera vez, cuando se topa con una atractiva chica de pelo azul. Ella tiene su brazo alrededor de otra, pero voltea su cabeza hacia Adèle. Dura segundos su cruce de miradas, pero ahí sabemos, al igual que Adèle, que aquello que estaba estático, acaba de alterarse. En francés lo llaman el coup de foudre, y en español amor a primera vista.

Después de esto, la mirada de Adèle encuentra su punto de fijación. Ese punto se llama Emma, con quien poco tiempo después, inicia una relación amorosa. Emma llega como un torbellino adentro de Adèle; invade sus pensamientos, su inconsciente y sus decisiones. Kechiche nos hace entender que Emma es mucho más que un primer amor.

Emma se convierte en el símbolo de las contradicciones de la vida de Adèle. Se vuelve la posibilidad y la imposibilidad, el amor y el odio, el encuentro y la pérdida. Estas dualidades son, con frecuencia, fórmulas en las historias de amor, precisamente porque vienen de lo real y lo complejo. Entonces, ¿qué separa a la película de todo el resto que tratan el mismo tema?

Desde su título, es posible intuir su singularidad. La historia inicia con Adèle y termina con ella misma. Su relación con Emma es uno de los capítulos que constituyen su vida, y asumimos se queda como un hilo conductor en algunos que vendrán. Pero lo que la película relata y nos sumerge profundamente, es en los primeros indicios del auto-descubrimiento de Adèle, de su vida en definitiva. Y es fascinante.

Así surge la pregunta, ¿de donde viene esa fascinación? En una película tan orgánica como es esta, es dificil encontrar un punto específico, porque parecería que viene de todos lados. Y sí, de hecho lo hace. Dicha sensación se dispara del rostro de Adèle. La fascinación de verlo por tres horas viene de una razón muy puntual: es porque todo el tiempo ella quiere algo de la vida.

Kechiche, por su parte, quiere algo de Adèle. Es aquí donde entra su papel como director, ese que generó tanta controversia en los meses posteriores a la Palma de Oro, y causó un revuelo entre las dos actrices y él. Pero es el mismo que de forma intensa, sin excusas y profundamente pasional, delata su manera de hacer cine.

Y como núcleo de esto, su gran logro es el detalle. El trabajo que hace Kechiche con Exarchopoulos es similar al que hizo el cineasta polaco Krzysztof Kieslowski con Irène Jacob en «La Doble Vida de Verónica». Cuando el crítico estadounidense Roger Ebert escribió sobre la película, hizo énfasis en el tiempo que se toma Kieslowski simplemente en observar a Verónica, especialmente su rostro. Ebert mencionó que más allá de verla vivir, intuyó que lo que Kieslowski buscaba era su alma.

Kechiche hace lo mismo. El rostro de Adèle no esconde nada, es transparente. Kechiche nos hace conocerla mejor que ella a sí misma. Y en lugar de hacernos sentir empoderados o superiores, nos hace sentir privilegiados de encontrarnos tan a profundidad con el personaje. La forma en que se recoge el cabello, en que come el spaghetti, en que duerme, en que hace el amor, en que mira, en que enseña, en que siente y en que vive.

Pero Kechiche no solo nos abre a Adèle, pero también al mundo en el que ella habita. Ese que empieza caminando en puntillas y rápidamente asienta el pie de principio a fin. Adèle no existe únicamente en el idilio de su auto-descubrimiento, sino en un tiempo y un espacio real. Uno que Kechiche revela sin alarde.

Ella vive en un sector rural de la ciudad de Lille en Francia, y viene de una familia conservadora pero no extremista. Emma tiene padres más abiertos que están orgullosos de su hija y su nueva relación. Nunca ha estado tan vibrante esa Francia multicultural y abierta. 

Y Adèle aprovecha ese mundo. Va a una protesta de los derechos homosexuales con orgullo, cocina y sirve felizmente la comida para la exposición de arte de Emma. Se fascina al ser profesora de niños pequeños y al enseñarles sobre distintas culturas. Y conforme se va adentrando en este mundo, algo más sucede en ella. Lo que empieza como un querer extraer algo de la vida, se convierte en una necesidad de dar.

Lo mismo sucede con Kechiche, es evidente que su película es un regalo. Esta producción es un acto desinteresado, que sutilmente nos altera. Termina siendo un coup de foudre que se queda con nosotros y nos cuesta dejarlo ir, así como a Adèle le cuesta dejar ir a Emma.

 

 

Únete a la conversación

Tal vez te interese