El café tiene poco menos de 200 años en territorio ecuatoriano y no se sabe con exactitud cómo se introdujo. Lo que sí sabemos es que encontró aquí unas condiciones ideales para florecer y, transformado en bebida, ha permeado nuestro tejido social. ¿Cómo rompemos con la indiferencia frente a las amenazas que auguran un futuro sin café?
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¿Qué tal si viajáramos en el tiempo? Al futuro. Y en ese futuro, en ese lugar todavía imaginario…allí no existe el café o al menos no existe la posibilidad de beber café. Solo hay semillas infértiles guardadas en museos como evidencia de que un día el mundo lo bebió: dos mil millones de tazas al día.
Los niños no lo extrañan, porque nunca lo conocieron, y los viejos ya no podemos recordar su sabor ni su aroma. La vida social de las personas empieza a deteriorarse porque ya no hay desayunos o citas de café para llenar los huecos existenciales de la vida y el té no brinda el mismo placer a la mayoría. Es el futuro, un lugar todavía imaginario, pero ¿hasta cuándo?
El café es uno de los productos más consumidos en el mundo, solo entre 2020 y 2021 se consumieron alrededor de 166,63 millones de sacos de 60 kilogramos, según el portal de estadísticas, Statista. En ese panorama, más allá de escenarios generales como los descritos, resulta difícil visualizar cómo se vería un mundo sin café en el día a día. No obstante, esa posibilidad ya vive en el futuro y es en el presente que lo estamos garantizando.
166,63 millones de sacos de café son muchos kilogramos para una sociedad que valora con centavos el suelo y a quienes lo cultivan. “El mercado del café se caracteriza por desequilibrios recurrentes entre la oferta y la demanda y una distribución asimétrica de ingresos entre los actores de la cadena de valor”, asegura la FAO.
Alrededor del mundo, la producción de café es una de las menos tecnificadas de la industria agrícola; la oferta-demanda del producto depende de pequeños agricultores y en países como Ecuador, por ejemplo, cada baya se cosecha a mano.
¿Qué nos dice eso? Que al producto más consumido en el mundo por sus características estimulantes lo damos totalmente por sentado. Mientras que nos preocupa mucho que falte en la despensa, pensamos muy poco en su cadena de valor y mucho menos en sus actores. Pero eso tiene el placer humano, es ingrato, se desentiende de responsabilidades.
Ahora, aunque la ingratitud tiene remedio, el café a nivel mundial hoy por hoy está amenazado por algo peor que, al contrario, es irreversible: el cambio climático. Si colocamos una lupa sobre Ecuador, a esa amenaza hay que sumarle otra más: el extractivismo.
Ojalá que llueva café
Brasil, Vietnam, Colombia e Indonesia son los mayores productores de café en el mundo, pero sus orígenes están en el continente africano. Su cultivo empezó a expandirse por el siglo XVI y hoy crece a lo largo del llamado Cinturón de Café. Esta franja se ubica entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio, cuyo centro es el Ecuador, uno de los 12 países megadiversos atravesados por el cinturón.
Los trópicos son tan importantes que incluso hay un día mundial para celebrarlos, pero a medida que el cambio climático acelera, estas zonas caracterizadas por climas fríos y cálidos con escasas variaciones de temperatura a lo largo del año, experimentarán condiciones meteorológicas extremas: diluvios y sequías.
Cabe señalar que, a excepción de China y Australia, los países megadiversos son países en vías de desarrollo. Irónicamente, también son los que pagan las cuotas más altas por el cambio climático, en gran medida por las decisiones del primer mundo en materia medioambiental.
Así, debido al cambio climático, la tierra apta para el cultivo de café se está reduciendo. Se calcula que para el 2050 se habrá reducido en un 50%, lo que significa menos café para la humanidad. En menos de lo que pensamos, Ojalá que llueva café será mucho más que solo el verso de una canción.
Hay que considerar, además, que el suministro de café a nivel mundial depende casi exclusivamente de dos variedades (Arábica y Robusta) de las 130 que existen de forma silvestre. En ese contexto, Amanda Little, periodista ambiental, advierte que “la obtención de nuevas variedades [de café] es el desafío más inmediato para salvaguardar nuestro suministro”.
Esa experimentación está en desarrollo, pero es una solución a contratiempo, porque la apremiante realidad es que al menos 60% de esas 130 especies silvestres de café están amenazadas por la deforestación, el cambio climático y la propagación de plagas y pestes. Esas fueron las conclusiones de un estudio llevado a cabo durante más de dos décadas por científicos del Royal Botanic Gardens, Kew, publicado en 2019.
Producción local en desventaja
Enfocándonos en territorio ecuatoriano, por sus condiciones climáticas privilegiadas, el café se cultiva —a excepción de Tungurahua— en 23 de las 24 provincias del país. Según un artículo para la revista científica RECIMUNDO, somos uno de los pocos países en donde crecen las dos variedades de café mundialmente consumidas: Arábica y Robusta.
A nivel de consumidores, no somos una nación cafeinómana, por decirlo de alguna forma. Se estima que el consumo nacional per cápita anual no llega al kilo. En contraste, en Países Bajos se bebieron 8,3 kilos por persona en 2020, según Statista.
De acuerdo con el chef y especialista en cocina ecuatoriana, Esteban Tapia, en Ecuador “está más valorado tomarse un café soluble que un café de chuspa (filtrado)”, lo cual habla de una cultura de café poco perfeccionada. No obstante, eso también significa que, con cambios estructurales, podría fortalecerse y acompañar nuestros ritos sociales con más protagonismo.
Eso, sin embargo, no se podrá lograr si no se fortalece primero el eslabón de la producción y el problema es que no se ofrecen suficientes estímulos desde el Estado para convertirlo en un sector próspero o competitivo.
Si bien el café ocupa el quinto puesto en productos de exportación no petrolera, “la producción de café ha sufrido una vertiginosa caída desde los años 90 que no ha podido ser recuperada hasta la fecha”, menciona el mismo artículo.
La razón está en la falta de rentabilidad. Los costos de producción pueden ser tan altos en una economía dolarizada que resulta mejor negocio importar café. De hecho, Ecuador importa más café del que produce.
Según el portal especializado Perfect Daily Grind Español, en el periodo 2018-2019, Ecuador “produjo cerca de 500.000 sacos de 60 kg, pero importó más, específicamente 714 000”. El café que se importa es verde y viene de países como Brasil y Vietnam; aquí se transforma en café soluble y se lo vuelve a exportar al mercado europeo.
Aún cuando ello pone en desventaja a la producción local, la legislación ecuatoriana lo permite mediante el Régimen 21, “a través del cual se puede introducir mercancías al territorio ecuatoriano, para ser sometidas a un proceso de perfeccionamiento”.
Extractivismo
Ahora, la producción local de café también es vulnerable a una de las actividades económicas más destructivas que se expande por todo el territorio ecuatoriano: la minería. Megadiversidad y megaminería son dos realidades que chocan en este país de contradicciones y es la segunda la que está ganando la contienda.
Existen concesiones para minería metálica a lo largo y ancho del Ecuador, a excepción de Tungurahua, Manabí, Santa Elena y Galápagos. La minería no solo contamina las fuentes de agua y deteriora la calidad del suelo, también debilita el tejido social de las comunidades, como ya lo evidenciaron los 10 años que lleva en funcionamiento el proyecto de minería a gran escala “Cóndor Mirador” en la parroquia Tundayme, en Zamora Chinchipe.
Asimismo, el Valle de Intag en Imbabura y el Noroccidente de Pichincha son dos casos emblemáticos. Pese al desgaste físico y emocional, sus comunidades se mantienen en alerta para frenar actividades mineras, cuyos daños a la naturaleza y el territorio son irreparables.
Quito Sin Minería, un grupo de organizaciones, colectivos y gente de las poblaciones del noroccidente de Quito, recientemente entregó 380.000 firmas al Consejo Nacional Electoral ecuatoriano para impulsar una consulta popular. De hacerse realidad, el fin de dicha consulta es prohibir la minería metálica en el Chocó Andino de Pichincha, declarado séptima Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 2018.
En definitiva, en palabras del chef Tapia, “el problema que atraviesa el café en el Ecuador es que no tenemos en cuenta todos estos contextos al tomarnos una taza”. Y mientras la desconexión entre la ciudad y el agro continúe acentuándose más lejanas serán también las soluciones.
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El café tiene poco menos de 200 años en territorio ecuatoriano y no se sabe con exactitud cómo se introdujo. Lo que sí sabemos es que encontró aquí unas condiciones ideales para florecer y, transformado en bebida, ha permeado nuestro tejido social.
Un futuro sin café es un lugar todavía imaginario, pero ¿qué tal si en el presente rompemos la indiferencia hacia esa posibilidad futura? ¿Cómo? Si la persuasión tiene sus límites y la información ya ni siquiera parece afectar nuestras conciencias, en la imaginación podría estar la respuesta.
Está comprobado que pensar en el futuro y visualizarlo vívidamente puede lograr que hoy tomemos mejores decisiones para mañana. De hecho, se cree que la capacidad de viajar mentalmente en el tiempo fue determinante para la evolución de la especie humana.
Recordar eventos pasados y visualizar porvenires son actos que se manifiestan en la conciencia y activan partes similares del cerebro, pero es lo segundo, la habilidad de imaginar futuros, lo que siempre nos ha puesto en ventaja frente a otras especies vivientes. Hay que volver a usar esa habilidad a nuestro favor.
Qué tal si en la próxima reunión familiar o de amigos nos hacemos esta pregunta: ¿Cómo sería un mundo sin café? El ejercicio es sencillo y se trata de proveer descripciones tan detalladas, tan vívidas que nos obliguen a romper con esa indiferencia hacia nuestro futuro. Así, tal vez, solo tal vez, podríamos evitar que la ficción supere la realidad.