Tres películas para ver antes de los Oscar 2021

por Jorge Bayas Lituma
El año pasado, Parasite se llevó el galardón principal de la Academia. ¿Qué películas tienen posibilidad de competir en esta oportunidad? Aquí te damos algunas opciones que quizá sean nominadas y que puedes hallar en Netflix. 

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Hace poco menos de un año empezó la pandemia y con ello unos meses inciertos que modificarón sustancialmente nuestros hábitos. Ir al cine, una costumbre tan cotidiana, tan divertida, hoy es poco menos que una rareza. Hemos vuelto la mirada definitivamente al streaming, que, ahora más que nunca, nos sostiene y nos hace soñar desde nuestros cuartos con otras ciudades, países y realidades. 

Los Óscar no son la excepción. Varias de las cintas nominadas a los premios de la Academia se han adaptado a las plataformas virtuales. Y ahora llegan a los espectadores a través de las pantallas de las compus, los celulares o las televisiones inteligentes. 

Con el ánimo de que esta pequeña muestra sea útil a la hora de empezar a cachar las cintas que podrían ser nominadas en los próximos días a los Óscar, la presentamos aquí. Son tres películas distintas en lo que respecta a temática y forma que, esperamos, disfruten en lo que queda de este mes. 

Ma Rainey’s Black Bottom (La madre del Blues) / George C. Wolfe, 2020

El biopic es un terreno incierto, y para un cineasta no es difícil sucumbir a los peligros que conlleva dirigir uno. Principalmente porque congraciarse con los herederos de las figuras que quedan retratadas en el filme, así como con los admiradores de esos personajes legendarios, suele ser una obligación. Además, no mucho después de que una de estas cintas llega a las manos del público, la comparación entre realidad y ficción se vuelve inevitable, y casi que califica como uno de los criterios principales para evaluarla. 

En ese sentido, esta película, dirigida por George C. Wolfe, se aparta de esta fórmula y se interna, hasta donde puede, por otro sendero. En lugar de un repaso por la vida del artista, desde sus años juveniles hasta la decadente madurez—que podemos ver en largometrajes como La Môme, Walk the Line y Ray—, en Ma Rainey’s Black Bottom se opta por lo que podemos llamar “una tajada de vida” o, en otras palabras, un relato corto y no muy dependiente de la historia “real”.  

En la cinta, apenas somos testigos de unas pocas horas de un día no particularmente memorable en la vida de la legendaria cantante de blues Ma Rainey (Viola Davis) y de la violenta caída en la locura del uno de sus músicos de sesión, el talentoso trompetista Levee Green —interpretado por el recientemente fallecido Chadwick Boseman—. Lo que significa que todo aquello que implica contemplar los estragos del paso del tiempo no está en esta película. 

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De izquierda a derecha: Chadwick Boseman, Colman Domingo y Vila Davis, en Ma Rainey’s Black Bottom

No obstante, la inversión de una hora y media de tu tiempo en este largometraje está justificada. Y ocurre así porque Wolfe no necesita una gran duración temporal dentro de su mundo narrativo para plasmar sus intenciones. Una única jornada de trabajo emprendida por sus personajes le basta para tratar temas como el racismo, la hipocresía social que lo enmascara, la explotación laboral y artística de las minorías subalternizadas —encarnada en el derrumbe mental del orgulloso Levee— y el sentido del arte, ajeno a los clichés sentimentales —especialmente en lo que respecta al blues—. 

Respecto a lo último, Ma lo define muy bien en uno de los diálogos más memorables de la cinta: “No cantas porque quieres sentirte mejor, sino porque entiendes la vida”.

Las actuaciones de Davis y Boseman —cuyo Levee resulta, al final, mucho más logrado, desde el punto de vista del guión, que la misteriosa Ma de Davis— son impecables y contribuyen a hacer creíble la trama de una cinta no demasiado memorable pero rica en discusiones. Recomendada para pensar sobre la industria musical, incluso desde un punto de vista más actual.    

Mank / David Fincher, 2020

Otro bipic. A mi modo de ver, un tanto menos complaciente que el anterior, sin que dejen de estar presentes las convenciones del género. 

Con el ánimo de que la estética actual no se interponga entre el producto final y lo que desea contar, David Fincher —El club de la pelea, Social Network y The Girl with the Dragon Tattoo—recrea en Mank la atmósfera del cine de los años 40. La iluminación, los planos, el blanco y negro… las audaces innovaciones técnicas y narrativas para la época, como el uso virtuoso de varios flashbacks… todo eso está presente en esta cinta que busca acercarse en lo posible al filme que homenajea: el mítico Citizen Kane, de Orson Welles.

En otras palabras, tenemos un biopic que rinde tributo al milímetro, incluso desde el punto de vista estético, a la cinta “más influyente de la historia del cine”, cuyo proceso de elaboración de guión queda narrado en la trama de la nueva obra de Fincher. Con una diferencia sustancial, eso sí. 

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Gary Oldman como Herman J. Mankiewicz en Mank

Mientras Charles Foster Kane —representación ficticia del legendario magnate de la comunicación William Randolph Hearst—, interpretado por el genial actor y director Orson Welles, es una suerte de monstruo fabuloso en Citizen Kane, el protagonista de la película de Fincher, el guionista Herman J. Mankiewicz (Gary Oldman), es todo lo contrario en Mank. No tiene un gran poder económico o un gran capital social y político, como Kane o Hearst. Ni siquiera es muy recordado dentro la historia del cine, como el propio Orson Welles. 

“Mank” es, en todo sentido, “un hombre sin cualidades”, patético, malogrado. Un pobre “bufón” que, al final, termina por ser querible. Especialmente por una de las escenas más memorables del filme, en la que desnuda, después de haber consumido muchas copas, la hipocresía social y política de quienes pertenecen a los ambientes que frecuenta. Incluyendo al todopoderoso Hearst, su principal objeto de mofa y gran inspiración posteriormente para Kane. 

¿Cuál es la lección que nos deja el uso de este memorable “segundón” como personaje principal?

En realidad, son dos. En primer lugar, que, a diferencia de lo que muchxs creen, no se necesita ser un genio iluminado, un “gran hombre”, para elaborar una buena obra de arte. Con creatividad, reflexión, sufrimiento y el entendimiento del tiempo que a unx le toca vivir, basta.  

En segundo, que ver quién es el director de un filme no garantiza que estemos frente a aquel que ha sido el responsable de dar vida a la obra. A veces puestos aparentemente menores, como el de guionista o productor, son tan o más importantes para una cinta. Y pueden serlo porque, en muchas oportunidades, son estos hombres los que extraen de la vida el verdadero corazón de un largometraje. 

 

Ávido visitante de las reuniones del círculo social de Hearst, Mankiewicz termina por convertirse, de un “borracho” que provoca el escarnio o la molestia del resto, en el ganador de un Oscar —cuyos elogios Welles, tan perfeccionista y orgulloso, le regatea— y parte esencial de una de las grandes películas de todos los tiempos. No lo hace porque su dominio técnico haya sido el mejor, o porque su objetivo haya sido contentar a la academia, sino porque, como Cervantes —a quien menciona cada vez que tiene la oportunidad—, ha creado un personaje memorable.

Su observación social, silenciosa y precisa, enterrada varias capas dentro de su molesta y poco juiciosa extraversión, lo facultarán para convertir a Hearst en el memorable Kane. Y, vale decirlo, con apenas una par de horas en la pantalla.

Después de todo, como dice Mank, “no puedes colocar la vida de un hombre en dos horas. Sólo puedes dar una impresión”.

Y, con Mank, David Fincher cumple con esto de forma admirable. 

 

Pieces of a Woman / Kornél Mundruczó, 2020

A un orden más convencional pertenece esta cinta de Kornél Mundruczó. Con ello no intento decir que Pieces of a Woman no impacte al espectador. Sólo que su final feliz y su clímax, un tanto convencionales, afean un poco una película que tuvo espacio para mucho más. 

Tampoco son especialmente memorables su ritmo y su narración, y, por supuesto, la actuación de Shia LaBeaouf (Sean). 

Lo que rescata el filme de Mundruczó del olvido en el que corre el riesgo de caer es, por un lado, la excelente interpretación de Vanessa Kirby —quien nos dio a la Margarita de The Crown— y, por otro, la conmovedora representación del duelo. Un duelo por una hija muerta a las pocas horas de nacida que no sólo quebrará al personaje de Kirby, Martha, sino que hará saltar los tornillos flojos de unas relaciones sociales bastante desgastadas para ese entonces. 

Vanessa Kirby como Martha en Pieces of a Woman

Es un duelo que también plantea en el espectador algunas preguntas. Más que nada las siguientes: ¿Cómo hay que vivirlo? ¿Cuáles son los sentimientos auténticos que afloran en aquellas ocasiones difíciles? Algo que queda muy bien representado en la actuación de Kirby. 

Después de la pérdida de su hija, Martha se torna fría, distante e irritable, y su relación con Sean cae en picada. Pero no es su responsabilidad, y tampoco la de Eva, la mujer que atendió su parto. Ambas son víctimas de un severo golpe de azar y de una sociedad obsesionada por repartir culpas y, en el caso de Martha —algo que puede verse en actitud que sostienen quienes la rodean—, de congraciarse de inmediato con aquellos que enfrentan una pérdida, sin que haya un sentimiento auténtico de por medio. 

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Martha no demuestra su pena con lágrimas, no por lo menos hasta que llega el clímax. Pero este sentimiento jamás está ausente. Podemos verlo, escondido bajo el rostro impasible de la protagonista, cada vez que esta mira a una familia con niños, o cuando alguien con poco tacto le da el pésame. 

Esto nos demuestra que las primeras impresiones de la expresión de un sentimiento ajeno tal vez no sean las más acertadas. Cada unx vive el duelo a su manera. Y, en lo posible, es necesario respetarlo

 

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