No quiero leer texto producido por Chat GPT

por Luciana Musello
El sentido común nos dice que las tecnologías son inevitables. Pero, ¿cómo es que llegamos a estar tan seguros?

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Pueden llamarme “anti-progreso”, “romántica”, “boomer”, “tecnófoba”, pero simplemente no quiero leer texto producido por Chat GPT.

No es una crítica al carácter genérico, sesgado, vacío y falso del texto sintético. Mi negativa frente a Chat GPT es una provocación de otro tipo. Es una forma de desafiar la idea de que la inteligencia artificial es “inevitable”, y que lo único que podemos hacer es adaptarnos e incorporarla cuanto antes en la vida laboral, académica y creativa, para no quedarnos atrás.

Sé que negar la inevitabilidad de la tecnología suena absurdo. Uno podría argumentar que el tiempo ha comprobado que el celular y el internet son más que necesarios; que quien no use Google o no tenga un mail está condenado. Bajo esta lógica, las personas que no quieren usar IAs generativas no están siendo realistas.

Deben ser “tecnófobas”: le tienen miedo irracional a la tecnología, han visto mucho Black Mirror. Deben ser “románticas”, por sentimentales: piensan que todo tiempo pasado fue mejor. “Boomers”, porque seguro su rechazo es un mecanismo de defensa para no sentirse obsoletos.

Pero el más decisivo de todos los calificativos es “anti-progreso”, porque expresa una característica clave de nuestro tiempo. La tecnología ha dejado de ser un medio hacia el progreso para convertirse en el progreso en sí mismo. Las nuevas tecnologías se auto justifican, son señal de que estamos avanzando, y nadie debería oponerse.

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Este consenso explica la reacción frenética ante Chat GPT. En lo que va del año, me he pasado leyendo hilos del tipo: “11 formas en que Chat GPT me ahorra horas de trabajo al día, y por qué nunca superarás a quienes usan IA de manera efectiva”. En redes sociales se ofertan cursos para certificarse como “prompt engineer”. En la educación superior, Chat GPT ya aparece en los syllabus como herramienta de aprendizaje o “co-creación”. 

Buena parte de esta respuesta tiene que ver con el discurso mediático alrededor de la inteligencia artificial. Los medios anuncian que nuestros trabajos están en peligro. El CEO de Open AI dice que está “asustado” por lo que han creado. Elon Musk y otros empresarios y académicos alertan sobre el “riesgo existencial”. Incluso los podcasts especializados ya especulan sobre el nacimiento de una superinteligencia.

El eslogan común detrás de esta excelente campaña de marketing es que la inteligencia artificial es ineludible, una fuerza externa que ya nos ha impactado y que está fuera de nuestro control. El objetivo es promover una respuesta pasiva, ya sea en forma de fatalismo (“nos van a dominar”) o hype (“increíbles IAs que debes conocer hoy”). Ante la duda, el sentido común nos dice: ¡mejor compra una suscripción de GPT-4!

En su libro Building A Bridge To The 18th Century, el crítico de los medios Neil Postman explica el recorrido histórico de la idea del “progreso”, desde la noción de superación y mejora continua elaborada en la Ilustración, hasta su asociación con los principios de objetividad, conocimiento científico y eficiencia del siglo XIX, para finalmente transformarse en sinónimo de innovación tecnológica entrado el siglo XX.

Postman sugiere que esta equivalencia entre progreso y tecnología es reduccionista, y sirve para justificar “la invención por la invención”, hace forzosa nuestra adaptación a nuevos inventos y sobre todo, desplaza preguntas importantes sobre el significado del progreso y el cambio tecnológico. ¿Qué es el progreso? ¿Qué tecnologías queremos?

De ahí que Postman considere necesario someter a interrogación toda nueva tecnología que se proclame “indispensable”. Se trata de un ejercicio reflexivo para contrarrestar lo que él llama la “furia” de la innovación tecnológica, a través de seis famosas preguntas:

  1. ¿Cuál es el problema para el que esta tecnología es la solución?
  2. ¿De quién es este problema?
  3. ¿Qué personas e instituciones se verán afectadas por esta solución?
  4. ¿Qué nuevos problemas podrían aparecer?
  5. ¿Qué personas e instituciones adquirirán un poder económico y político especial gracias a esta innovación tecnológica?
  6. ¿Qué cambios en el lenguaje tomarán lugar?

La fuerza retórica de las preguntas de Postman busca poner en entredicho la idea de que toda innovación es automáticamente necesaria, conveniente o deseable. Por ejemplo, si aplicamos la primera pregunta a Chat GPT o a cualquier inteligencia artificial generativa, resulta que no es tan fácil responder, pues no hay una respuesta obvia o definitiva.

¿Cuál es precisamente el problema que Chat GPT soluciona? ¿Es un problema que necesitaba ser solucionado? ¿Estabas consciente de ese problema antes de que Chat GPT se promocionara como la solución? ¿Acaso nuestra forma de hacer las cosas era inadecuada o insuficiente antes de Chat GPT? Una primera intuición sugiere que no. O al menos no necesariamente.

De pronto, la necesidad “indiscutible” de incorporar Chat GPT en cada aspecto de nuestra vida demuestra ser una ilusión. Es una idea que aceptamos pero que no podemos argumentar sino sólo repitiendo el consenso de que en esa dirección está el futuro, de que más tecnología significa estar un paso adelante, de que un mundo con inteligencia artificial debe ser mejor que un mundo sin ella.

Y así podemos avanzar hacia preguntas más incisivas. ¿Quién controla la innovación en inteligencia artificial? ¿Con qué intereses se alinean estos inventos? ¿Son los tuyos? El tiempo que ahorras en tu trabajo al usar Chat GPT, ¿es un beneficio para quién exactamente? ¿A quién le interesa que seas más productivo? ¿Qué instituciones se enriquecen con tu uso?

La función de estas preguntas es llamar la atención sobre las relaciones sociales y las disputas económicas que dan forma a Chat GPT. Estos asuntos suelen permanecen ocultos detrás de titulares distractores que anuncian que la inteligencia artificial ya está creando su propia religión o sembrando la extinción de la humanidad. Pero lo cierto es que la inteligencia artificial no está haciendo nada.

Como dice la documentalista y activista Astra Taylor en su ensayo “The Automation Charade”, son los dueños del capital los que están haciendo inversiones enfocadas en inventos (y yo añadiría, en marketing para esos inventos) diseñados para que las personas nos sintamos vulnerables. El sistema necesita mantenernos en ascuas, a la espera de su próxima gran innovación.

***

La farsa de la inevitabilidad prospera porque tendemos a pensar en las tecnologías como cosas mágicas que mueven la historia hacia el “progreso” por sí mismas. El encanto de la innovación tecnológica es poderoso, y por eso nos movemos en la dirección que la tecnología indique, empujados por el entusiasmo del futuro o por el miedo de quedarnos atrás.

Pero esto implica perder la capacidad de escoger hacia dónde queremos ir, y da por concluida la discusión sobre qué es el progreso. Las preguntas de Postman son útiles porque reabren ese debate al reclamar una justificación para la adopción de nuevas tecnologías. En esa reflexión se despliegan otras posibilidades y direcciones.

Este texto no es un manifiesto en contra de la inteligencia artificial. Es un ensayo a favor de la adopción crítica de cualquier tecnología, donde “crítica” a veces también puede significar la no adopción. No quiero leer texto producido por Chat GPT.

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