Desde muy corta edad, Mayra Benalcázar ha estado inmersa en el mundo del rock con su programa Prohibido Prohibir. Te contamos su historia.
Por: Juan Pablo Viteri y Jorge Andrés Bayas
A veces, como dicen por ahí, los ademanes más sencillos pueden ser los más significativos. En muchas oportunidades, las ideas engendradas con la inocencia de un niño, que no se ha embarcado todavía en esa danza de desdenes fingidos de la que, luego, la mayoría solemos participar, pueden ser las mejores.
La mente hace clic más fácil y mejor cuando uno observa las cosas por primera vez, con verdadero interés. Cuando eso a lo que le llaman intuición funciona al máximo.
Eso, claro, es lo que le pasa a una niña que no hace mucho ha llegado a Quito. Una niña muy despierta, que no se arredra ante nada, que, por eso, llegará lejos mucho antes de lo que podría esperarse de una niña tan pequeña, y a quien, antes de continuar con lo esencial de esta nota, deberíamos describir, empezando por su familia:
Su familia es manabita, su padre es serrano. Está inmersa en ese proceso de adaptación que todos los que se mudan atraviesan. Sus padres la han hecho tomar talleres de radio, lo que no es ninguna novedad.
A fin de cuentas, su padre es radiodifusor y periodista, y ama los pasillos y la música tradicional mexicana. Por su parte, su madre tiene metidas bien adentro unas inclinaciones rockeras que habrá de contagiar a su hija de forma duradera. No puede ser más obvio: hacer radio, y, sobre todo, hablar de música, está en sus genes, en su formación. Por lo tanto, la niña no tarda en dominarlo.
Lo domina tan bien, tan rápido, que pronto hará un casting —en Teleonda Musical, la primera radio de rock del país, y por la que desfilan los nombres de Fabricio Cifuentes, Jorge Suárez Ibarra y Sergio Andrés Torres—, del que saldrá favorecida para empezar con su primer programa los fines de semana. Pero para eso falta un chance todavía. Falta, en definitiva, elegir un nombre.
Por el momento, todavía está en el taller, inmersa en una de las tareas que le han pedido. Le han dicho que debe crear un producto, y, como todos los productos, tiene que llevar un nombre. Mas, ¿cuál? Aquí entra en escena su creatividad infantil.
Observa los carteles del programa del “Muchacho trabajador” de mayo del 68. Dicen: “Prohibido prohibir”. ¿Qué quiere decir? Tal vez no lo sabe de forma muy concreta. Pero el nombre, repetitivo, aliterativo, paradójico, la atrapa de inmediato.
Ella no lo sospecha, pero ese título va a adquirir otra dimensión en un futuro muy cercano. Como lo que es bueno de verdad, se adaptará a los tiempos, a las necesidades, al mensaje.
De la justicia social al rock
A diferencia de esa gente que invierte muchos años de su vida en formarse para llegar al lugar preciso al que quiere llegar, Mayra Benalcázar siempre estuvo allí. Y estuvo allí, entre otras cosas, porque, con una sabiduría y un arresto precoces, se lanzó al ruedo sin pensarlo, sin que sugiera en ella el más mínimo atisbo de duda.
Antes de la adolescencia ya habían pasado dos cosas en su vida. En primer lugar, ya había hecho lo que sigue haciendo en la actualidad, a pesar de la juventud extrema de entonces: llevar un programa de radio.
En segundo, ya había nacido en ella una conciencia social, una que la conduciría, pese a su corta edad, hacia donde de verdad sucedían las cosas. Ya participaba o conocía a varias organizaciones que velaban por los derechos humanos: la Asamblea permanente de derechos humanos, la Asociación de familiares de los desaparecidos, la Comisión ecuménica de derechos humanos.
Ya pasaba algunos días en la Plaza Grande, acompañando a las madres de los desaparecidos.
Era la época de terror, de las violaciones flagrantes de los derechos humanos. Era el periodo en el que se recordaban, con tristeza, con miedo, pero también con deseo de que se hiciera justicia, casos que todavía permanecían muy cercanos en el tiempo.
Según Mayra, además de los hermanos Restrepo, cuyos padres acudían todos el tiempo a la Plaza Grande para exigir justicia, había muchos otros nombres. “Veníamos de historias de desparecidos, y no sólo de los hermanos Restrepo. Hablo de René Cruz Pazmiño, de Florinda Guzmán de Garzón, madre de Gustavo Garzón”, recuerda.
Esa atmósfera, a la vez inquietante y solidaria, —esto último, a causa de las personas que conoció— sería su puerta de entrada al mundo del que ya no volvería a apartarse: el mundo del rock.
—Ya tenía un contenido político desde una postura frente a los horrores que ocurrían en esa época en el país. Me dio la oportunidad de conocer a mucha gente de bandas. Hablo de Sal y Mileto, de Celeste esfera, de Jaime Guevara, de Los perros callejeros.
Y es que, a principios de los 90, parte del rock que se hacía en el país iba mucho más allá de tocar. Una de sus fuentes más profundas era, a todas las luces, la política.
—Esto es parte de la historia que no se cuenta cuando se hace un documental de la música independiente. No se habla todos de los grupos que se gestaron a partir de un movimiento político, de un movimiento contestatario que no solamente tenía sonidos, sino lírica.
Inevitablemente, este lado social de la música, que estaba germinando por entonces, llegó a Prohibido Prohibir. Y una de las primeras bandas cuya música contestaria se coló en el programa fue Sal y Mileto.
—El Igor (Icaza) me citó un día en el Parque del Ejido y me dio el primer casete con la música de Sal y Mileto. No tenía ni portada, era sólo un casete grabado. Estaban todos los temas, pero era todavía ese en el que está la portada de la laguna de Yambo. Como ves, ahí está todo lo que te hablo, porque es la banda que viene del proceso Plaza Grande. Nunca se habla del proceso Plaza Grande, pero este gesta todo lo que es hoy el movimiento independiente.
El poder advierte la presencia del rock
Poco tiempo después, entre mediados y finales de los 90, llegaron para Mayra los años de la adolescencia, que trajeron a su vida un nuevo género musical: el metal. No tardó en ir a los conciertos que se celebraban en la Concha Acústica, un lugar emblemático que se volvió pronto su nuevo escenario.
Y así, tal y como lo había hecho en la Plaza Grande, —donde, con su voz modulada, entrenada años antes por su padre, que le hacía declamar poemas, había leído libretos y coordinado con los artistas en los plantones—, empezó a subirse a la tarima, frente a 30 mil espectadores, a gritar con fuerza: “rock”.
Fue Diego Brito, del colectivo Al sur del cielo, quien, por así decirlo, “la adoptó”. El que la llevó a unos conciertos que cambiaron su vida para siempre. “Fue encontrarme con 30 mil camisetas negras delante mío. Nunca se había subido una mujer al escenario de la Concha Acústica. Habían sido siempre hombres”, cuenta.
En Quito, el metal estaba dividido en dos facciones: la del Sur y la del Norte. Al sur estaban Abadón, Sueño eterno y muchas otras bandas. “Tenían unos temotas, rock ancestral. Era rock clásico, blues, metal. No era parte de la escena independiente”, precisa Mayra.
Al norte estaba otro crew con varias bandas, como Muscaria, con el clásico “Luiggy” Cordovez, y cuya música estaba cargada de un mensaje social.
Al mismo tiempo, la música independiente seguía viento en popa. Surgían nuevas bandas, como la legendaria Mamá Vudú. Y, en Cuenca y Guayaquil, Basca y Blaze, respectivamente. El rock florecía en el país. Pero una sombra corría paralela a aquellos hechos.
El poder había advertido, nuevamente, la presencia del rock. Y el mensaje social que este desplegaba en su música empezó a incomodarlo otra vez. Cundieron los estereotipos, se agudizó la persecución. Se desataron hechos como “La tarde de las melenas caídas”.
Ese clima peligroso, donde la amenaza se cernía sobre quienes cuestionaban el poder, no tardó en llegar al plano de la libertad de expresión. Y el hecho de que Mayra se hubiera topado con el conocido álbum debut de Rage Against the Machine y hubiera hecho sonar en la radio su sencillo más emblemático, “Killing in the Name”, fue, de cierto modo, la gota que derramó el vaso.
—Fue un escándalo en el FM ecuatoriano. Me había conseguido ese disco, y fue la gota que derramó el vaso. Porque también fue seguida de “Botas Locas”, de Sui Generis, que, claro, es una canción que habla en contra de los militares. Para esa época, las frecuencias del país estaban en manos de los militares. ¿Cómo sales y hablas en contra?
De un rato a otro, la etapa en Teleonda había llegado a su fin. Pero ese final distaba mucho de ser apocalíptico para Mayra, pues una nueva puerta no tardó en abrirse, gracias a un grupo singular.
“Éramos varios botados de varios lugares”, recuerda, entre risas. Esos “botados” eran Hugo Beltrán Reyes —quien con el tiempo crearía el conocido programa La zona del metal y que a partir de ese momento haría, en compañía de Igor, Estruendosis—, Carlos Sánchez Montoya, Darío Ramos Grijalva y Mayra Benalcázar. Un grupo que era, por así decirlo, un conjunto de las “figuras del rock”.
Ese conjunto, con el apoyo de Igor Icaza y su padre, quien consiguió una frecuencia y la quiso usar para el pueblo, para los jóvenes, fue el núcleo de la Radio Impacto de Quito. En esas paredes, adyacentes al estudio jurídico de Roosevelt Icaza y cercanas al Congreso Nacional, volvió a la vida Prohibido Prohibir.
Estaba claro: el poder había intentado cortar una de las cabezas de la hidra. Pero la hidra estaba más viva que nunca, lista para desafiarlo.
Fue en ese contexto que empezaron los famosos conciertos en el Parque del Arbolito, un escenario tradicionalmente marcado por la protesta y que iba a tono con lo que pasaba en la época: el movimiento indígena y los movimientos sociales y de derechos humanos.
Ahí se presentaban, además de las bandas de rock, Acción ecológica; Carlos Michelena, con su espectáculo cómico profundamente político; Susana Reyes y Moti Deren, bailando; Wilson Pico, también con la danza; y gente del cine: Lissette Cabrera y Camilo Luzuriaga. La música se aliaba con las artes, buscando responder desde distintos espacios al poder.
Un poder que no se detenía, que no cejaba en el empeño de acallar las voces disidentes. Algo muy distinto de lo que pasa hoy, según Mayra.
—Ahora es diferente. A la escena actual la hallo más romántica, más light, lo que está bien. Es otro momento histórico, otra forma de involucrarse con el público, con ellos mismos y con la música.
El fin del siglo y el comienzo de los años 2000
En 1999 se produjo un hecho que golpeó con fuerza a toda la sociedad ecuatoriana: el feriado bancario. Una página oscura en la historia del país que trajo pobreza y desánimo, y que envileció a muchos.
En ese contexto, el rock, por supuesto, no se quedó quieto. Se multiplicaron los espacios, como el Café Arte Guápulo, de Martha Santos y sus hijos, los hermanos Fidel y Amaru Barzola. Como el Pobre Diablo, que por entonces funcionaba en “La Zona” y no en la 12 de octubre.
Emergió El sótano, un sitio con el que Radio Impacto se aliaría y que permitiría tener, en palabras de Mayra, una suerte de “MTV chiquito”.
Se multiplicaron las bandas. Aparecieron Cacería de Lagartos y La grupa. El punk también irrumpió, con El retorno de Exxon Valdez y Tanque. Y aparecieron otras dos bandas emblemáticas: Guardarraya y Pulpo 3.
A la vez, el rock se había extendido por todo el país. A Ambato, a Cuenca, a Guayaquil. En Cuenca surgió Sobrepeso. En Guayaquil, las grandes bandas de hardcore: Notoken y 69 segundos.
Y no sólo el rock: también el hip-hop, del cual Mayra siempre había estado cerca, con Fango y Tzansa matanza.
La música empezó a trascender las ciudades y a expandirse por todo el país, creando una suerte de “enlace nacional”. Fue, además, un periodo de cambios para Mayra, en especial porque fue en esa época que Prohibido Prohibir se mudó de estación una vez más.
Prohibido Prohibir en el siglo XXI
Para ese entonces, había quedado claro que Mayra Benalcázar tenía una capacidad y una experiencia que sobraban para su oficio. Así que un cambio de emisora no afectaría a su propuesta en lo más mínimo. Por el contrario, podría ser beneficioso para el medio que acogiera Prohibido Prohibir.
Ese medio fue La Metro, que por entonces se enfocaba casi por completo en la música en inglés. Entonces, llegó Mayra, con su dosis variopinta de bandas nacionales.
—Déjenme hacer lo que sé hacer bien, y les irá mejor. Creyeron en mí y la radio se transformó. Empezaron a sonar otras cosas.
En esos momentos se encontraba en La Metro un viejo conocido: Darío Ramos Grijalva, cercano, más que a nada, al metal. Y también nutrían la programación Edison Soto, que apelaba a lo clásico, y Edwin Poveda, con su famoso programa centrado en los grandes clásicos alternativos.
—Yo era pionera en el sentido de la locura, del arrebato. Pero ya estaba Carlos Sánchez Montoya, que no sólo hacía rock metal. Él trajo a los MTV acá. Cuando llegué, él ya la rompía.
También por esos días se dio una de esas epifanías musicales que no suelen ser muy frecuentes y que, de cierta forma, establecen una especie de división entre las épocas.
—Una noche de inicios de los 2000, en un bar que no me acuerdo, camino a Cumbayá, conozco a Guardarraya. Recibo y empiezo a hacer sonar el Big Bang como loca en La Metro. Fue importante, porque empieza a aparecer un nuevo sonido. Fue, de esa nueva camada, la banda más política, a pesar de que su sonido no era un hardcore que te explotaba en la cara. Pero la lírica era contundente.
Con Guardarraya y Rocola Bacalao hizo su aparición una nueva onda en el rock nacional, con un sonido menos contundente, más mezclado, que compensaba la falta de potencia en las notas con un mensaje duro. Un mensaje que, sin problemas, ya viajaba entre los oídos de los muchos entusiastas de la época, ramificándose sin fin. Hacia toda clase de grupos. El rock nunca había sido tan popular en Ecuador.
Sería fácil pensar que el paso siguiente era su adopción por parte de los grandes medios. No fue así.
“Los grandes medios responden a una agenda, a una línea editorial, comercial, a la pauta. Los auspiciantes no le estaban apostando a lo novedoso, a la ruptura. Le apostaban a un pop local que había perdido mucha fuerza”, señala Mayra.
Adaptarse a la era digital
Desde esa época han transcurrido varios años, en las que, desde su espacio, la experimentada locutora no ha dejado de prestar atención a la evolución del rock en el país. Ha advertido, con sabiduría, los vaivenes a los que los medios tradicionales se han visto sometidos por el advenimiento de las plataformas digitales. Y es así porque siempre ha visto más allá de la superficie de las cosas.
Sabe que algunos de los cambios son positivos, refrescantes a su manera. Lo experimentó cuando se enteró de que Darío Granja, uno de los aficionados fieles a su programa, abrió Plan Arteria. Lo que, en palabras de Mayra, la llenó de orgullo, y no sólo a causa de lo que podríamos considerar una suerte de relevo generacional, sino por la profundidad de la investigación y la calidad del contenido del nuevo medio.
Ahora bien, como es sabido, casi todo que merece atención en la vida suele hacerlo gracias a la existencia de su reverso. Y es aquí cuando la experimentada locutora nos previene del lado más sombrío, del riesgo más patente para el periodismo en una época como la que vivimos.
—Hay gente que dice que está bien, que es la libertad de expresión, que hay que apostarle a la libertad. Pero, por otro lado, está el tema de que hay que ser responsable. Tener un micrófono al frente, tener una cámara, un canal, es una gran responsabilidad. Porque tú emites criterios que van a quedar.
La crítica no es gratuita. No parte de la nostalgia por el pasado. Mayra está plenamente consciente de lo que ha cambiado, de lo que extraña, de lo que nunca volverá a ser igual. Pero, con base en su amplia experiencia, se ha percatado de que algunas cosas deben prevalecer, sin importar el paso de los años.
—El llamado es a ser originales e investigar. Que no nos acostumbren a la noticia fácil, sin importancia, al lado más light, a esta liviandad que nos estanca.
Ser mujer en ambientes rockeros
Por sus circunstancias personales, en las que su personalidad arrolladora le fue abriendo los espacios sin mayor problema, Mayra nunca se sintió fuera de lugar por ser mujer en los ambientes del rock y el hip-hop. Al contrario, siempre se movió como pez en el agua dentro de esa cálida cofradía cubierta por la hermandad.
—Depende mucho de actitud, más allá de si seas hombre o mujer. No depende sólo de si te ponen el pie, sino la actitud que vas a tener. Desde el principio, estuve bien empoderada. Gracias a mis padres siempre tuve claro por dónde iba, desde pequeña. No todos tenemos por qué tenerlo. Algunos lo descubren luego. Pero siempre es importante tener una actitud clara frente a las cosas, porque permite que tu discurso también sea claro.
Eso no significa que Mayra no se haya preguntado por qué no había tantas mujeres en los espacios que frecuentaba en su adolescencia. Como el lector atento ya habrá podido observar, se hizo varias veces esa pregunta, y con gran curiosidad.
Tampoco equivale a que ignore la presencia del otro lado del machismo en la sociedad: el de la violencia y cómo esta es solapada. Porque ella misma ha sido víctima de ella.
—Yo tendría quince cuando me subía a los escenarios. Siempre estaba este personaje… Se creó toda una historia. Este personaje iba a todos los conciertos. Siempre gritaba: “Te amo, Mayra Benalcázar”. Pero ya era una cosa perturbante para una pelada. Todo el tiempo estaba ahí.
A tal punto llegaron las cosas, que en una oportunidad sus amigos tuvieron que intervenir cuando el personaje en cuestión estuvo a punto de agredirla fuera de un concierto en la Plaza Belmonte. Mayra ha tardado mucho en compartir esta anécdota.
“En mi caso, dicen que la Mayra es fuerte, que cómo se va a quedar callada frente a algo así. Sí, pero a veces te quedas callada porque ya no sabes cómo lidiar con esa violencia”, admite.
El futuro
¿Qué le espera a Mayra Benalcázar en el futuro? Sobre todo ahora que las cosas lucen tan inciertas para todo el mundo. Cuando la pregunta final con la que esta nota fue elaborada llega a sus oídos, Mayra no duda. Casi que puede decirse que la ha respondido minutos antes, en el momento en que habló sobre los grandes cambios que ha experimentado la radio en las primeras décadas del siglo. La época de los medios digitales.
Pero ahora le añade más matices y, al mismo tiempo, responde de una forma más directa. No quiere dormirse en los laureles. No está dispuesta a sacrificar los principios que han regido su quehacer periodístico desde el primer día, eso sí. Sin embargo, quiere seguirle brindando al oyente todo de sí. Es su compromiso ineludible.
—Agradezco que alguien reprise cosas que yo hago. Pero, mientras hagan eso, yo tengo que reinventarme. Todo el tiempo estoy tratando de buscar algo nuevo.