Ese rectangulito de plástico que se rebobinaba con un esfero y se escuchaba cálido y aterciopelado, parece estar resurgiendo poco a poco en las manos de unos cuantos melómanos.
En un mundo en el que la música ya casi no nos pertenece, y le llega a nuestros oídos sólo en préstamos desde una nube virtual difusa, uno podría pensar que es absurda la posibilidad del proceso solemne que implica «escuchar un casete». Pero el internet no ha conquistado todo, el streaming aún no consolida su monopolio, y existen todavía frentes de músicos y melómanos románticos que creen en el poder de la música análoga. ¿Qué dicen esas voces acerca de la música que se lanza en un formato del pasado?
Suena contradictorio y poco creíble que un artista quiera lanzar nueva música en este formato. Uno mismo le aconsejaría que «no sea absurdo», y le cuestionaría el porqué de su decisión, si hoy por hoy, hay otros que ya ni siquiera creen en los CDs. Pero el casete parece no sólo ser solo un dispositivo de retorno a la nostalgia. Es, de cierta forma, un manifiesto guerrillero de que la música todavía puede servir para algo más que hacer bulla de fondo en nuestras rutinas, de que todavía se puede poseer, como una fuerza, o un proceso palpable.
«La música todavía es un proceso humano»
La historia de Chokilla Durán, cuentero, cantante y andariego cuencano, sirve como abrebocas al mundo de la cinta. Este artista bohemio de la vieja guardia, lanzó hace poco un álbum titulado «Cuentos de Cacao», caminando la cuerda floja entre el mundo digital y el análogo. Según dice, él fue más bien un testigo «tolerante» de la manipulación de su música en las manos de Anatol Waschke, su productor. Cuando tuvieron el disco listo y a punto de lanzarlo, a falta de ganas y presupuesto para imprimir CDs, le dijo que sacaran casetes bajo pedido. Se imprimieron 17 copias en cinta de las historias del cacao, junto con su subida a Spotify, Amazon y todas esas cosas que el mismo Chokilla reconoce no haber abierto nunca en su vida.
El día del lanzamiento, llevaron esos casetes como material de emergencia para tener algo que dar al público que iba a caerles al Café de la Casa de la Cultura en Cuenca. Chokilla llegó atrasado a su toque (según dice, por culpa de su pana el Mono Peña) y vio cómo de alguna forma extraña, la grabadora que llevaron para reproducir las cintas como exhibición, terminó ganándole el protagonismo en el escenario.
Los casetes fueron la novedad más grande de la noche. Tanto, que dos panas suyos quisieron comprárselos al paso, y él, sin saber siquiera dónde se imprimieron, terminó vendiendo sus propias copias por 8 dólares que necesitaba y ahora no recuerda en qué gastó. Testigo lejano del nacimiento de su música en la cinta, este personaje del teatro deja un primer testimonio de lo que eso significa, envuelto en algunas frases poéticas que parecen salidas de otro tiempo.
Dice, que el casete se parece en algo a los caballos, como resurgimiento de una fuerza de trabajo que estaba desaprovechada. Y ahí se vuela un poco más y nos hace pensar que esa cinta café oscuro que no se ha visto rodar hace décadas, nos ancla a escuchar la música y convierte los sonidos en un instrumento de conciliación con uno mismo, en un proceso humano. «Un artista —sentencia Chokilla— está para lidiar con todas esas cosas (la tecnología y el arte) en el mundo». Un artista puede regalarnos «20 minutos» de cacharnos a nosotros mismos al imprimir un casete, aunque sea por accidente.
Pero, ¿qué hay cuando uno se baja de esa nube y mira al casete sin tanta poesía? Un artista tiene que comer, y cuando no es tan hippie ni feliz siendo chiro como el Chokilla, sabe que está arriesgando mucho al vender su música en este formato. O quizás, sabe algo, que nosotros no sabemos.
La nostalgia de los resabiados.
El mundo del heavy metal y el rock parece ser el que más ha parido cintas en los años recientes. El fenómeno se ha esparcido por Colombia, Ecuador y Perú hasta donde sabemos, y responde a muchos factores, según nos cuentan los conocedores del género.
Por un lado, el rockero promedio sabe que se ha insertado en muchas imaginaciones como un man rosca, rocoto, fiero, al que difícilmente encontraremos en el mundo nice de las plataformas digitales que necesitan imágenes refinadas. Un rockero se opone a toda esa vaina, quizás por naturaleza, y de alguna forma puede seguir creyendo que la música que vale, la verdadera, está guardada en los casetes.
Según nos dice Juan Sebastián Barriga, periodista ducho del género en Colombia y Ecuador, y metalero consumado: «muchos metaleros vieja escuela se la pasan llorando porque antes era la música, porque hay que tener las cosas, el internet es basura, el verdadero rockero compra la música y toda esa mierda. Y por eso muchas bandas están volviendo a lo físico.»
Esto también puede responder a los recuerdos de lo «jodido» que era conseguir música antes, cuando el rock estaba mal visto. Cuando no llegaba a las perchas y el ritual para alcanzarlo implicaba piratear en cinta los CDs traídos por un solo amigo afortunado que se fue de viaje a donde sí había acceso fácil.
En Ecuador, Mortal Decisión es el referente más importante dentro de esta movida del casete rockero. Recientemente sacaron un casete compilatorio de sus hits, después de 25 años de carrera. Juan Sebastián afirma que en Colombia también son varios los rockeros que le apostaron al casete, incluso haciendo splits de sus cintas con otras bandas. O.D.I.O., Los Pirañas o Chúpame el Dedo son nombres que se le ocurren rápidamente.
A ellos se han sumado bandas de otros géneros en Ecuador que transitan por debajo del radar y encuentran en las cintas una madriguera perfecta para su creación, según afirman otros artistas como los miembros de Sexores o el rapero cuencano Método MC. Vienen de rincones diversos, como Macas, Cuenca, Limón o Ambato. Algunos tocan noise, otros divagan por ritmos distintos. Entre ellos suenan nombres como Los Tronajeros o Vías Negras.
Las posibilidades del objeto.
Barriga afirma que toda esa onda rockera y contestataria es una parte importante del retorno del casete, pero también, que tal vez ya está algo caduca: «hay que dejar tanta lloradera y nostalgia.» Existen otros factores para el retorno de la cinta, otras posibilidades del objeto.
Pablo Rodríguez, otro periodista metalero de la vieja guardia, lanza una tesis para sentarse a pensarla: «En un medio donde es cada vez muy difícil seducir al público para que compre música, surge la necesidad de hacer objetos que brinden una experiencia más allá del solo hecho de comprarla, y es en ese campo donde artículos como el casete obtienen una valoración». Barriga resume esto en una especie de «fetichismo». Sea como sea, no para todos se trata de escupirle en la cara al avance del internet, sino de proveer alternativas que le den nuevo valor a su música.
«Si quieres hacer algo físico bonito en DIY el casete es lo más barato», dice Barriga. Y sí, grabar casetes es relativamente fácil, no se requiere mayor maquinaria ni equipos costosísimos. Se puede hacer con una grabadora confiable. El tiraje de los casetes en sí (el plástico y la cinta), como materia prima, tampoco es caro, y además se pueden hacer con colores y con folletos más fácilmente personalizables. Y el resultado es un objeto de colección atesorable, algo que se guarda con cariño y que se ve lindo en las manos del fan, además de obligarlo a anclarse a escucharlo -si es que tiene dónde-. El casete representa una revalorización de la música para los artistas bajo este contexto.
Para Emilia Bahamonde y David Yépez, de Sexores, la premisa detrás de su cinta era: «escuchar nuestra música a través de distintas formas y descubrir el sonido con el que más nos sintamos cómodos.» En otras palabras, una exploración. Adicionalmente estaba el hecho de que el casete resalta la textura de ciertas frecuencias, lo cual también le da un valor endémico a su escucha. Ellos no niegan que sí se dejan llevar por «cierta nostalgia» al editar su música en este formato, porque según dicen, «encajaría mejor en décadas pasadas». No obstante, no se dejan condicionar por ello, ni por la exploración sonora. Su casete es algo que «perpetúa la experiencia» de escuchar música y la salva de su banalización cada vez que una nueva tendencia de consumo aparece.
Como contaba más arriba, Método MC también le apostó a este formato y grabó cada casete como si se tratara de acunar a un hijo recién nacido. Mira su grabadora con brillo en los ojos y se emociona por el proceso de pegar el sticker sobre el plástico, doblar el folletín y saber que cada canción se está materializando en la cinta «en tiempo real». Es curioso que decidiera sumarse a este movimiento del pasado para sacar un nuevo disco llamado Irreversible, que representa ir hacia el futuro, sin repetirse ni mirar atrás.
GIF promocional de «Irreversible» de Método MC. Cortesía de Queñua Photo & Film.
Para él, todo se suma a un proceso ritual, que involucra al músico y al fan. «Era un nuevo comienzo, y pensé, ‘el cassette puede ser un perfecto aliado para mostrar algo que pueda ser apreciado de distintas maneras, y que permita al escucha sentirse más cercano a la música que transmito’.» Él mismo se ha acercado a su música gracias al proceso, desde que le llegaron las cintas azules vacías hasta que las vio en su caja de «edición limitada» y comenzó a enviarlas. Si bien dudó al principio, ahora no se arrepiente, y sabe al igual que sus colegas de Sexores, que el casete brinda posibilidades sonoras que no le pertenecen a ningún otro medio, y que como objeto «lleva todo el amor y empeño que el artista le pone a su obra.»
Tanto Sexores como Método se parecen en eso a Chokilla Durán con su filosofía romántica, y se enorgullecen de ello. La música tiene más sentido cuando uno se sienta a escucharla y mira en el booklet y en la caja todo el concepto y el sudor que la contienen. Su esfuerzo no ha sido en vano. Sexores por ejemplo, agradece como banda a los fans que compraron su música en cinta y los han obligado a que se abastezcan de más casetes.
¿El Futuro?
Aún no se puede saber a ciencia cierta si el casete ha vuelto para quedarse, como su primo el vinilo. Los periodistas como Barriga o Rodríguez no le avisoran un futuro muy prometedor. Creen que no tiene lugar para competir en el mercado y que podría surgir como preferencia entre los escuchas solamente a mediano plazo. No obstante, algo parece estarse gestando entre las cintas. Si no, pregúntenles a Justin Bieber o a The Weekend por qué decidieron afiliarse también al movimiento:
Sería imposible reducir su reaparición solo a la nostalgia, solo a la rebeldía, solo al fetichismo o solo a las cualidades sonoras que provee. El combinado de todas las cosas es lo que le ha dado vida y lo que le permite introducirse poco a poco, como una enredadera creciendo en una pared, en los oídos de algunos nichos de fans. Tal vez no se trata tampoco de una lucha contra el streaming y el avance de la nube. Sea lo que sea, el casete está comenzando a sonar de nuevo, y al hacerlo provee un lugar desde el cual uno puede dar un paso atrás y gozar un poco de tener la música en sus manos.