El cacao engloba tanta o más historia sobre nosotros y nuestro territorio que el himno y la bandera, pero su diversidad está amenazada, y con ella, nuestra soberanía sociocultural y alimentaria. Es momento de colocarlo entre nuestras preocupaciones nacionales del futuro.
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Hay quienes todavía desconocen que los vestigios más antiguos del cacao en todo el mundo se encontraron aquí mismo, en territorio ecuatoriano. En este punto quizás la disputa por su origen ya haya perdido relevancia, pero si consideramos que este fruto ha implicado tantos sacrificios como prosperidad para la patria…bueno, tal vez deberíamos colocarlo entre nuestras preocupaciones nacionales del futuro.
De acuerdo con algunas investigaciones arqueológicas, los vestigios datan de 5300 años a.C., y fueron hallados en la Amazonía alta, específicamente en el cantón Palanda, en Zamora Chinchipe. Los mayo-chinchipe-marañón, una cultura asentada en la cuenca del río Chinchipe, preparaban bebidas a base de cacao y usaban las semillas como moneda para el trueque.
Es decir, en lo que hoy es Ecuador se ha domesticado, cultivado y consumido cacao durante aproximadamente 5.000 años. Entonces, ¿Por qué todavía no es un símbolo patrio? es una duda muy justificada, pues este fruto engloba tanta o más historia sobre nosotros y nuestro territorio que el himno y la bandera.
Sin embargo, lo cierto es que la relación cultural e identitaria que tenemos con el cacao ha sido inconstante. Durante la colonia se producía cacao para exportar las semillas a Europa, aunque la expansión del mercado cacaotero en Ecuador sucedió más adelante, a principios del siglo pasado, favoreciendo el surgimiento de una poderosa clase social, conocida como los “aristócratas del cacao” o Los Gran Cacao.
Estos ecuatorianos del pasado adoraban el fruto por el poder socioeconómico y político que les otorgaba, pero más entrados en el siglo XX esa devoción no perduró. ¿Por qué? Porque el país vendió su alma al diablo o, en otras palabras, porque las concesiones mineras y petroleras en la amazonía para la exploración dieron resultado, hasta que finalmente en la década de los 70s se instaló el primer boom petrolero en Ecuador. Así, empezamos a exportar petróleo y a importar chocolate europeo.
No obstante, en las últimas dos décadas ha empezado a parpadear una nueva llama en esta historia de amor y traición: pasamos de producir cacao nacional a elaborar chocolate nacional. Aprendimos técnicas y desarrollamos una propia industria chocolatera con resultados dignos de galardones y reconocimientos internacionales que nos pusieron en el mapa.
Este éxito hay que atribuirlo a las marcas que lo hicieron posible: Pacari y República del Cacao, por ejemplo, y otras tantas que han ido surgiendo con el tiempo. Además de eso, año tras año rompemos récords de exportación de la materia prima. O sea que no es una exageración decir que de las pocas buenas noticias que han aparecido en los últimos años –de esas que el Ecuador no está acostumbrado–, el cacao se ha llevado varios titulares en letras enormes y primera plana.
En otras palabras: el cacao volvió a subirnos la autoestima. ¿Deberíamos celebrarlo? Por supuesto. Pero también, y sobre todo, deberíamos estar preguntándonos: si tanto orgullo nacional ha traído el cacao en el pasado y el presente, ¿por qué aún no nos hemos preocupado por su futuro?
De los récords y las verdades incómodas
La ‘pepa de oro’ florece en casi todo el territorio ecuatoriano (incluyendo Galápagos), aunque la producción se concentra principalmente en cuatro provincias: Manabí, Guayas, Los Ríos y Sucumbíos.
Hay que decirlo: Que en nuestro territorio florezca un inigualable cacao es tanto una generosidad de la naturaleza como una hazaña de agricultores de tradición y de escuela. Las condiciones climáticas y biodiversas de nuestro país son óptimas para la germinación del famoso “cacao nacional” de la variedad fino de aroma. Desde la época colonial también se lo conocía como “cacao arriba” y se distingue por sus aromas y sabores frutales y florales.
Esta variedad ha sido cultivada por largas tradiciones de agricultores y es tan especial que prospera cuando convive con otras especies de plantas (cocoteros, guabos, naranjos, laurel). Digamos que los monocultivos lo deprimen.
Pero hay otro tipo de cacao: el “clon” o “híbrido” que, en cambio, lo han entrenado para sobrevivir en la homogeneidad, o sea, en monocultivos. Su nombre es CCN-51 y en él se pueden diferenciar matices frutales o florales en menor intensidad, pero es más resistente a plagas o enfermedades.
El cultivo del CCN-51 es resultado de la industrialización y ha ganado terreno: es con esta variedad que estamos marcando los récords de exportaciones. Ecuador hoy se encuentra entre los ocho países con mayor producción de cacao en el mundo.
Pero más allá de los titulares bonitos del tipo “Cacao marca récord de exportaciones por segundo año consecutivo”, nos está haciendo falta enfrentar una verdad incómoda: allí afuera, nuestra “pepa de oro” vale menos de lo que a nosotros como país nos cuesta (social, cultural y económicamente) producirla.
Solo consideremos que, de acuerdo con un análisis de la cadena alemana de noticias DW Español, “por cada tableta de chocolate que cuesta 1 euro en un supermercado alemán; los agricultores de cacao se llevan apenas 4 céntimos”.
Lo que pasa es que en el mercado internacional el cacao no es más que un commodity, materia prima, un objeto de comercialización, con un valor en bolsa estandarizado, regulado por el mercado internacional que, ante todo, considera los kilogramos del quintal.
Si el cacao es fino, el agricultor ganará acaso unos cuantos centavos más. Y puesto que el “beneficio” mayor para los productores viene de la cantidad y no de la calidad, bueno…¿qué incentivos creen que le estamos dando al cacao nacional?
¿“Beneficio”? entre comillas, porque hay que entender que las cadenas de comercialización son intrincadas, injustas e incluso abusivas. Así, la plata que llega a los bolsillos de los agricultores no siempre es equivalente a sus esfuerzos. Por otro lado, muchos agricultores ni siquiera llegan a probar esos chocolates gourmet que se producen con su materia prima.
Es decir, como país le hemos apostado a la industrialización del cacao, pero además de las ganancias económicas, ¿no deberíamos cuantificar también las pérdidas socioculturales y ambientales?: variedad de semillas, tradiciones de cultivo y cosecha, ecosistemas biodiversos, etc.
Qué insistencia la nuestra la de querer ser clones para encajar en la globalización.
Costo en bolsa, costo humano
A pesar que a nivel latinoamericano ‘triunfamos’ frente a países como Brasil o Costa Rica, la región que acapara la industria cacaotera mundial es África. Según el portal de estadísticas para datos de mercado, Statista, “alrededor del 70 por ciento de los granos de cacao del mundo provienen de cuatro países de África Occidental: Costa de Marfil, Ghana, Nigeria y Camerún”.
De acuerdo con el mismo portal, entre 2021 y 2022 se espera que Ecuador produzca 370 toneladas de granos de cacao, mientras que Costa de Marfil, 2.200 toneladas. Estamos lejos de hacerle la competencia en cantidad al país africano, pero, aquí otra pregunta: ¿qué suponen estas toneladas?
Para el continente africano, por desgracia, en los quintales de cacao también pesan formas ‘modernas’ de esclavitud. Y en el caso ecuatoriano, los monocultivos están creando círculos viciosos de empobrecimiento del suelo y de personas.
Lógicamente, para vender la mayor cantidad de costales se necesita la mayor cantidad de sembríos, pero ¿y si por circunstancias imprevisibles esos sembríos de única especie se echan a perder? Sin producto no hay quintal; sin quintal no hay dinero; sin dinero no hay comida.
El vínculo entre los monocultivos y la malnutrición infantil en los países que llaman ‘en vías de desarrollo’ está bien documentado. Claro, la bolsa de valores no considera nada de eso.
Defender la biodiversidad que representan especies como el cacao nacional debería ser, entonces, un asunto de soberanía alimentaria y soberanía sociocultural.
Las ironías del país cacaotero
Hay mucha plata de por medio en la industria cacaotera y chocolatera. Para comprobarlo solo basta con ver los números. Como principal productor latinoamericano de cacao, Ecuador generó $800 millones de dólares en 2020 con las exportaciones de materia prima.
Alemania, por su parte, que no produce un solo grano de cacao, obtuvo $6.000 millones de dólares con las exportaciones de chocolate. Claro que la materia prima y la procesada siempre son valoradas de distinta manera.
Sin embargo, cuando para un eslabón de la cadena eso se traduce en pobreza, entonces no solo hay un desequilibrio, sino además un atropello. Y el cacao para agricultores ecuatorianos –pensemos en los individuos y no en la industria– cada vez representa más sacrificio que prosperidad.
Entonces, ¿qué hacemos? Posiblemente primero necesitemos identificar los comportamientos que nos mantienen en un círculo vicioso. A nivel de consumidores, por ejemplo, existen varios patrones que, sin nosotros saberlo, contribuyen a agudizar el problema.
¿No es acaso inaudito que en un país cacaotero todavía regalemos chocolates suizos para “quedar bien” con los otros? ¿O que crezcamos educando nuestro paladar con chocolatinas que tienen más azúcar que cacao? O peor, ¿que el chocolate chocolate ni siquiera llegue a la mesa de una gran mayoría de ecuatorianos?
Trabajar en la relación cultural e identitaria que tenemos con el cacao a nivel nacional es impostergable. Pero si algo deberías recordar –si llegaste hasta aquí– es que la ‘pepa de oro’ florece en casi todo el territorio ecuatoriano (incluyendo Galápagos); probablemente en tu provincia, más cerca de lo que imaginas. Los tesoros no hay que buscarlos tan lejos. Hay que protegerlos.
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Esta nota fue escrita por Katicnina Tituaña, Periodista y Editora de Radio COCOA, con la orientación de Sebastián Navas, Coordinador de Gastronomía y Profesor del Colegio de Hospitalidad, Arte Culinario y Turismo de la Universidad San Francisco de Quito.
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