Danilo Vallejo empezó a tomar fotos en conciertos de rock como fan. Nunca se imaginó que, décadas después, su archivo personal recorrería el mundo para contar la historia del movimiento underground.
Danilo se encontró con la fotografía y el rock en su infancia, cuando su padre le regaló su primera cámara y su primera grabadora, a los 10 años aproximadamente. La cámara era una Kodak 110 de bolsillo, con la cual tomaba fotografías de su familia que aún conserva. En la grabadora escuchaba y registraba las canciones que le gustaban en aquella época.
Las dos aficiones que marcaron su camino surgieron a la par, sin que él se diera cuenta, y las dos explotaron cuando estaba en la universidad. Una vez instalado en la Facultad de Artes de la Universidad Central, coqueteó con varias disciplinas antes de clavarse de cabeza con la cámara gracias a una profesora francesa. Cuenta que esto ayudó a su incursión en la fotografía, permitiéndole entender mejor el manejo de la luz desde otras ramas. Para él, “quien domina la luz, domina la fotografía”.
Todo esto le sucedía entre el 89 y el 92, mientras que en Quito empezaba a bullir simultáneamente el movimiento del rock underground. Bandas como Brutal Massacre, Fábrica de Caníbales, Notoken, Speck, entre otras, iban a la vanguardia como pioneras al componer música propia, alejándose de los covers. “Nosotros les seguíamos a todo lado. Éramos chamos. Nos encontrábamos en las terminales y carreteras jalando dedo”, cuenta. “Hicimos buena amistad y también empezamos el apoyo y el desarrollo del movimiento».
La fotografía empató con la música, finalmente, cuando fue enviado a capturar imágenes en un concierto de la banda Funeral en el sur de Quito. Llevó una cámara prestada de la universidad con un rollo en blanco y negro. “Desde ahí empezó. Pero claro, todavía no tenía ni idea de lo que podía deparar la fotografía en sí”.
La historia de una comunidad
“Mi intención al inicio era ser artista plástico, y sigue siendo”, confiesa Danilo. Aunque ha colaborado durante aproximadamente dos décadas como fotógrafo para diversos medios como las revistas Diners, Anaconda o el Diario El Hoy, sigue pensando que la fotografía en su vida es “una carrera paralela que da réditos económicos”. “En el 92 que empecé esto, fue como aficionado, y no pensé que en mi carrera iban a desencadenarse tantas cosas”.
Él tomaba fotos en conciertos de rock como una urgencia personal. Sabía, de alguna manera, que estaba capturando una historia musical mientras se desenvolvía ante sus ojos, pero no tenía idea de qué hacer con ella. Simplemente era un archivo particular que crecía por su amor al arte y que le servía para seguir mejorando con la cámara: “con cada click afinaba más el ojo,la cámara, diafragma, que me parecía bien bacán”.
No fue hasta el 2006 que encontró un propósito concreto para sus rollos hinchados de rock, cuando se acercó a él la Red Cultural del Sur. Gracias a esta organización, convirtió su archivo en la que quizás ha sido la muestra de fotografía de rock más grande e importante del país hasta ahora.
En un inicio, sus fotos fueron expuestas durante dos meses, aproximadamente, en las estaciones principales del Trolebús al norte y sur de Quito. La historia que él estaba registrando con su cámara salió a la luz en ese momento, y así la ciudad se enteró de que había un “movimiento de rock subterráneo” reverberando bajo su superficie. Las fotos pasaron de sus cajones a las estaciones de bus, y después a las salas del Museo del Banco Central en la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
“Se hicieron fotos de un metro, se hicieron instalaciones fotográfica y sonoras, un disco, carpetas, volantes. No esperaba tanto», afirma Danilo. La muestra se prolongó hasta tres meses en el 2007 a pedido del público, y fue vista por más o menos diez mil personas, según recuerda. Aquello que empezó como el álbum de un fan terminó por darle un lugar al rock underground en la institucionalidad cultural del país. Ese fue el nacimiento de «Testimonia Rock».
La serie empezó a viajar por todo el Ecuador y eventualmente llegó a ser vista en Perú, Francia y Estados Unidos, prolongándose durante años después de su primera instalación. Más allá de haberle dado sentido a las fotos de Danilo, «Testimonia» también se convirtió en un hilo conductor de su vida, que incluso lo salvó indirectamente de la muerte.
En el 2008, mientras estaba en Riobamba mostrando sus fotografías, se preparaban los Premios Ultratumba, un evento de música gótica que se llevaría a cabo en la discoteca Factory, al sur de Quito. Danilo era un invitado de honor, y debía viajar de regreso para fotografiarlo. Sin embargo, su amigo Edwin Yuco lo convenció de quedarse para celebrar la presencia de sus fotos en la ciudad y lo obligó a atrasarse a punta de cervezas.
Danilo viajó tarde. Cuando llegó a Quito a cambiarse en su casa y alistar su equipo, recibió una llamada en la que le avisaban que hubo un incendio, y que ya no fuera porque todo había sido cancelado. No fue hasta el día siguiente, viendo las primeras fotos de la catástrofe, que entendió la magnitud de lo que había ocurrido.
“Yo tenía que estar ahí”, dice Danilo. “Yo era amigo de Celestial (la banda principal del evento) y de la pareja que organizaba. Pero por el azar del destino, ni llegué. Me salvé entonces, a la final. Creo que fui a la semana y estaba todo en un estado totalmente desastroso. Rescaté un bajo y lo tengo como una reliquia histórica de ese momento”, cuenta.
El incendio de la Factory es uno de los episodios más lamentables de la historia del rock en nuestro país. Cobró decenas de vidas y generó un shock en la realización de espectáculos, que incluso obligó a cambiar las legislaciones de la ciudad al respecto. El movimiento del rock underground había sido herido de muerte. Sobreponerse al dolor era un deber, para que todos se enteraran, para que algo así no volviera a pasar nunca más.
“Después de eso seguí, porque trabajando en El Hoy me di cuenta de que tienes que hacer lo que sea, como sea. Documentar lo que tengas que documentar, y te envíen a dónde sea, tienes que ir”. Aún en medio de la desgracia, y contra la censura, Danilo tenía que utilizar sus imágenes para hacer visible el mundo que lo apasionaba. “Tenía que contar la historia de que realmente, a la final, no éramos los vándalos, destructores, demonios satánicos que nos tildaban, sino gente común y corriente con un gusto musical”.
Expandir el poder del rock
Danilo afirma que la audiencia y los músicos son dos partes de un solo cuerpo, que “el artista se debe a su público”, y que no podrían perdurar si no se sostuvieran entre sí. Por ello, desde que empezó a tomar fotografías, se enfocó siempre en tratar de capturar lo pasional de la relación entre los fanáticos y sus “héroes musicales”.
“Más allá de la luz, yo creo que en una imagen se debe oír la música, los gritos de la gente. La fotografía te debe transportar a ese preciso momento en que el público está gritando emocionado o el músico está saltando y dando un riff con su guitarra”.
Él se define principalmente como fotógrafo documental, y a su estilo con la cámara como “fotografía de acción”. Si bien empezó como fotógrafo análogo, y añora parte de ese proceso, dice que hoy por hoy prefiere lo digital por su rapidez y por la cantidad de trabajo que le ahorra.
Lo suyo es estar presente en el momento preciso y capturarlo para que se vuelva inmortal, parte de un testimonio más grande. Anque cada foto es única en sí misma, en su imaginario siempre responde al “movimiento” y a su historia, al rock como una ola que debe seguir expandiendo su poder.
Del conjunto total de su obra han nacido pequeñas series como “I Love You”, que captura todos los romances rockeros que ha visto; “Baby Rock”, que da un testimonio de las familias que van con sus hijos a los conciertos; o “Hard Dog”, que retrata a los perros que acompañan a sus dueños a formar parte del movimiento underground. Sus imágenes retratan todos los colores y matices del movimiento musical que mueve sus entrañas.
Una de sus fotografías, a la que considera “emblema de Testimonia Rock”, es producto de esa forma de operar. La capturó en el año 2001, cuando Ilegales tocó en Ecuador. Entre el público divisó a una pareja punk que disfrutaba del concierto en actitud cariñosa, junto a un policía que cargaba un tolete. Ante la oportunidad inminente, Danilo se subió a unos andamios que encontró cerca y desde arriba alcanzó a congelar el momento paradójico en que los punks se daban un beso junto a la figura de autoridad que estaba para controlarlos. La foto luego llegó a ser publicada en Rolling Stone.
Un archivo que sigue en construcción
Danilo se ha visto en la obligación de definir una postura clara frente a su oficio en la actualidad, mientras el vórtice del internet va creciendo y transformando irremediablemente el consumo de imágenes. Su preocupación parte de algo muy concreto, y es que él se formó en la vieja escuela y aún apunta a ganar dinero de sus fotografías. “En la era análoga era mucho más beneficioso porque uno imprimía 20 copias y las veinte se vendían. Ahora ya no es así porque es mucho más fácil descargarse de internet”, afirma.
Sin embargo, no se ha enemistado con esas nuevas posibilidades, y por el contrario trata de aprovechar algunas de sus propiedades, como el poder de ser visto. No obstante, opina que el peor mal que el internet le hizo a la fotografía fue disolver su carácter como objeto artístico. “Es un arma de doble filo”, afirma. “Cuando subes una foto, ya no es tuya. Por eso hay que tener mucho cuidado.”
Mientras negocia con esas tensiones nuevas de su oficio, sigue trabajando incansablemente. Desde el 2016, se encuentra trabajando en una nueva serie llamada: “Mujeres de Hierro”, que consistirá en 100 retratos de mujeres rockeras en su espacio cotidiano. Según dice, quiere proyectar una óptica más “femenina” sobre un mundo que generalmente se ve disociado de las mujeres.
Con ello apunta a re-significar el valor que ellas tienen en el rock. Esto se refuerza por el hecho de que muchas de sus “modelos” han sido “fundadoras del movimiento subterráneo”. Este nuevo episodio de su carrera se adhiere al trabajo que ha hecho con su cámara desde hace décadas, siempre preocupado por registrar la historia del movimiento rockero y por inmortalizar sus testimonios.
Pese a que lo llevaron a viajar por el mundo y a ganar premios internacionales, para él sus imágenes siempre serán una pasión juvenil que marcó su vida gratamente por el azar.