Crónica de una muerte no anunciada

por Kristian Fabre

 

Ilustración: Canela Samaniego (@canelasinmiedo)

Crónica de una muerte no anunciada

Desde la perspectiva de un músico y escritor
por Kristian Fabre
Advertencia: El texto que figura a continuación es una historia elaborada por el columnista que, inspirada en la observación de la vida real, representa la difícil situación que experimenta Guayaquil en estos momentos. 

Cómo empezar esto, pues bien, estaba pegándome unas bielas allá por el 15 de enero mientras vacilaba Youtube y me llegaron unos videos de China, de un dizque virus que había salido, se veía fuerte pero, bueno, no me importó, total, China está lejos y aquí es Guayaquil, donde no pasa nada.

Los días iban y venían cuando una noticia sacudió el país, ya estaba ese virus entre nosotros, lo había traído una emigrante ecuatoriana que estuvo de visita en el país, ahí empecé a tener conciencia de esto, la gente entró al fin de semana en pánico, luego de unos días se calmó, pero fue cuando vi lo que pasaba en Italia que ahí supe que se estaba desbordando el asunto, ahí recién en la prensa local empezaron a hablar más tiempo del tema. Igual permitieron que se hagan eventos públicos, como partidos de futbol, a uno de los cuales yo fui para apoyar a mi Barcelona,  una semana después el gobierno ordenó cuarentena, mi familia y yo fuimos en gajo a los supermercados, todos estaban alterados.

A la semana me empezó a dar fiebre, escalofríos, fue raro pero aún nadie estaba familiarizado con lo del virus ni sus síntomas, llame al número que dio el gobierno, 171, y me daban cita para unas dos semanas, cerraba disgustado mandándolos a la verga porque cada día me sentía peor, debilidad, dolor de garganta. A los dos días fuimos al hospital y no nos atendieron, era un mar de gente, todos desesperados muchos ahogándose, a algunos los dejaban en la acera, la cosa se empezó a poner apocalíptica, regresamos a casa, mi madre estuvo también con síntomas pero se recuperó enseguida, yo era el jodido, no sé por qué, quizás por mi adicción al cigarrillo o por estar gordito, ya ni olfato tenia, ni paladar. Mi familia estaba preocupada, una noche me empecé a ahogar, era horrible imagínate que te tapan la nariz con esparadrapo y solo hacen un agujerito con un alfiler y ese es tu única forma de recibir aire, la debilidad de mi cuerpo más esto ya me hicieron temer lo peor.

El país se volvió un caos, empezaron a morir los vecinos, yo me seguía ahogando, uno de mis primos queridos murió, iban pasando los días y los muertos seguían en las casas, los de la funeraria tenían miedo, los políticos, estaban escondidos, nadie sabía nada y en los hospitales te enfermabas más, el vicepresidente solo se tomaba fotos, yo estaba peor, nadie podía dormir en casa, una madrugada, después de batallar, con la falta de respiración y mi familia sin dinero para comprar un tanque de oxígeno, morí, sí, deje de respirar, todos en casa lloraban y mi cuerpo en su rigidez también, yo qué iba a saber que por ir a un partido de Barcelona me iba a infectar.

La muerte estaba jugando al pepo en la ciudad, mi cuerpo era uno más de miles que estaban muriendo, al día siguiente de mi muerte mi familia no sabía qué hacer, no había funerarias, no había ley ni orden, en mi vecindario que también había muertos  los empezaron a sacar de casa, el miedo, las lagrimas y el horror se apoderaron del barrio, dos días después ya los olores eran insoportables, imaginen mi cuerpo, yo todo gordito y me estaba pudriendo en casa en la habitación donde vivía con mi familia, a mi madre le dio un principio de infarto, se recuperó. Las cosas en toda la ciudad se estaban saliendo de control, las noticias hablaban de nosotros, los muertos, los podridos, los enfermos, de que los hospitales no servían para nada, de que nuestra alcaldesa estaba escondida, lo mismo el presidente, todo un desastre, mi cuerpo seguía pudriéndose, al 5to día me sacaron a la calle también, el barrio lloraba y olía a sus muertos, parecía un fin de año como cuando la gente sacaba los monigotes para quemarlos, pero esta vez éramos nosotros, los caídos por el virus, tuvieron que pasar siete días para que recojan mi cadáver, fue un trauma para mi familia, para todas las familias, muchos perdieron a un familiar, hay familias que perdieron de a tres, el dolor cubrió la ciudad, a los políticos no les importaba, seguían negando las cosas, diciendo que todo estaba bien y para ellos sí, claro, todo estaba bien, total el muerto era yo.

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