Columna: Yasuní, nuestra trinchera en la guerra climática global

por Elena Galvez

Ilustración de Sebastián Cadena (Cazurro Art)

Yasuní, nuestra trinchera en la guerra climática global

Desde la perspectiva de una activista por los derechos humanos y de la naturaleza.

por Elena Galvez

En las últimas semanas hemos sido testigos de una serie de incendios que están arrasando con los bosques más grandes e importantes para la supervivencia del planeta. En América del sur, el bosque amazónico, el bosque seco chiquitano, en Bolivia, y el bosque de pantanos, en Paraguay, están siendo arrasados por el fuego, y con ellos los universos culturales de cientos de miles de indígenas en aislamiento voluntario que habitan las zonas de incendios. 

En África, la cuenca del Congo, el segundo bosque tropical más importante del planeta, también se encuentra en llamas, sólo por mencionar los bosques más relevantes. Todos estos incendios están poniendo en riesgo el 60% de la biodiversidad del planeta. Lo anterior agrava, con mucho, la ya difícil crisis ambiental en la que vivimos, denominada “la sexta extinción masiva”, un periodo en el que la mitad de las especies animales que han habitado el planeta han desaparecido, sobre todo por la destrucción de los ecosistemas de los que han formado parte. El telón de fondo de estas trágicas transformaciones planetarias es el #CambioClimático. La tierra experimenta la transformación de su temperatura, en este caso un aumento, como resultado de la intervención humana en el clima. 

Lo catastrófico de esta situación ha generado alerta, y con ello protestas e iniciativas de movimientos globales y locales. Muestra de lo anterior es la campaña #GlobalStrike, que hace un llamado a salir de los espacios individuales para protestar colectivamente y frenar las actividades que generan el cambio climático. Así mismo, los incendios en la Amazonía han generado la campaña #ActForAmazon, que busca concientizar el cómo las políticas locales de los gobiernos brasileño y boliviano ponen en peligro el bosque y sus habitantes, y benefician a una élite de terratenientes y ganaderos. Así lo demuestra la primera entrega de carne del gobierno de Evo Morales al Estado Chino hace dos días, o la venta de miles de hectáreas de tierra en la Amazonia a ganaderos por parte de Bolsonaro. 

Mientras tanto, en Ecuador la historia de la devastación de la naturaleza sigue su agresivo curso. La Amazonía se encuentra agonizante, amenazada por el extractivismo minero y petrolero, así como por la deforestación y la construcción de carreteras que no respetan reservas naturales, parques nacionales, territorios indígenas e incluso la zona intangible del Parque Nacional Yasuní, lugar donde habitan los indígenas aislados. 

Durante las últimas semanas hemos visto dos intentos de llevar a consulta la expansión de las fronteras extractivas en el Ecuador: la primera, el referéndum que impulsamos como colectivo yasunidos en el 2014, el cual logró aglutinar la voz de exigencia de 756 mil personas que pedíamos ser consultadas acerca de la explotación petrolera en el #Yasuní. La segunda, un pedido del prefecto del Azuay que, junto con algunas organizaciones, entre ellas, Yasunidos Guapondelig, intentó llevar a cabo una consulta para frenar la expansión minera en fuentes de agua. 

Ambas consultas, particularmente la del #Yasuní, han seguido un atropellado camino en el que cada institución niega de forma reiterativa los derechos que como ciudadanos tenemos para ser consultados, a través del escudo de las patrañas burocráticas y con base en una serie de “abstenciones” y argumentos que de fondo esconden el problema fundamental al que nos enfrentamos como ecologistas, como sociedad ecuatoriana y como humanidad: la preponderancia del capitalismo sobre la vida.

Cientos de miles de millones de personas y de especies están siendo literalmente asesinados y despojados de sus territorios para extraer de ellos petróleo, minería y madera, o bien, para transformar estos espacios de vida en productores industriales de monocultivos. Lo anterior pese a que la Constitución del 2008 otorgó derechos a la naturaleza y derechos territoriales a los pueblos indígenas y, en particular, a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario, así como mecanismos para la democracia participativa como la consulta popular. Y todo eso pese a que, también, en el 2017 el actual gobierno celebró una consulta en el que el 80% de la sociedad ecuatoriana manifestaba su desacuerdo a la expansión de las fronteras extractivas en el país.

Lo anterior nos habla de una democracia hueca, una que no tiene ninguna correspondencia con los derechos. Para el gobierno y sus distintos partidos, sin importar el color de éstos, no somos más que una entelequia electoral, una especie de títeres que pasados los comicios no tenemos ninguna capacidad de formar parte activa en la toma de decisiones del país, aunque de estas dependa nuestra supervivencia misma. Así lo demuestra también la negativa de la Asamblea Nacional de aprobar la legalidad del aborto por violación. Estamos frente a una clase política totalmente subordinada a los mandatos dictados por las grandes instituciones del poder, ya sea la Iglesia o las empresas petroleras o mineras.

Frente a esta situación, la pregunta de «¿qué hacer?» se vuelve urgente. El Colectivo Yasunidos, consciente de que necesitamos nuevas formas de protesta que se sirvan del arte para generar una comunicación horizontal e inclusiva, generó durante los últimos meses un diálogo con artistas locales, cuyas voces ante la sociedad no son sólo un espectáculo sino una forma de toma de conciencia colectiva. Entre estas voces contamos con el invaluable apoyo de Swing Original Monks, Mateo Kigman, Juana Guarderas, Ave Jaramillo, Guanaco MC, Lolabúm, Shadito Mendieta, Ninari Chimba, y voces de personas como las mujeres amazónicas y miembros de las comunidades huaoranis, sáparas, kichwas, así como personas urbanas quienes hemos generado un espacio de encuentro, fuera de nuestros dispositivos electrónicos, para salir a las calles y decirle al CNE que no necesitamos su permiso para ser consultados acerca de nuestro futuro. 

La fuerza de la naturaleza y la indignación colectiva han hecho vibrar las calles de la ciudad de Quito, y lo seguirán haciendo. Desde nuestra trinchera, que es la naturaleza, les decimos que la devastación de la vida no la harán en nuestro nombre, que la democracia no es sólo una palabra hueca, sino un mandato que asumieron como funcionarios públicos. Finalmente les decimos: la riqueza de los bosques no está en su subsuelo, sino en su existencia misma. 

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