Columna: ¿Qué hacer con Roma?

por Juan Pablo Viteri

Retrato de Juan Pablo Viteri. Ilustración de Carmen Lu Páez (@Kurikitakati)

¿Qué hacer con Roma?

Desde la perspectiva de un antropólogo visual y realizador audiovisual 

Roma, la película dirigida y escrita por el mexicano Alfonso Cuarón, ha despertado múltiples y diversas reacciones del público y la prensa especializada. Resulta extremadamente interesante ver cómo la crítica salta de lo descalificativo a lo celebratorio. En definitiva, no parece haber un consenso en cuanto a las interpretaciones que se pueden sacar del film. Esta diversidad de lecturas definitivamente habla de la complejidad que presenta. Sin embargo, el punto que se ha convertido en el centro de los debates gira alrededor de Cleo, el personaje principal y eje de la historia, interpretado por Yalitza Aparicio.

Resulta prácticamente inédito que una mujer indígena sea la protagonista de una película que cuenta con el despliegue de presupuestos audiovisuales que maneja Roma. Cuarón, estratégicamente, ocupó los recursos técnicos que se le exige a una película que llega a las salas comerciales y festivales internacionales, pero prefirió distribuirla también por la plataforma de streaming Netflix. Esto implicó ganar visibilidad, pero sacrificar la exhibición de la misma en el formato de calidad en el que fue filmada. Seguramente, Cuarón advirtió que su historia era incompatible con las salas comerciales, acostumbradas a despliegues efectistas y poca calidad narrativa, y prefirió una distribución más efectiva. De esta manera, logra hacer que sus esfuerzos alcancen la mayor visibilidad posible. En definitiva, un acierto.

Cleo representa a Libo (Liboria Rodríguez), la empleada doméstica que se hizo cargo de la crianza de Cuarón en el barrio de clase media alta del México de los setentas que le da el nombre a la película. Desde ahí, el director se propone explorar su contexto personal y posiciona a Cleo como protagonista del mismo. Pero ¿qué pretende Cuarón al hacer de Cleo, su sirvienta, el centro de las memorias de su infancia privilegiada?

Para algunxs, el director busca reconocer —por culpa quizá— la importancia de Libo en su vida, sin necesariamente cuestionar la relación de abuso que implica tener una empleada doméstica puertas adentro. Para otrxs, el director, por el contrario, busca poner en evidencia la falsedad, el clasismo naturalizado de la sociedad mexicana que se muestra en el día día de esa familia. Personalmente creo que las intenciones de Cuarón se acercan más a lo segundo que a lo primero. Sin embargo, el que en este punto Roma haya generado lecturas tan contrastadas es ciertamente una señal de lo efectivo y sofisticado del lenguaje narrativo que propone. Es más, no creo que sea necesario ni importante decidir cuál es la mejor interpretación de la película ni elegir al crítico más afinado. Más bien, creo que es necesario reflexionar sobre lo que el film pone en discusión. Es decir, antes que hablar de la película como obra de ficción propongo llevar a la realidad el debate sobre los temas que la atraviesan.

Ya sea por ingenuidad o de manera intencional, Cuarón pone en evidencia una de las realidades más vergonzosas de la sociedad mexicana y, en efecto, latinoamericana: el trabajo doméstico.  Un trabajo mal remunerado, que exige jornadas de trabajo extremadamente largas —o que no terminan— y que a menudo se hace sin siquiera seguridad social. Un trabajo, que en el contexto latinoamericano ha sido prácticamente exclusivo para mujeres, de orígenes humildes, indígenas o afros. Una realidad, que a pesar de las obvias relaciones de desigualdad y abuso que implica, no hemos discutido ni cuestionado lo suficiente. Una realidad que nos pone en evidencia como una sociedad profundamente clasista y racista que ha no superado su historia colonial. Una historia que, si bien en Roma se enmarca en los setentas, se vive el día de hoy.

Yalitza Aparicio, en ese sentido, ha pasado a encarnar una paradoja. Por un lado, su indigeneidad se ha convertido en el fetiche de la industria que la muestra como un descubrimiento. Una presencia novedosa, frente a la abrumante hegemonía blanca que domina la industria del espectáculo. Quizá, la excepción que confirma la regla. Por otro lado, Aparicio se ha convertido también en una figura disruptiva, una mujer indígena que ocupa espacios que históricamente no le han correspondido y en quien nuevas generaciones de mujeres indígenas se pueden reflejar con completa dignidad. Sobre este punto, la repudiable reacción de un sector de actores y actrices mexicanos que además de una serie de acusaciones, racistas, clasistas y sexistas intentaron boicotear la nominación de Aparicio a los premios Ariel, evidencian la importancia que ha tenido Roma en poner en cuestionamiento las estructuras coloniales de nuestra región.

En este sentido, una de las respuestas más interesantes que he visto en redes hacia Roma es la de este video que muestra a trabajadoras del hogar hablando de cómo se ven representadas en Cleo. El primer testimonio del video es impactante y habla de lo efectiva que resulta la película como comentario social. “Muchas de nosotras nos reflejamos con el papel de Cleo, muchas nos sentimos Cleo, y nos sentimos Cleo, pero no queremos ser Cleo”, dice Silvia Ramírez, trabajadora del hogar.

El valor de Roma, entonces, está en haber filtrado esta temática a la “gran pantalla” y a las pantallas más pequeñas de nuestros hogares, para desde ahí provocar cuestionamientos y reflexiones, no alrededor de una película, sino de una realidad. La ficción es un arma de doble filo: puede motivarte a cuestionar las estructuras de la realidad, o puede servir para ratificarlas. Es responsabilidad de las audiencias, entonces, decidir el sentido que queremos darle a esta ficción.

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