Se parece a Black Mirror, pero no lo es. Con sus estilos variados, Love, Death & Robots es una experiencia que no podrás abandonar.
Uno de los libros más interesantes que he leído en mi vida, por lo menos en lo que respecta al placer de lectura que de él he obtenido, ha sido La escala humana, del escritor ecuatoriano Abdón Ubidia. Este discreto y corto tomo de ciencia ficción, de poco más de cien páginas, es, en todos los sentidos, un surtidor de manjares.
Cada uno de los pequeños relatos que componen el volumen fue, para la época en que lo leí —2009, cuando apenas estaba en el colegio—, un vicio. Porque no podía dejar de releer el libro. Al mismo tiempo, sin embargo, esos cuentos fueron un susto. Me permitieron asomarme a realidades inquietantes y dolorosas, y su lectura no fue traumatizante tan sólo porque la brevedad y el laconismo de esos cuentos no dispararon mi imaginación lo suficiente.
Pero ya no estoy en el 2009. Hoy, en la era dorada de los servicios de streaming, con unos pocos clicks de distancia, es posible toparse con productos visuales que pueden replicar la experiencia del libro de Ubidia, aunque con potentes estilos visuales que tornan el horror mucho más palpable y severo. Love, Death & Robots es de esos productos.
En principio, esta antología de ciencia ficción es, como mucha gente lo ha descrito, una suerte de Black Mirror animada. A fin de cuentas, la acción de sus capítulos está dispuesta en universos ficticios distintos, con personajes y situaciones que no se vuelven a repetir. No obstante, entre las dos series hay diferencias patentes.
Está, en primer lugar, y como ya lo señalé, el género visual dentro del que se inscriben. Mientras Black Mirror funciona con actores, Love, Death & Robots opta por un popurrí de estilos animados, a cual más extraño. Hay de todo: desde estilos en extremo realistas, pasado por figuras de rasgos ligeramente exagerados, como para acentuar el horror del epsiodio de turno, hasta auténticas caricaturas de animación computarizada y humanoides de rasgos delicados que cobran vida gracias a la animación tradicional.
Y no podemos olvidar los géneros narrativos a los que cada uno de los capítulos pertenece. Los hay cómicos, terroríficos, inquietantes, conmovedores e incluso algunos que son una mezcla de varios.
Además, Black Mirror se consume en capítulos que oscilan entre los 41 y los 89 minutos, en tanto que los episodios de Love, Death & Robots pertenecen más bien al orden los cortometrajes. En este último programa, las tramas son sencillas, con una ejecución rápida que se presta a una digestión fácil. En otras palabras, esta serie no se anda con cuentos, no quiere sumergir al espectador en la acción con lentitud, develando la situación gradualmente. Va al grano desde el principio.
Esto, vale decirlo, no excluye las sorpresas ocasionales.
La segunda diferencia entre ambas series es el género de ciencia ficción que se practica en ambas. Black Mirror es un muestrario de la ciencia ficción del control, de la distopía política que va sumiendo a las personas en una comodidad controlada cuyos vacíos ignoran o están interesados en ignorar, o, por el contrario, en un totalitarismo agresivo que castiga con particular animosidad a quienes se rehúsan a someterse a él.
Ya estamos viviendo esa realidad. Basta con percatarnos con cuánta regularidad revisamos nuestro teléfono, cuán afanosamente ansiamos proyectar una imagen de éxito en las redes sociales y lo poco que nos importa opinar en ellas sobre nuestrxs semejantes. Lo que podría repercutir en el futuro que a ellxs o nosotrxs les aguarde.
Black Mirror es Brave New World o 1984 ahora. Vértigo visible. Casi que no es ciencia ficción, sino realidad en clave.
Love, Death & Robots, en cambio, se mueve más en la línea de la ciencia ficción especulativa que se proyecta al futuro, o en la de la fantasía alegórica. Pues los protagonistas de sus cortos no son siempre los ciudadanos vigilados y castigados por un Estado o un sistema omnipresente y casi omnisciente.
En varias oportunidades, son seres que se desenvuelven en mundos que, a causa de los avances tecnológicos o las intrusiones de la fantasía en lo cotidiano, plantean nuevas preguntas sobre la existencia. Como en varios de los cuentos y novelas de Issac Asimov, Arthur C. Clarke, Antoine Volodine, Stanisław Lem y Ted Chiang. O, por otro lado, Julio Cortázar, Jonathan Swift o H.G. Wells.
Los ejemplos en la serie son muy variados. En la primera temporada podemos mencionar, en primer lugar, a “Beyond the Aquila Rift”, emparentado con la novela Solaris, de Lem. Su premisa es potente y su visualidad, impactante, ya que fusiona el horror con el erotismo. Preguntémonos: ¿En un punto, será posible distinguir la representación, elaborada por nuestros sentidos, de la simulación, orquestada por entes exteriores?
“Three Robots”, por otro lado, le entra fuerte a la comedia. ¿Qué opinarían los robots que pudieran sobrevivirnos acerca de nuestra civilización? Lo único que resta hacer al ver este delicioso corto es empezar a reír. Toda la miseria de nuestra condición de seres circunstanciales, ocupados a diario en menudencias, queda retratada mordazmente aquí.
Protagonizado por dos actores de carne y hueso, Topher Grace y Mary Elizabeth Winstead, “Ice Age” trae de vuelta el famoso tópico de una civilización en miniatura contenida dentro de un objeto cotidiano —en este caso, un refrigerador—. Podemos comparar esta pieza con el cuento “Micromegas”, de Voltaire, y ver en ella una muestra de la insignificancia de nuestros empeños frente a la vastedad del cosmos.
Por su parte, “Good Hunting” es una rareza. No se sitúa en un futuro distante o en un presente fantástico. Más bien reinventa un pasado colonial y capitalista en ciernes, al que imprime una dosis de fantasía. Liang es un joven chino que habita en el campo y tiene en Yan a una amiga dotada de poderes mágicos que, poco a poco, van extinguiéndose en un mundo tecnificado que crece con rapidez. Y no pasará mucho tiempo antes de que, en la penumbra de una ciudad asfixiante y perversa, las habilidades técnicas de Liang sean útiles para que Yan sobreviva y haga justicia dentro de una sociedad machista, trastornada y abusiva.
Por último, quisiera mencionar, entre los 18 capítulos que componen esta temporada, a “Alternate Histories”.
Parodia de las simulaciones que responden a la pregunta “¿qué habría pasado si…?”, este desternillante capítulo que repasa los futuros posibles que habrían ocurrido si Hitler hubiera sido asesinado prematuramente, de distintas maneras, examina temas como el nacionalismo y el especismo. Además, claro está, de mostrar divertidas paradojas y especulaciones.
Los otros capítulos son tan interesantes como los que he mencionado, y se mueven con soltura entre la fantasía y la especulación, y entre el horror, el sobrecogimiento y la risa. Valdría la pena verlos todos para completar la visión de este provocador mosaico.
Un segundo volumen mejor trabajado
Después de una primera temporada exitosa, cuyas incursiones en el terreno de la ciencia ficción especulativa y de la fantasía fueron, si no provocadoras, por lo menos acertadas, la segunda parte de la serie, que fue subida a Netflix el pasado 14 de mayo, parece haber sumado algo a partir de los pasos anteriores. Empezando por la extensión.
El número de episodios se ha reducido de 18 a ocho. A cambio de eso, Love, Death & Robots han ganado en calidad. No hay puntos flacos en esta segunda entrega. Todos los episodios son pequeñas obras maestras, directas y turbadoras.
“Automated Customer Service” abre por todo lo alto. A medio camino entre la comedia y el terror, este corto vuelve sobre los posibles peligros que entraña el desarrollo de la inteligencia artificial, algo explorado en películas como 2001: Odisea en el espacio. ¿Qué tal si, con base en la lógica pura, nuestra aspiradora automática decidiera darnos muerte, imponiendo los fines para los que fue creada por encima de la existencia humana?
Seguramente, no habría otra opción que jugarse todo por la supervivencia.
“Ice” es, hasta hora, mi favorito entre todos los episodios de la serie. Entre otras cosas, porque me recuerda bastante a Gattaca, una de mis películas preferidas, en la que el coraje y el heroísmo consiguen vencer los prejuicios ajenos en un mundo en que la genética dicta quién eres e, incluso, hasta dónde serás capaz de llegar.
El estilo visual animado de “Ice” es, así mismo, atractivo, atrapante. Y Sedgewick y Fletcher, los hermanos protagonistas del corto, otorgan un viso de inocencia y amor a una colección de historias en las que la esperanza parece no tener cabida.
El capítulo con que se cierra esta colección, “The Drowned Giant”, trae la historia de Gulliver, el icónico personaje creado por Jonathan Swift, a la actualidad. El agonizante gigante de este episodio llega a la costa despojado de sus movimientos, convertido en la víctima perfecta de una humanidad individualista y sospechosa de lo todo extraño, la cual no tiene el menor empacho en mutilar su colosal cuerpo.
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A esta trama sencilla la acompaña un monólogo poético y filosófico del narrador, quien parece comprender mucho mejor que sus insensibles semejantes lo mucho que comparte con el malogrado gigante. Y, mientras los huesos de este último van a parar, purgados de memoria, de puerto en puerto, de tienda en tienda, de feria en feria, el narrador guarda el recuerdo de aquel ser sensible que pereció no hace mucho.
Un cierre perfecto para una segunda entrega que no hace otra cosa que acrecentar el interés por una serie que no para aquí. Pues se proyecta al futuro. Un futuro tan cercano como lo es la mitad del 2022.
¿Qué nuevas aventuras viviremos? ¿En qué pesadillas nos internaremos? ¿Cambiará nuestra concepción de la existencia? ¿Repensaremos con mayor atención todo lo que implica ser humanxs? Y, sobre todo, ¿qué sensación nos recorrerá al final de este camino?
No lo sabemos, pero sería interesante averiguarlo. Y sería interesante, también, en una época en que las series se suceden, una a otra, con rapidez, sin repiquetear en la memoria de los espectadores, volver a los episodios varias veces. Después de todo, en Love, Death & Robots, hay instantes, hay escenas, hay imágenes y diálogos que no deberíamos olvidar con facilidad.
Por el bien de nuestra fantasía y del porvenir de nuestra especie, que nos aguarda unas pocas calles más adelante.