Me encuentras en Spotify: lo bueno, lo malo y lo feo de la distribución musical en plataformas
Desde la perspectiva de una investigadora cultural, comunicadora y docente universitaria
Por Andrea Angulo
Recuerdo que en mi adolescencia pasaba horas buscando álbumes en las tiendas de discos. Casi siempre salía sin nada en las manos. Ahora, no paro de encontrar canciones que me gustan y de descubrir nuevas opciones. Es que todo está en Spotify, y, si no, en YouTube, Deezer, SoundCloud, Tidal y demás. Hay mucha oferta musical, lo cual significa un desafío para los artistas que deben destacarse de entre la masa para llegar a su público.
Los músicos se han mudado poco a poco a las plataformas digitales, en sincronía con el resto de las actividades sociales. Aquí es donde está la gente y se mueven los negocios. Desde la época de Napster.com, los artistas, en especial los independientes y alternativos, han visto en el internet una opción sencilla y barata para distribuir su obra. Los sitios web como MySpace y después YouTube se convirtieron en canales de difusión y conexión con los fans. Sin embargo, hoy en día, la presencia en las redes es casi obligatoria.
En sus primeros años, se pensaba a internet como un espacio de libertad e igualdad. Si bien lo fue por un tiempo, fue adquiriendo las mismas mañas del capitalismo, a través de la monopolización de los servicios en línea, por parte de las cinco compañías tecnológicas más grandes: Google, Facebook, Amazon, Apple y Microsoft. Estas empresas tienen el control de los datos que compartimos los usuarios a diario mientras usamos sus plataformas, los cuales sirven para que sus sistemas de algoritmos nos recomienden información y productos. Este también es el modo de operar de las plataformas de streaming musical que es el escenario donde se mueven ahora los artistas.
Spotify y YouTube son las aplicaciones que más utilizamos los ecuatorianos para escuchar música, según el informe de Estado Digital (2020). A diferencia de los días en los que debían recorrer las estaciones de radio esperando que difundan sus canciones, ahora los artistas sólo deben crear una cuenta y subir su contenido. El trabajo de difusión depende de qué tan bien sepan jugar con los algoritmos, lo cual es un misterio para muchos.
En el libro Playlisting de Lee Parsons se explica que la distribución de la música en plataformas se basa en las listas de reproducción. Este formato, que es una adaptación de la transmisión radiofónica, clasifica a las canciones por género o temática, en un principio, pero Spotify incorporó otros criterios basados en estados de ánimo o momentos. En la plataforma, hay listas de todas las formas, sabores y colores que son creadas por su equipo editorial. Además, hay playlist generadas automáticamente por el algoritmo como los top —mundiales, regionales y locales— y las personalizadas como Descubrimiento Semanal y Daily Mix.
No todo lo que brilla es oro
Las playlist son la ventana de visibilización de la música en la era de las plataformas. Para que una canción sea considerada dentro de las listas debe tener un gran número de reproducciones, pero sólo cuentan las que han sido escuchadas hasta el final. A más de ello, las canciones que reciben más visitas permiten a los músicos recibir un mayor porcentaje en regalías. Esto sucede en espacios como Spotify y YouTube.
En 2020 organizaciones como The Trichordist —que trabaja la explotación digital— y Performing Rights Society emitieron un informe que explicaba cómo funciona el sistema de pago para un artista en Spotify. Para ganar alrededor de 11 dólares, sus canciones deben tener 3114 reproducciones. Esta cifra debe dividirse entre los sitios agregadores y disqueras que están asociados a la circulación de la música en la plataforma, lo cual reduce aún más el porcentaje de utilidad para los artistas y precariza la actividad del sector.
Bajo esta lógica, la música es valorada por un factor numérico y no por su valor estético. Esto cuestiona si realmente existe un trabajo curatorial en la selección de contenido para las listas de reproducción o simplemente se opera por medio de la estadística. ¿Esto recuerda a algo? Pues es la misma receta que aplican las industrias culturales y medios de comunicación que establecen qué es bueno escuchar en función de su masividad. En esta dinámica, los artistas independientes y alternativos siguen en desventaja.
Para Álex Alvear, músico de larga trayectoria, quien forma parte de Wañukta Tonic, la experiencia en las plataformas no ha sido como lo esperaba. Su obra y la de su banda no alcanzan la masividad que demanda la lógica de los algoritmos por lo que ha sido complicado salir a la superficie en internet. Como anécdota, cuenta para promocionar el EP Dos de su banda, que fue lanzado el 5 de febrero, decidieron con su equipo de comunicación publicar cada mes una canción del disco. El primer sencillo recibió varias reproducciones, pero no pasó lo mismo con los demás. Alvear no comprende por qué hubo este descenso, ya que hicieron todo “según el manual”. Por eso, considera que estar en las redes no lo es todo.
Alvear también reclama que Spotify es injusto con los artistas, porque no valora a la música por lo que es, sino por los ingresos que puede generar para la plataforma. “Es algo que no he visto en otras expresiones artísticas que tú produces toda la materia prima y eres el que menos gana de toda la cadena de producción que existe en esas plataformas”, dice.
Por otro lado, durante la pandemia de COVID-19, se registró un aumento de las suscripciones a servicios de streaming entre ellos Spotify, lo cual significó más utilidades para sus propietarios. Spotify cerró el 2020 con un aumento del 27 % de usuarios activos, que se tradujo en un capital de 2, 168 millones que implica un crecimiento del 24 %, según su página web. Pese a ello, la plataforma no aumentó el porcentaje de pago para los artistas. Los reclamos no se hicieron esperar, pero la respuesta de Daniel Ek, CEO de Spotify, fue que si los músicos quieren ganar más deben producir más. Sus declaraciones demuestran una percepción mercantilista y fordista sobre la actividad musical.
En el caso ecuatoriano, la situación es aún más precaria, ya que no contamos con una cultura de consumo musical fuerte que aporte con esos miles de reproducciones que necesitan los músicos para visibilizarse y tener rentabilidad. Además, esta la brecha digital originada por la desigualdad en el acceso a la tecnología. Pese a estas dificultades, los artistas han optado por otras vías de difusión en tiempos de pandemia. Una de ellas es Bandcamp, que es una tienda en línea, que permite comprar discos y canciones y su escucha por medio de streaming. Esta herramienta se ha convertido en la preferida de bandas y cantantes locales porque, como explica Alvear, “es más justa para los músicos porque es hecha por músicos para músicos”.
Como iniciativa frente a la pandemia, la plataforma ofreció la promoción llamada “Bandcamp Friday”, que consiste en no cobrar comisión por la venta de los discos, durante el primer viernes de cada mes. Así los artistas se llevan el cien por ciento de los ingresos. por eso le tiene más fe que a Spotify. Sin embargo, Alvear explica que el porcentaje de ventas no es muy alto, debido a que este sitio no es tan popular entre la gente.
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Por otro lado, debido a la canción de conciertos por las restricciones de la pandemia, los músicos han apostado por el live streamingcomo una manera de mantenerse cerca de la gente. En esta modalidad, el show en vivo está mediado por una pantalla, lo que permite una conexión diferente con lo musical; no se puede saltar y bailar, pero sí ver al artista en escena. Esta práctica se volvió tendencia en el confinamiento y permitió a los artistas recuperar medianamente los ingresos perdidos por la cancelación de eventos. En Ecuador, se han realizado algunos eventos en este formato, como los conciertos de Guardarraya y, el Festival FFF y el propio Festival de Música Independiente QuitoFest.
Sin embargo, para Alvear esta debe ser una opción temporal, porque puede llegar a saturar a las personas. Ahora proliferan las invitaciones a eventos virtuales por Facebook para conectarse a un “en vivo”. Entonces, como hay mucha oferta, la demanda irá decreciendo poco a poco. Esto implica que la música debe reinventarse todo el tiempo.
Gratis o no gratis he ahí el dilema
Otro problema con esto es la cultura de la gratuidad que aqueja a la escena musical y a las artes en general. Debido a que las personas se han acostumbrado a recibir sin pagar, es complicado generar ingresos con conciertos virtuales. Además, la gente no pasa por un buen momento económico, por lo que el consumo de arte no es prioridad. Eso agrava más la situación de precariedad sobre lo que no se han creado estrategias adecuadas por parte del Gobierno, y tampoco existen políticas culturales para sostener la situación de las artes.
La música digital no lo es todo en Ecuador, al menos no para los artistas. La conexión en escenario con la gente es lo que ha permitido sostener, de cierta medida, la actividad artística, pero, debido a las restricciones por la pandemia, no queda más opción que apropiarse de las plataformas. Este es un paliativo, pero no la solución definitiva. Se necesitan más manos, cabezas y compromisos de los de arriba, pero, hasta mientras, los fans podemos participar más con los contenidos que nuestras bandas favoritas cuelgan en los portales digitales, compartir enlaces a sus canciones y videos en nuestras redes y, quienes puedan, hacer el gasto a los discos digitales —no es más de 10 dólares— y a las entradas de los conciertos virtuales. Así podemos colaborar para que el arte sonoro ecuatoriano no muera en el intento de sobrevivir.