Conversamos con el escritor colombiano Marco Robayo sobre su libro El Gran Genocidio. Una novela que invita a repensar lo que sucedió el 12 de octubre de hace más de cinco siglos.
En siglo XIX, el gran Alejandro Dumas entretenía a los lectores ansiosos de vivir las más emocionantes aventuras con libros inmensos. No fueron pocos los que se sumergieron en las peripecias de D´Artagnan, Athos, Porthos y Aramis, con la famosa novela Los tres mosqueteros.
Y tampoco lo fueron los que, después de la muerte de Dumas, han disfrutado de toda clase de novelas de aventuras, como Ben-Hur, Quo Vadis y, en años recientes, Millenium.
A este tipo de libros pertenece El gran genocidio, novela de Marco Robayo, escritor colombiano residente en Estados Unidos. Desde la primera página, el autor nos sumerge en una seguidilla de aventuras que harán que el tiempo transcurra con rapidez y que no aguantemos la gana de saber qué pasará en seguida.
Abundan los amores cuya consumación, aunque asegurada, se demorará muchas páginas. Y no falta una trama de suspenso que apelará a nuestra adrenalina. En suma, literatura de aventuras en estado puro.
En este punto se estarán preguntando qué tiene de especial este libro. ¿Qué es lo que distingue de los otros libros de peripecias que, con el paso de los años, hemos leído, uno tras otro? Lo que tiene de distinto es el valor de la actualidad, pese a que su trama suceda en el pasado.
Ingeniero de profesión y escritor por gusto, Robayo aborda sus novelas con un interés marcado por la historia. Se deleita en el detalle y la precisión. Y sabe cómo echar mano de los recursos para que el interés no decaiga. Incluso en un tema tan espinoso como…la conquista de América.
En esta novela, el novelista colombiano se hace una pregunta. Se permite imaginar qué pasaría si muchas de las comunidades indígenas de la región entablaran una demanda contra la Corona Española, por causa del genocidio ocurrido hace cinco siglos en nuestras tierras.
El personaje al que se le ocurre la idea es Samuel Piracún, un joven abogado de raíces muiscas que, en compañía de un grupo de amigos dotados de grandes talentos y un notable conocimiento de historia, antropología y derecho, persigue su objetivo hasta las últimas consecuencias. Aun si eso implica arriesgar su vida.
Al mismo tiempo seguimos la historia de María, una desafortunada muchacha que, a principios del siglo XVIII, afirma ser la hija del oficial de marina francés Jean Baptiste Ducasse. La joven deberá atravesar muchos peligros y sufrimientos antes del encuentro con su padre.
Quizá el punto más alto de la novela de Robayo se encuentre en los diálogos de corte ensayístico que mantienen los personajes sobre la conquista de América. En ellos podemos ver varias cuestiones sobre las que conversamos con el autor.
Aunque tales discusiones no están, ciertamente, fuera de las peripecias de aquel grupo de entusiastas.
A través de las emocionantes aventuras que viven sus personajes, El Gran Genocidio nos muestra la cara de la conquista de América que muchos ignoran todavía y que nadie debería ignorar.
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Jorge Andrés Bayas: ¿De dónde y en qué momento surgió la inspiración para esta novela?
Marco Robayo: Surge a partir de las manifestaciones que se realizaron en un día como hoy, 12 de octubre, en el que las comunidades latinoamericanas se sentían con el derecho de reclamarle a España por lo que ellos consideraban que no fue un descubrimiento, sino una invasión.
Esto sucedió no solamente en Colombia y Ecuador, sino en todos los países latinoamericanos. Incluso en los Estados Unidos hubo una manifestación al respecto. Lo que se quiso con esta novela fue tomar ese sentimiento y plasmarlo en una obra literaria. Ese sentimiento está plasmado en un miembro de una de las comunidades indígenas más importantes de Colombia, el cual trabaja a la par de otras comunidades de Chile, de Argentina, de Ecuador, de México y, por supuesto, de Estados Unidos.
Se trataba de mostrar su arraigo cultural quebrado y que España debía darles una explicación sobre lo sucedido.
JAB: ¿Cuánto demoró el proceso de investigación y el de escritura?
MR: Tomó entre seis meses y ocho meses. Contó con el concurso de una historiadora cartagenera y de un filólogo. Otra gente también me ayudó a sacar documentación importante del archivo general de Indias en Sevilla, España, y del Archivo General de la Nación en México y en Colombia.
Aportaron material interesante sobre el sentimiento general de esa época y de esa historia que no nos había sido contada. Desafortunadamente, la historia que nos llega a nosotros está sesgada, porque, como dicen por ahí, el que gana una guerra es el que la cuenta, no el que la pierde.
Entonces, si lo vemos desde esa óptica en la que los pueblos indígenas latinoamericanos perdieron la guerra, no han tenido, a nivel de historia, un rostro o una voz que manifieste su descontento o su inconformidad con respecto a lo que consideran que fue una clara intervención española en sus tierras.
JAB: El libro cuenta dos historias, una ambientada en el siglo XVIII y otra entre el 2015 y el 2016. En un inicio van paralelas, pero luego se separan, manteniendo solamente la historia más reciente ¿De dónde vino la idea para esa estructura?
MR: En diciembre del 2015 se hace el descubrimiento de los pecios —fragmentos de un barco hundido— del San José. Es uno de los más grandes hallazgos subacuáticos de los que se tengan historia. De hecho, es considerado como el “Santo Grial” de los pecios. Se estima que en el fondo del mar hay más de 13 mil millones de dólares enterrados, entre oro, plata, esmeraldas, perlas y material arqueológico.
Eso, pues, lamentó España, que siempre ha reclamado todos los barcos, o, más bien, todos los barcos que llevaban su bandera, como propios. Ellos firmaron un acuerdo, que se llama la Ley Pabellón, y requieren que esos barcos les sean entregados.
Sin embargo, no todos los países firmaron ese acuerdo. Japón, Colombia y Estados Unidos no se adhirieron a la propuesta. Ellos dicen que no la aceptan. Y de ahí vino la idea. La idea de que el personaje sea un descendiente de indígenas, un abogado que, desde la ciudad de Bogotá, vea el reclamo que hace España sobre ese barco hundido.
Él se pregunta: ¿cómo es posible que ellos estén reclamando luego de tanto saqueo y tanto genocidio, y que, encima, estén reclamando el oro? Eso hace que él busque en la historia y fundamente una querella en la Corte Penal Internacional contra España, por los delitos de lesa humanidad y de genocidio. Esa es la parte central de la novela.
Él busca qué sucedió, cuando, en 1708, el barco se hundió en el Mar Caribe, cerca de la península de Barú. La novela sigue la línea hasta que empatan los episodios, y ahí un cruce importante sin caer en anacronismos. Él busca el concurso de las comunidades indígenas para demandar a la Corona Española.
El libro, es importante reseñarlo, es una novela histórica, no es una historia novelada. Eso hace que haya algunos vacíos en la historia, y, pues, me tocó entrar con algunos recursos literarios a ponerle algo de ficción para que la historia se complementara.
Lo bueno es que, al ser una novela histórica, me permitió quitarle rigurosidad a la historia y darle ese carácter ameno y divertido que puede tener. Sin dejar de lado la importancia, que está en la conmemoración de un día tan importante como el 12 de octubre.
Mucha gente trata de insinuar que se trata del intercambio de dos culturas, de dos mundos. Algunos incluso siguen llamándolo “El descubrimiento de América”. Simplemente, es darle el contexto real y que sepamos qué fue que sucedió en realidad.
JAB: Interpreté que en una parte de la novela se hace un paralelismo entre algunas compañías actuales, como las que se disputan el barco descubierto, y los piratas del siglo XVIII. ¿Lo ve así?
MR: Los cazafortunas han estado presentes en la historia en los últimos 400 o 500 años, especialmente cuando llegaron los españoles, los ingleses, los holandeses, e incluso los portugueses, a tierras americanas. Había una hegemonía bien marcada por parte del gobierno español que se acrecentó en los periodos de Carlos II y, luego, Felipe V.
Ellos no querían que ninguna entidad que no fuera española pisara tierras americanas. Ahí es donde se crea —por parte de Inglaterra, de su rey Jorge— la idea de enviar grupos, que ellos apoyaban, de filibusteros, los primeros que hubo. De hecho, varios de los piratas contaban con esa anuencia.
Ellos venían y asaltaban varios de los grandes puertos que había en la época. Por ejemplo, en Portobelo, en Panamá, Veracruz, en México, o incluso Cartagena de Indias, en Colombia. Hoy en día, eso no ha cesado. Siempre ha estado presente el interés de estos grupos de tratar de sacar partido de eso.
De hecho, los Estados Unidos, con una empresa que se llama la SSA (Sea Search Armada), trataron de negociar en su momento, diciendo que sabían cuáles eran las coordenadas del barco San José. Reclaman que ellos dieron las coordenadas. Sin embargo, el gobierno colombiano dijo que las coordenadas que ellos dieron no correspondían a dónde estaba hundido el barco.
En este momento quieren hacer de este barco un recurso no de cultura, sino económico. Mucha gente se opone porque hay una riqueza cultural considerable. Dicen que esos elementos deberían estar dentro de un museo, porque son patrimonio universal, y no formando parte de una colección privada, lo que es, probablemente, lo que sucedería si se lo sacara.
Es importante ver que esas actitudes existen todavía. Desafortunadamente, el gobierno de Juan Manuel Santos estaba haciendo algún manejo bajo la mesa que no estaba muy claro. Ellos trataban de firmar eso antes de que él se fuera de la presidencia. Afortunadamente se detuvo. No sabemos cuál será la dirección que ha tomado el gobierno actual.
JAB: En la novela, los personajes hablan de la figura de Bartolomé de las Casas. ¿Qué nos podría decir de eso?
MR: Desde el siglo XVI, XVII, XVIII siempre se ha estigmatizado a España, desde Inglaterra y Holanda, con “La leyenda negra”. Esta leyenda dice que España llegó a un auge debido a las cosas que hizo, incluyendo al oro de América. Y en España hay una molestia por ese encasillamiento que les hicieron.
Y en España de pronto no fue bueno que fuese uno de los mismos que vinieron, con los conquistadores, el que pusiese de manifiesto, en conocimiento de los demás, lo que estaba sucediendo. No había nada peor para ellos que fuese un monje español el que haya retratado, con evidencias, qué era lo que estaba sucediendo. Fray Bartolomé de las Casas fue ese personaje.
Fue un personaje cuya tarea no sólo fue la de evangelizar, sino la de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Cuando él llega y se da cuenta de las masacres que estaban sucediendo, él lo documenta. Lo documenta en un libro —Brevísima relación de la destrucción de las Indias— que ha utilizado gran parte del mundo para encasillar a España con la leyenda negra, por lo que decía: que los indios eran descuartizados y los quemaban.
Él venía de evangelizar, pero no pudo hacer ojos ciegos a la realidad que se estaba viviendo. Y eso nos da un pie para interpretarlo.
Mira que en la novela se habla de lo que pasó hace algunos años con las estatuas. Y en el libro se dice: ¿por qué nosotros tenemos que hacer una apología? ¿Por qué muchas de nuestras calles tienen el nombre de los conquistadores? El mismo protagonista dice que eso sería como que los judíos, en sitios como Tel Aviv, colocaran, por ejemplo, “calle Adolfo Hitler” o que pusieran un monumento de Joseph Mengele —oficial nazi que se ocultó en Latinoamérica tras del fin la Segunda Guerra Mundial—.
Hace un par de semanas, me sorprendí cuando vi que muchos indígenas, en la parte de Popayán, en Colombia, tumbaban una estatua de Sebastián de Benalcázar. También me sorprendí cuando, hace unos meses, la estatua de Cristóbal Colón apareció sin la cabeza. Eso está poniendo de manifiesto una inconformidad hacia lo que fue la colonización.
La pregunta sería si vale desmontar esas figuras o que, más bien, sean parte de un museo, porque fueron parte de la historia, pero ya sin la relevancia que se les había dado.
En algún momento me preocupó que se interpretara que yo quiero ese escenario del que hablo antes. Y no, lo que el autor busca es, de pronto, que haya un punto de acuerdo entre las comunidades y España, no una diatriba, sino que se acepte, por parte del Gobierno Español, que hubo un mal manejo, un abuso de poder, una invasión y un genocidio. Y que no se busque ensalzar, cada 12 de octubre, una polémica que no aporta nada.
JAB: Hay gente, hasta hoy, que sostiene que la matanza de los indígenas en el periodo de la conquista no se dio. ¿Cómo ve esto?
MR: Estudios serios de varios eruditos sobre el tema hablan de un censo de población, cuando llegaron los españoles, de 90 millones de desaparecidos. Otros, más conservadores, hablan de 30 a 40 millones. Otros estiman 120. De todas formas, es muy difícil estimar lo que sucedió hace 500 años.
Como quiera que sea, a mí se me hace que esos números hablan de un gran genocidio. Tienes los números del genocidio nazi, en el que murieron cinco millones de personas durante la segunda guerra mundial y ve esa apoteosis que se ha hecho desde Hollywood, con los medios audiovisuales y las más de 100 películas que se han hecho con ese tema, y cuando uno ve los números de muertos de los amerindios, con unas pocas películas que se han hecho sobre el tema, uno pone una balanza.
¿Por qué nuestros 90 millones de indígenas no son tan importantes como los cinco millones de judíos? Hay que resaltar que el genocidio hacia los indígenas fue el más grande en América.
Ahora, que si los mataron a todos o que se murieron indirectamente por culpa de los españoles, es otro tema. Sí hubo guerras y violencia, pero también hubo enfermedades para las cuales los indígenas americanos no estaban preparados. Por ejemplo, la viruela fue una de las pestes que diezmaron las comunidades. Incluso algunas desaparecieron.
Por otro lado, hay que mencionar lo del intercambio cultural. Si hubo uno, ¿era necesario? ¿Qué sería de América si no hubiera sido conquistada por los españoles?
Los españoles defienden que ellos trajeron un lenguaje, una religión y una infraestructura a nivel de ciudades. Pero no hay que olvidar que los indígenas tenían una religión también. No sabemos si era la adecuada o no, pero la tenían. Tenían un lenguaje con el que se podían entender. Y tenían una infraestructura de ciudades como Machu Picchu y las ciudades mayas.
Tenían los calendarios aztecas, con su exactitud. Incluso, el calendario que nosotros usamos en este momento adolece de esa exactitud que tienen esos calendarios. Sí había algo que mostrar que no hacía necesaria la implantación de los españoles.
Si hubiese habido un verdadero intercambio cultural, se habrían tenido que llevar muchas cosas de acá para Europa, pero eso no sucedió. Todos los cambios fueron en Europa, no allá.
Uno de los elementos que, desafortunadamente, más nos hacen penetrar en la maldad del hombre es el de la esclavitud. El descubrimiento de América fue uno de los elementos que más la incentivaron. Es otro de los puntos por los que hay que mirar no sólo a los españoles, sino también a los portugueses, o a los ingleses, que hicieron uno de los grandes negocios de la época.
JAB: En la novela se muestra que, a pesar de que estamos en pleno siglo XXI, el colonialismo pervive. Porque los indígenas siguen viviendo en la precariedad, aunque de una forma algo más disimulada. ¿Cómo ve usted esto?
MR: Desafortunadamente,esto sigue presente. Lo vemos en las manifestaciones constantes y en la forma en la que está segregada la población indígena. Y no puedo decir que sea sólo en algunos sectores y en algunos países.
Mucha gente tiende a decir que el problema es mayúsculo en Perú. Pero, por decirte algo, durante el gobierno de Jackson, acá en Estados Unidos, se buscó congregar a las comunidades indígenas para ubicarlas en un solo territorio, cerca de la ciudad de Oklahoma. Y en ese afán murió mucha gente. Se la llamó la “marcha de las lágrimas”.
Se tiene el concepto de que este es un país democrático. Pero ahí no se aplicó muy bien este término. Lo mismo si uno se pone a mirar lo que sucede a diario con las comunidades mapuches en el cono sur. Es lastimosa la precariedad en la que viven y lo que les piden a los gobiernos. Y no sólo hablamos de gobiernos españoles, son gobiernos nuestros.
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Y, como he dicho en algunas conferencias que he pronunciado, ¿qué es lo que estamos haciendo por los indígenas? No podemos esperar que se reavive ese falso nacionalismo del 12 de octubre para preguntarnos lo que estamos haciendo por los indígenas. No debemos dejarle toda la carga al gobierno. Debemos hacer algo para que ellos tengan voz y rostro, como una comunidad de la que nosotros descendemos.
Y lo triste es que la palabra indio tenga un valor peyorativo. Se vive en todo lado. Quizá en algún momento Evo Morales intentó hacer algo en Bolivia, pero todavía falta mucho por hacer por esas comunidades.
JAB: ¿De dónde vino la inspiración para la trama de la demanda?
MR: Ya ha sucedido. Ya hay varias comunidades que han estado demandando al país. Además, si tú miras en la historia reciente, tienes el caso de López Obrador, que ha estado con esa diatriba, pidiéndole a España que se pronuncie al respecto y fije su posición sobre lo que sucedió.
Igual, hay comunidades que ya han demandado, sin éxito, al Gobierno español y, en su momento, a la Corona. Sucede que, al ser un delito de lesa humanidad que ya lleva más de 500 años, se supone que ya prescribió, a pesar de que dicen que los delitos de genocidio nunca prescriben.
Esa fue la idea, la de qué pasaría si, en un determinado momento, todas las comunidades indígenas se unieran, firmaran un acuerdo y los mandaran a la Corte Penal de La Haya diciendo que quieren demandar a España, o que España responda, no con dinero, sino fijando su posición sobre lo que pasó en América. ¿Cómo sería ese escenario?
Lo que sucede es que siempre se ha tratado de hacer separadamente. Por ejemplo, los descendientes de los mayas, alguna comunidad mapuche pequeña. Pero ¿qué pasaría si esas comunidades se unieran y colocaran eso en la corte penal internacional?