La industria no lo es todo
Desde la perspectiva de un artista visual, músico y escritor
por Sebastián Valbuena
Este texto se publicó originalmente como “El público nunca tiene la razón” en Gato Gamín el 13 de septiembre del 2018. Con algunas modificaciones, lo publicamos en este espacio.
Desde el inicio de este sello (discográfico), la gente ha dicho que la forma en que hacemos las cosas es insostenible, poco realista, idealista, y que solo estábamos soñando. Bueno, el sueño tiene 35 años, así que jódanse». – Ian MacKaye
En la escena musical independiente cada cierto tiempo se enciende la discusión sobre el valor del arte y la validez de los eventos gratuitos. El consenso suele estar en buscar la raíz del problema en el público y las políticas culturales, mostrando a quienes se dedican a la música —músicos, promotores etc.— como víctimas del desinterés de la gente y las instituciones.
Hay dos posturas especialmente recurrentes: “Si tocas gratis no valoras tu trabajo” y “Los festivales gratuitos son un error porque mal acostumbran al público”. Creo que estas posturas son demasiado simplistas por las siguientes razones:
1. Que lance la primera piedra la banda que nunca tocó gratis o por migajas cuando estaba empezando. Es igual con lxs diseñadorxs que aceptan trabajar por exposición para iniciarse en el medio y con lxs migrantes que aceptan trabajar por menos del salario mínimo. En ambos casos quién está desvalorizando el trabajo es el empleador y no el empleado, que simplemente está tratando de sobrevivir en un ambiente hostil a su presencia. No digo que estas prácticas no sean dañinas para el medio. El problema es que quienes las critican usualmente lo hacen desde un lugar de privilegio y no desde una posición de solidaridad con el gremio.
2. El tener eventos musicales donde el factor económico no es un limitante para poder participar nos permite dejar de ver a la gente como simples consumidores y a la música como un producto más. Quienes critican los eventos gratuitos lo hacen desde una perspectiva de división y enfrentamiento entre músicos, gestores y espectadores en lugar de una de apoyo mutuo.
A menudo escuchamos que el crecimiento de la industria musical nacional es la salida a nuestro predicamento —siguiendo la persuasiva lógica de que si le tiramos suficiente dinero al problema tal vez este desaparezca—. No soy la persona indicada para hablar de la industria musical porque me es totalmente ajena, y aunque reconozco que tener una industria musical en el país ayudaría, creo que el verla como una panacea nos impide ver otros factores no menos importantes, como, por ejemplo, la interrelación del lxs actores culturales con el público y la sociedad en general.
Es muy fácil caer en un modo automático en el cual todo lo que hace la banda debe estar dirigido hacia objetivos que no fueron discutidos o ideados por los integrantes, sino por las expectativas del mercado —hablo por experiencia—. Algo más o menos así: hay que sacar un sencillo, luego un videoclip, tenemos que tocar con esa banda que detestamos pero es popular, tenemos que grabar un disco en este estudio y con este productor, y tocar en este festival. Y claro, todas esas cosas se hacen más fáciles si tienes el dinero o los contactos adecuados. Por eso la escena se termina volviendo algo exclusivo y competitivo antes que inclusivo y cooperativo.
Trabajar al margen de este modelo generalmente significa embarcarse en una multitud de proyectos que muchas veces resultan insostenibles. Todo por “amor al arte”. Y eso es lo que ha pasado durante años en el Ecuador: casi ninguna iniciativa independiente logra mantenerse en pie durante suficiente tiempo para generar un impacto y una continuidad en el medio. La intrusión de la lógica de producción capitalista en la práctica artística nos ha llevado a dejar de cuestionar por qué la mayoría de estos intentos fracasan. Creemos que si tan solo nos sacrificamos más tal vez al fin lo “logremos” y que si fallamos fue por culpa del público que no apoya. El peligro de enamorarse del fracaso y creerse un mártir incomprendido es real.
Lastimosamente —o por suerte, más bien— no tengo las respuestas a estos problemas pero me he dado cuenta de que la falta de nuevas visiones del futuro es lo que nos mantiene estancadxs en el pasado —Mark Fisher la tenía clarísima—. Así que aquí van algunas cosas que he visto poner en práctica últimamente por bandas y gestores locales y me parecen muy valiosas:
1. Inclusión: Shows para menores de edad y conciertos de 5$ o menos. Es básicamente una forma de hacer que el arte llegue a más personas, sin limitaciones de edad o poder adquisitivo. También son importantes los esfuerzos de lxs organizadorxs por garantizar espacios libres de odio, discriminación y abusadores.
2. Autogestión: Dejar de esperar ese contrato discográfico o el auspicio de Adidas. La autogestión es algo con lo que creo que la mayoría de lxs artistas en el Ecuador están familiarizados, pero por pura necesidad. Podemos dejar de ver esto como una “desgracia temporal en nuestro camino a la fama” y adoptarlo a conciencia. Cogerle gusto a hacer las cosas y buscar formas de poder hacerlas sin quemarnos en el proceso.
3. Descentralización: Conciertos que ocurran fuera del área entre la Patria y las Naciones Unidas. Y en más ciudades aparte de Quito, Cuenca y Guayaquil. Establecer vínculos con grupos afines dentro y fuera del país. Ser más interdisciplinarios.
4. ¿?: No se me ocurren más en este momento, a pesar de que sé que hay muchas otras pero lo importante es que tú probablemente tienes otras ideas y puedes ponerlas en práctica. No necesitas la aprobación de nadie para hacerlo.
Nuestra tarea debe ser buscar nuevas formas de relacionarnos con el público, no de enfrentarnos a él. Establecer lazos que vayan más allá de transacciones monetarias. Para que estas formas se materialicen lo primero que debemos hacer es darnos cuenta de que son posibles y buscarlas —aquí no hace falta inventar el agua tibia—. Lo demás vendrá con la práctica.