A sus 24 años, Jesús Bonilla es un hombre que sabe muy bien lo que hace y por qué lo hace. Desde hace diez años trabaja en pos de una música que conecte lo individual con lo colectivo, lo local con lo global, el pasado con el presente y el aquí con el más allá. Conoce su historia.
Pocas personas le meten tanta pasión y tenacidad a lo que hacen como Jesús Bonilla. El productor musical kichwa cotacacheño trabaja como hormiga para preservar, crear, reinventar y revalorizar la música andina ecuatoriana.
A sus 24 años, Jesús es el líder del grupo de danza y teatro Humazapas —cabezones o despeinados en español—, cofundado hace 10 años con otros wambras y que los ha llevado a pisar importantes escenarios alrededor del país.
En 2017 creó la productora musical ANTA y desde ese mismo año trabaja en el proyecto Kutakachi, que busca salvaguardar la sabiduría ancestral de la música cotacacheña. También ha colaborado con artistas como Mateo Kingman. En la canción «Tejidos» del álbum Astro, el arpa que se fusiona con el resto del fondo es de Jesús. El año pasado lo entrevistó la BBC para su portal web Sounds.
Jesús es un muchacho resoluto con ganas de dejar huella. Todos sus proyectos tienen un objetivo en común: “que la música comunitaria esté en un espacio en el mundo y que el mundo esté en la comunidad”.
Nació en Turucu, una comunidad rural del cantón Cotacachi y creció rodeado de abundantes paisajes, cultivos, animales y las melodías de los instrumentos autóctonos interpretados por los abuelos o taytas. Entró a la USFQ a estudiar producción musical y se graduó en el 2017. Aunque fue por azares de la vida porque, como se le daban bien las matemáticas en el colegio, planeaba estudiar alguna ingeniería.
Relajado, con Jesús no hay hielos que romper. Mientras habla sobre su visión y perspectiva de la música andina, desenreda y conecta cables para un ensayo programado con los Humazapas. Cuando de producción musical comunitaria se trata, Jesús la tiene clara: “Debe lucrar porque debe ser recíproca con las personas que la han salvaguardado y le han dado continuidad”. La música debe ser un modo de vida, dice con convicción.
Kutakachi, Humazapas, ANTA: los grandes sueños empiezan en pequeño
A dos horas de Quito, en un ala de su casa, en Turucu, Jesús tiene su estudio, donde hay días en los que se refugia durante largas horas. Acompañado de su computadora, dos parlantes, una consola, cables e instrumentos, Jesús graba, mezcla, compone y descompone melodías. Así le da sentido a la música que flota incesantemente a su alrededor. “Mi música debe ser digna para mí y para la gente que la escucha y si para que este trabajo esté al nivel debes tener mucho trabajo”, acota.
Cuando no está ahí, está recorriendo los campos que bordean las faldas de dos volcanes amantes, el Tayta Imbabura y la Mama Cotacachi, en búsqueda de sonidos. “Nosotros como jóvenes debemos investigar nuestra música y empoderarnos de ella”, reflexiona. Por eso inició el proyecto Kutakachi y ha visitado más de 8 comunidades indígenas para hacer grabaciones in situ de música autóctona con las que a futuro planea crear una fonoteca que sirva de registro, fuente de consulta y sea accesible para la gente de los mismos territorios. El tema de la reciprocidad es recurrente en su discurso, algo curioso para un veinteañero.
Desde que fundó Humazapas con sus hermanos, Wawa, Flor y otros amigos, han pasado diez años. Todo empezó como reuniones de aprendizaje de instrumentos como la palla, el pingullo, el pífano, el arpa, entre otros. Ahora quieren producir un disco “que a nosotros nos guste y sea digno” y hacer giras. “Queremos llegar a espacios donde nuestra música no ha llegado. Tocar en grandes”, manifiesta con los ojos perdidos en la imaginación. Para Jesús, el mundo es el público.
Uno de sus sueños además es tener una disquera de música kichwa y lo está cumpliendo un día a la vez. “Queremos con la disquera satisfacer las necesidades de la comunidad”, explica. ANTA nació con ese objetivo y de a poco ha logrado que la gente tenga la confianza de acercarse y apropiarse del espacio. Aunque al principio su pinta de wambra le desfavorecía, ya ha trabajado con artistas locales en la producción de sencillos.
De un contexto comunitario a uno global
Jesús no se engaña. Sabe que la globalización es un fenómeno en el que estamos inmersos todos. Ahora, cómo beneficiarse de él sin perder identidad es la resistencia que lo diferencia de otros productores y músicos. Lo que este Humazapa sabiamente hace es “conservar nuestra música y darle continuidad con ciertos cambios, porque no podemos mantenernos con la misma estructura toda la vida. Todo cambia y la música también responde al contexto sociocultural”.
Reconoce que la U le enseñó sobre mercados y negocios. Eso le ayudó a entender que la música andina, de las comunidades, la música ancestral también debe tener un valor monetario para beneficio de los mismos pueblos y llegar a otros escenarios que no se limiten a la comunidad.
Jesús lo hace sin darse cuenta pero cuando habla sobre sus sueños inmediatamente cambia del “yo” al “nosotros”. Él ha entendido pronto que la música es ese puente o vínculo que conecta a lo individual con lo colectivo, a lo local con lo global, al pasado con el presente, al aquí con el más allá.