El uso de las redes sociales puede acercar con facilidad a la gente e incorporarla a nuevas causas. Pero también puede llevar a la indolencia. Ello ocurre, justamente, con un tema tan sensible como la explotación petrolera en el Yasuní. Lee un análisis al respecto.
Al parecer la misma razón por la cual nuestras generaciones, adictas a la tecnología, no tenemos suficiente sexo es la misma por la cual no exigimos políticas públicas en contra del extractivismo.
Según un artículo del New York Times (2019) los millennials —generación nacida entre 1981 y 1999— percibimos la realidad de manera diferente, y esto no solo afecta nuestra convivencia de pareja, sino que también cambia nuestro comportamiento en todos los aspectos de la vida. Este mundo o vida virtual, es una parte importante de cómo nos relacionamos, no sólo en el ámbito personal, sino también profesional, académico y, por qué no, político.
Piénsenlo: la tecnología atraviesa de manera transversal nuestro vínculo con el mundo. “Ahora los jóvenes pueden solicitar un trabajo, aplicar, navegar por todas las ofertas académicas y hasta ordenar comida desde su celular sin tener que moverse. Ya no van a las calles a tocar puertas (literalmente), como las generaciones anteriores, por esto es normal pensar que su manera de expresarse sea diferente; sea virtual”, dice Cristina Castrillón, experta en comunicación y docente de la Universidad San Francisco de Quito, al explicar los orígenes de este tipo de comportamiento de “clic”.
Estamos acostumbrados al estímulo inmediato y a la automaticidad, a que con solo aplastar un botón todo debe funcionar. Actuamos así en las redes, en la vida y al exigir políticas públicas en contra del extractivismo, lo que en el Ecuador no es un proceso instantáneo. Impaciencia e incapacidad de espera es la consecuencia de ser criados frente a las pantallas, explica Cristina. Desde su punto de vista, el activismo de sofá o ciberactivismo es una lógica respuesta al no encontrar soluciones rápidas y definitivas en la forma de hacer activismo tradicional.
Sin embargo, en el contexto ecuatoriano actual este comportamiento está provocando que nuestras exigencias no sean consideradas apropiadamente. Si te sientes como un superhéroe al poner “me gusta” a cualquier post activista y piensas que ya hiciste tu parte, realmente no estás llegando de la manera eficaz quienes toman las decisiones. A pesar de que estás difundiendo algo, tus intenciones no se están materializando.
Para lograr cambios reales se necesita un compromiso
“A los jóvenes de hoy solo les importa el Facebook y el dinero. No se dan cuenta que lo que defendemos es su propio futuro, el aire que respiran”, menciona con firmeza Alicia Cauiya, presidenta de la Asociación de Mujeres Waorani, al describir su incredulidad por la falta de acción de la juventud frente a este atentado a la tierra y a los derechos de los pueblos indígenas.
Alicia, sus compañeras y las agrupaciones de la sociedad civil se movilizaron a la capital para exigir sus derechos constitucionales en contra de la expansión petrolera en sus comunidades amazónicas el pasado 23 de mayo. Un evento histórico que pasa casi desapercibido por estar perdidos en nuestro mundo de fácil estímulo.
Cada vez más conectados pero no más informados.
En los últimos meses, Ecuador se ha visto cuestionado nacional e internacionalmente por sus nuevas políticas extractivistas, al lanzar los decretos 751 y 752, relacionados con la expansión del Parque Nacional Yasuní. Este lugar famoso por su invaluable tesoro natural, sus comunidades indígenas, los pueblos en aislamiento voluntario, que habitan en él y su extrema biodiversidad; y que también es conocido por la extracción ilegal masiva de madera, minería y sus sedientos pozos petroleros que aparentemente se multiplican a escondidas.
La lucha contra la explotación de este Parque Nacional, ha sido tema sensible a nivel nacional desde hace una década, e incluso se ha utilizado como un atractivo político para la juventud.
“¡El activismo pasivo en línea no va a frenar la explotación! Debe existir por un lado presión legal/formal y por otro lado activismo presente para influir a los tomadores de decisión”, dice Pedro Bermeo, representante del colectivo Yasunidos, al mismo tiempo que argumenta que el activismo en línea no logrará los resultados deseados si no tiene un reflejo en el mundo físico, real o “callejero”.
“No se tomarán decisiones políticas trascendentales sólo al ver el número de ‘me gusta”, añade él. Esta es una visión compartida con Cristina, que reitera la importancia del actor, o actores, como “frente o cara” de la protesta cibernética, para que el activismo en redes tenga alcances significativos. “El problema está también en la falta del suficiente compromiso por parte de la juventud para que se pare del sofá y participe”, dice Cristina.
Una falta de compromiso que quizá no sea por falta de interés, sino, tal vez, falta de conocimiento para apropiarse de esta lucha a favor de la naturaleza y los pueblos indígenas.
Entender la lucha más allá de nuestras pantallas
“La explotación petrolera es lo que da vida a las ciudades del mundo, pero en nuestro territorio la explotación petrolera destruye todo lo que a nosotros nos importa. Hemos visto la destrucción que el petróleo causa en el bosque. Nuestros hermanos indígenas, que viven río abajo del petróleo, nos han contado historias: cómo sus hijos han enfermado por la contaminación del agua y cómo la contaminación ha dañado la pesca y desaparecido los animales de monte. Con el petróleo, el idioma, la cultura, todo puede desaparecer en una sola generación».
Este es un extracto de la carta que la asociación de mujeres waorani envió al Gobierno Nacional el 19 de mayo (2019). Alicia Cauiya (Weya), presidenta de esta asociación, ha vivido los cambios trascendentales en su territorio. Ella nació y creció en el corazón del Yasuní. De sus primeros años ella recuerda a misioneros cristianos haciendo que sus padres vistan de manera occidental y vayan a la iglesia para ser perdonados por sus pecados. Esto impulsó a su familia a la constante migración dentro del parque.
La muerte de su abuelo hizo que ella dé un giro total en su vida. En cuestión de días vio cómo instalaron un pozo petrolero en donde estaba enterradas sus cenizas, sin que nadie sepa nada, sin el permiso de la comunidad, en el lugar más sagrado para ella y su familia. Bajo un contexto de alta contaminación de empresas como Chevron, y la constante presión de madera ilegal, ella decidió dedicar su vida para frenar la explotación en su tierra. Así conformó la Asociación de Mujeres Waorani.
“Las mujeres tenemos esta conexión especial con la tierra la sentimos más. La queremos sana para nuestros hijos, que ellos puedan disfrutar de su territorio, puedan comer y vivir de la naturaleza. Por esto, mujer waorani, defiende esta tierra para todos, para los waorani y para la libertad de los hermanos Tagaeri Taromenane —pueblos en aislamiento voluntario—”, dice, para terminar, Alicia.
¿Qué significan los decretos? ¿Por qué son tan importantes?
En los decretos 751 y 752, publicados el 21 de mayo 2019, se determina las zonas de expansión del área protegida. Lo cuestionable de esta zonificación es que tiene más relación con un mapa petrolero que con un mapa de protección de los recursos hídricos o las zonas de asentamiento de los pueblos en aislamiento voluntario. Según este documento legal, el Gobierno ha ampliado el área de protección a casi 60.000 hectáreas. Suena bien, ¿no? No te creas, solo es una fachada.
En este decreto, no sólo se aumenta la zona intangible, sino que también se extiende la zona de amortiguamiento, y es aquí donde se genera la polémica. Una buena parte de esta zona de amortiguamiento se encuentra dentro del parque nacional y las actividades realizadas aquí son autorizadas por el Ministerio del Ambiente (MAE), según su plan de manejo. Eso quiere decir que se podría autorizar la construcción de infraestructura petrolera, siempre y cuando se cumplan «algunas condiciones».
Casi de manera paralela se publicó el reglamento al Código Orgánico del Ambiental (COA), documento legal para todas las actividades relacionadas al ambiente. Esto permite al MAE emitir las licencias ambientales para actividades extractivistas —»pertinentes», según ellos— dentro de las áreas protegidas bajo su jurisdicción. Que haya autoridades ambientales especializadas en la industria petrolera causa una serie de temor y desconfianza por parte de la sociedad civil.
Menos los millennias que de vez en cuando ponen “me gusta” y siguen tranquilos en su universo paralelo.
Lo que también debe llamar nuestra atención de este jaque mate jurídico, claramente a favor de la explotación, es que tuvo como origen la consulta popular de febrero del 2018. Con una pregunta tan confusa como estratégica, disfrazada de conservacionista, que decía lo siguiente: “¿Está usted de acuerdo en incrementar la zona intangible en al menos 50.000 hectáreas y reducir el área de explotación petrolera autorizada por la Asamblea Nacional en el Parque Nacional Yasuní de 1.030 hectáreas a 300 hectáreas?”
Con la esperanza de que se acabe la explotación la mayoría de los ecuatorianos respondimos: «Sí». Y con esto autorizamos estos decretos que van contra los derechos constitucionales de los pueblos que habitan dentro del parque, muchos de ellos en aislamiento voluntario, y la naturaleza.
Al no hacer nada, uno es cómplice de esta telaraña. Quieran o no los jóvenes que están embriagados con social media, tienen incidencia en las políticas públicas, ya sea con la acción o la inacción. Tienen con su país el deber moral de velar por decisiones justas. Están llamados a entender lo que significa el Yasuní para el presente y para el futuro. No deben quedarse sentados.
El alcance del activismo pasivo y sus claras limitaciones, de lo real a lo cibernético
La lucha por defender las firmas es ahora y se da pasando un jueves al frente del CNE (Consejo Nacional Electoral), a manera de marcha constante pero pasiva. Estas miles de firmas fueron recolectadas físicamente durante el 2013 y 2014, a fin de hacer un llamado a la consulta popular, con la pregunta que prohibirá definitivamente el extractivismo de todo tipo en Yasuní.
“Debemos hacer activismo inteligente, sabiendo las normativas legales para defender nuestro derecho como sociedad civil. Si estas firmas fueran por medio de una plataforma digital, el gobierno no las tomaría en cuenta como documento jurídico”, afirma Pedro, argumentando que el uso de las redes sin gestión complementaria realmente no hace el cambio y por ahí no es el camino correcto en su opinión.
Sin embargo, no se trata de desconocer el potencial de las plataformas digitales. Manejadas oportunamente pueden ser una herramienta valiosa para agrupar y organizar a la sociedad civil —sobran los ejemplos al rededor del mundo en el que el activismo en redes ha derivado una lucha real, como el movimiento estudiantil lucha para retrasar el proceso del cambio climático de Greta Thunberg—.
Yasunidos utiliza mucho sus redes para convocar a marchas y diferentes eventos. “No puedo negar que algunas campañas bien utilizadas, generan alto impacto en esta presión digital”, asegura Pedro, resaltando algunas ventajas de la conexión que ofrece la new media. “Una ventaja clara es el poder de formar agrupaciones con intereses comunes”, dice Cristina al resaltar el poder de las redes frente a un objetivo.
Las comunidades globales van creciendo en las redes, mientras que se ven menos personas en las calles, y la generación que viene, los Z, es más pasiva aun. ¿Qué pasará con las luchas que realmente necesitan presencia y compromiso? Este activismo pasivo se ve comprometedor e ideal a futuro, pero al mismo tiempo falso y efímero. Si realmente queremos un mundo diferente no podemos esperar a que cambie con un clic. Menos frente a un momento como este, en que Ecuador puede establecer un precedente histórico en la lucha contra el extractivismo en América Latina.