Caliente Guayaquil, calientes Los Amigos

por Ga Robles
Foto: Ana María Gutiérrez

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Colores, sexo, maracas, ritmo, dulce, luces, calor, qué rico, fiesta, bajo, sabor, en cuatro, gozadera. Los Amigos Invisibles no sabían por qué no habían venido antes a Ecuador. El calor apagándose afuera, el aire acondicionado exponencial, dentro. Guayaquil caliente por el invierno que viene, por su gente, por Los Amigos Invisibles cantando en la tarima, moviéndose todos, saltando al ritmo de ‘El baile del sobón’. La mitad del concierto había pasado y ni el exceso de humo que a ratos nos impedía ver a la banda, bloqueaba nuestro contacto con la música. Esas ganas de sentir que todo está ayayay, tan bien colocado, que es uno de esos días para mover el dulce.

Julio Briceño, Chulius, la tiene clarísima desde 1991 cuando aprovechó su sex appeal y su voz para apoderarse del centro del escenario. 25 años después, sigue ahí, haciendo la fiesta. Salpica un poco de groove latino con cada giro inesperado de su copete. Camina hacia nosotros, suda. A contraluz, con la pandereta o las maracas en sus manos, nos canta en voz alta y al oído: Cuando no estás conmigo yo me porto bien…

Foto: Ana María Gutiérrez

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Los Amigos Invisibles llegaron hoy, a siete años del Quitofest, para revivir la sabrosura del funk latino que inventaron. Siete años de escucharlos lejos. Extraña revelación revuelta de letras lascivas, donde entre los colores de luz, afloran el ritmo caliente del merengue y la misericordia del disco. Pa-pa-pa-pa-pará… De pronto, un guiño al “Gangnam Style”, con coreografía y alevosía incluidas, o de pronto, también, seguido de “Plastic Girl”, unos golpes de bajo para coreografiar un “Another one bites the dust” bastante caribeño. Ellos son así, irreverentes y salsas (los covers qué). Nosotros, somos así, tan llevados por el ritmo invisible que desbocan.

Foto: Ana María Gutiérrez

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No, ya no son jovencitos. Y cuando te cantan hace mucho tiempo que ya nadie quiere hacerme, les crees un poco. Igual dudas, porque siguen moviendo el pelo, cantando en inglés y levantando polvo allá arriba. Y si hay una banda donde el bajista tiene todo su encanto en el swag, ahí los tienes: con ‘El Catire’ haciéndole a las cuatro cuerdas.

Esta vez, sólo un año después de que los vi a todos juntos presentando el docu “La Casa del Ritmo” en NYC, llegaron sin dos de sus integrantes más queridos. José Luis ‘Cheo’ Pardo y el guapísimo ‘Armandito’ Figueredo no están más en la banda. Pero algo de su historia sigue apareciendo en los visuales. Y la infinita onda que le echan Mamel, Maurimixxx, Catire y Chulius es legado de ese chorizo de tiempo que los hizo crear toda una ideología en torno al dialecto funk.

Foto: Ana María Gutiérrez

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Con esa viada melosa de gozadera se mandaron pasada la media noche el repertorio que hace mover caderas y saltar con giros de 180. El público podía olvidar por una noche al menos, el mal aliento de la bachata o el reggeatón, ritmos siempre más populares en las pistas de nuestros días. En ese momento el funk era el rey, el merengue otro rey, el calypso eventual, un invitado de honor. Y nosotros, bailando y sudando, no teníamos opción. Seguíamos las líneas de soul caliente que desfogaba la guitarra filtrando una capa de percusión intensa. Deja que te lleve a donde no se llega tarde nunca, y yo les creía todo.

Foto: Ana María Gutiérrez

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Ellos saben a dónde llegar y cómo. Cuando ya parecía el fin, seguían lanzando freesbees de canciones empacadas al vacío para que explotaran sobre nosotros. Como carne. Ahora Chulius Briceño con la camiseta de Ecuador, ahora Maurimix Arcas embaladísimo en las congas. Así como decidieron presentar su show más eléctrico, encontraron la vía para devorarnos hasta el final. Tú eres la flor que tengo tatuada en mi corazón. Tan sugerentes ellos, tan cándidos nosotros, no dejamos de bailar… por detrás…Pero, creo que esta noche te va a gustar…

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