La previa musical de Nasty People y Pichirilo Radioactivo

por Luciana Musello

La música sucede. En este caso, sucede en cuartos pequeños y en salas de casas donde panas con la misma ansiedad musical se reúnen, o más bien se encierran a tocar. La música sucede en secreto, sucede en las tardes de domingo. Está lista, pero aún no podemos escucharla. Si es que lo hacemos, es porque somos el vecino de los músicos, o porque nos hemos metido a un ensayo.

Eso es lo que hice para Radio COCOA. Jugar a ser el vecino del músico (y sí, también meterme a los ensayos), pero con una cámara, una propuesta visual y dos singles identificados. Nasty People y Pichirilo Radioactivo son proyectos-uno de música post hipster y el otro de cumbia alien-que por primera vez salen de la intimidad.

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Foto: Luciana Musello

Es viernes. Nasty People va a ensayar a las cuatro. Llego a las cinco, hace calor en los cuartos de ensayo. Dentro están los seis: dos guitarras, un bajo, una batería, un teclado y la voz. Trato de no interrumpir mientras saco fotos, la música satura. “¿Cómo se llama la canción que van a tocar ahorita?”, pregunto. Me responden varias voces a la vez y entiendo: I don’t wanna touch her, pero evidentemente escuché mal: son gente nasty. “Wanna touch her”, me aclaran, con énfasis en el wanna. Es el primer single de Nasty People, nadie lo ha escuchado. Cuando termina el tema suenan voces indistintas: “es mezzo forte, no forte”, “tenemos que ir por atrás”, “súbele al click, estaba en el tiempo pero no me escucho”, “¿quién tenía ese sonido? ¿Liszt? El man podía afinar lo que sea”. El Abogado, el líder de la banda, personaje ecléctico que oscila entre la música atonal y lo hipster, concluye la retroalimentación de la toma con: “no se olviden de la dinámica entre coro y verso”.

Durante el ensayo tocan dos temas más: “Say, say, say” y “Staying». En el último, una baqueta a punto de romperse sale disparada a gran velocidad, estrellándose contra la pared a 10 centímetros de mi ojo. El desconcierto, seguido de risas y de una disculpa, es una epifanía: Nasty People es violencia musical, pero no es gratuita y por eso se siente bien.

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El Abogado/ Foto: Luciana Musello

Salimos a un break de tabaco. Ha llovido y hace frío, algunos fuman. Los veo a los seis parados en semi-círculo a mi alrededor, está oscuro. Maldigo haber dejado la cámara adentro: siluetas contra el azul oscuro de la noche, un árbol detrás y los rostros que se iluminan momentáneamente compondrían una gran foto. Pregunto cómo nació el proyecto: El Abogado me cuenta que en el principio eran el bajo y él, a quienes rápidamente se sumó la batería. Los demás tardaron en llegar, pero la demora quedó justificada: “creo que son las personas precisas”.

Estos músicos están cómodos con su lado nasty. El manifiesto de la banda es contrario a la censura y al mensaje de paz. El Abogado dice: “no queremos música reflexiva, contemplativa, ni sublimada”. Ante la mojigatería y lo polite, Nasty People propone el amor público, la desinhibición propiciada por el nasty pop, por la oscuridad basada en la distorsión, por la puesta en escena desconcertante, por un lenguaje sensual y mal intencionado. ¡Qué vivan las intenciones sospechosas!

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Las decisiones detrás de la imagen de la banda han sido tomadas estratégicamente. La primera guitarra, a quien aquí me referiré como Nebel, me dice que si lanzaran el proyecto con una imagen personal su propuesta se volvería pura pose. Por eso, sus rostros son los menos importante. El anonimato, por el momento, no es un capricho sino una estrategia para que la música sea lo único que defender. La violencia debe mercadearse con cuidado. Ellos imaginan a Nasty People convertido en un hashtag, amparando los placeres pecaminosos y la vida de seducción.

El siguiente miércoles nos reunimos a rodar el teaser de su single “Wanna Touch Her”. Queríamos que fuera un clip soleado y agradable para que, al contrastar con la música de fiesta densa, obtuviéramos un statement visual nasty, medianamente perverso y entretenido. Ese día hizo sol y luego llovió torrencialmente.

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Distorsionado por sustancias desconocidas, un pichirilo celeste estacionado en una casa de ensayo se convirtió en un Pichirilo Radioactivo. Así nació el nombre de la banda, unánime e impulsivo. La denominación perfecta para el ensamble de dos saxos, dos trompetas, dos trombones, una batería y un bajo. Me reúno con Johan Vallejo (saxo), Pablo Gutiérrez (trompeta) y Alexei Chontasi (trombón) en un pequeño cuarto de ensayo. Mientras me acomodo, hablan de cómo les duele la garganta por la fiesta de ayer. Recuerdo que es lunes y abro los ojos sorprendida.

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Alexei Chontasi/ Foto: Luciana Musello

Es evidente que en primer lugar son panas y después músicos de Pichirilo Radioactivo. La idea fue del primer baterista: hacer música de fiesta en la que los vientos fueran los protagonistas. El resultado: una brass band que trabaja con la armonía del jazz para hacer cumbia alienígena, condimentándola con el groove del capishca (música andina) y con un toque de huaira (banda de pueblo).

Pregunto qué hay de fiesta popular en Pichirilo Radioactivo. La respuesta es que definitivamente todo. Los temas de la banda son para bailar, pero para bailar con el diablo o solito: una de dos. Los ambientes sonoros son tensos, pasan por el funk, el reggae, el ska y el latin jazz. Su último experimento musical fue tocar improvisadamente en el bulevar de la Naciones Unidas. Son oportunidades que se deben aprovechar cuando no se necesita mucha amplificación.

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Planificamos la grabación del teaser para el sábado de esa semana. La canción escogida fue «Chocolate», un tema inédito (en su página de Soundcloud sólo hay dos otros temas). “Somos malos poniendo nombres”, se disculpa Pablo. Mientras escuchamos el tema, les pido que lo describan. Alexei dice que “ahí, justo ahí me da ganas de gritar ¡Cumbia!”. Johan explica que es un ambiente movido con un poco de dance hall y drum and bass. Pablo asegura que es como estar “al borde del blancazo”.

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Cuarto de ensayo de Pichirilo Radioactivo

La casa donde se reúnen a ensayar es inconfundible por el pichirilo en la entrada. Dentro, al fondo, está el cuarto donde ensayan. La mesa central es un platillo de la batería. Sobre él hay un envase de mayonesa vacío con un sticker que dice: «Aquí van los puchos». En la pared hay panderetas colgadas.

El rodaje es estruendoso, pero bello. A veces, con el trombón, Alexei imita una alarma de policía que me asusta un poco. Ese día hicimos un pastel de chocolate y le añadimos una explicación teórica al nombre de la banda. El compuesto radioactivo Polonio-210 sustituyó a la esencia de vainilla.

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4 commentarios

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