Un ambiente neuronal, recuerdos desintegrados, oscuridad, tensión y vacío. Objetos nos atribuyen la cercanía doméstica de una mujer maniquí que aparece en escena sin respondernos por qué está ahí.
Caída (Hemisferio cero) es un llamado a retomar el pulso de la memoria. Cada latido recuerda un poco más y desentraña una historia anulada. Cuando se estrenó en el Centro de Arte Contemporáneo en marzo de 2014, la atracción de un boca a boca limpio me llevó a ver la obra y llegar a tiempo. Difícilmente el último de la fila conseguía su entrada. Esa expectativa a partir de la curiosidad me zambulló en el acto puro de gravedad. Había que verla.
Es necesario caer para empezar a recuperar los fragmentos del destrozo. En la obra aparece una mujer que intenta asumir su papel, pero algo no le permite. A partir de esa imposibilidad devienen los estancos, las crisis, las dudas, las evocaciones al pasado. Todo desde ese ojo a ratos tierno y en otros momentos voraz y lleno de angustia.
Gabriela Ponce, escritora de la obra, y Leni Méndez, directora, tienen clara la búsqueda de la identidad de este personaje femenino. Su razón de ser se resuelve a medida que avanza la obra. Su desencuentro con la realidad externa, la metodología que encuentra para no desligarse de sus hallazgos, el acto mismo de tejer y destejer, la convierten en una restauradora por necesidad, en una perseguidora de su historia. Todo para no caer, o para caer de una vez por todas.
Este logro se nota en la posibilidad de conmovernos y meternos en la trama, en la que a cuentagotas nos va narrando qué pasó con la vida temprana de la mujer, dónde está el momento de la violencia, por qué su familia lleva el negro de su tristeza. Una esquizofrenia de sensaciones terminan por hacer sentir a los espectadores que pese a todo, están en el lugar correcto.
La obra empezó por proponer una serie de fechas que se extendieron con el aforo siempre al tope. 12 funciones en total resultaron de su primera temporada. Aun los niños llegaron para asombrarse de la escenografía, de los objetos que construyen a la personaje o del sonido que ambienta la obra sin perder crédito frente a la dramaturgia, la actuación o la dirección.
No se trata solo de una obra de teatro. Este experimento incluye también un profundo trabajo en las artes plásticas, en el diseño de sonido y en la danza como complemento teatral. Se debe, en evidencia, a la actividad multidisciplinaria de sus gestores creativos: Leni Méndez cubre su experiencia en la dirección, pero también en la escenografía, la puesta en escena, y además es artista plástica. Gabriela Ponce es también actriz y directora de teatro, mientras que la actriz principal, María Viteri, se desenvuelve además en el mundo del cine.
El escenario nos reclama atención absoluta. Descubrir cada elemento nos toma tiempo y estar casi dentro, sin separación butacas-escenario, permite que seamos algo así como bacterias flotantes de ese zumo desintegrado de la memoria. Ese espacio desconocido aun por la mujer que está en pleno proceso de desentrañar su realidad nos devoró al momento mismo de ingresar a la sala.
Una gran envoltura reseña por sí sola esa dirección de arte que profundiza los símbolos y los sujeta a hilos, nudos y gravedades suspendidas. El teatro es un medium para admirar el arte de crear espacios a partir de la desintegración de una historia. Las repeticiones y los monólogos se acumulan como volviéndonos parte de un microcosmos en movimiento, el espacio del otro que vacila con la surrealidad.
Las historias de violencia pueden contarse sin violencia. El teatro de Caída se apodera de los símbolos y no permite que nos sintamos aludidos tan fácilmente. Nos seduce hasta entrar en una mente que realmente no se expone con facilidad. En los momentos de tensión, siempre está el arte sonoro a cargo de Ivis Flies y la iluminación de Anatol Waschke para mantenernos adentro. Amor, familia, dulzura, nostalgia, violencia, calma y todos sus contrarios sumados. Entramos constantemente al interior de la mujer, con la esperanza de que podamos salir algún rato. De que ella pueda salir con nosotros.
Podría ser hasta cierto punto un juego de realidad virtual. Ella, un androide que intenta volverse más humano. Nosotros, sus rescatistas inútiles. Los cerdos, sus enemigos fantasmas. Tantas opciones pueden generarse a partir de esta historia, tan parecida a la de muchos de nosotros. Está tan cerca de encontrarse, pero para hacerlo debió zambullirse en lo profundo de su interior maravilloso.
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te faltó lo más importante, hora!
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