Del 19 al 25 de Noviembre del 2018 publicaremos textos escritos por, o acerca de mujeres en el mundo del arte, quienes celebran el poder, la importancia y la belleza de la energía femenina con su vida y sus obras, a propósito de la marcha contra la violencia a la mujer del colectivo «Vivas Nos Queremos». Los cuerpos femeninos no se tocan, no se violan, no se matan.
Con la siembra simbólica de un árbol de arupo en la Casa de la Cultura, empezó el “Encuentro de mujeres en escena” 2018. El evento, que había sido anunciado en agosto, por fin abrió sus puertas la mañana de ese día.
La misma tarde de ese lunes 19 noviembre de 2018, en el teatro Prometeo, pequeño edificio pintado de blanco, localizado unos pasos al sur del edificio principal de la Casa de la Cultura, en el mismo terreno donde ésta está ubicada, tuvo lugar la inauguración oficial. A las seis y cuarto de la tarde, después de una pequeña presentación musical, salió al escenario ovalado del teatro la persona a la que todos querían escuchar.
Con el movimiento expresivo de sus manos, Susana Nicolalde, directora de la Fundación Mandrágora de Artes Escénicas —y la gran organizadora del evento—, acompañó un pequeño discurso de agradecimiento. A lo largo de casi cinco minutos, todos quienes lo hicieron posible fueron nombrados.
La reacción ante las palabras, salpicadas con un humor cordial, y expresadas en una voz medida, tranquila, fue la esperada. Antes de que Susana hubiese acabado de hablar, cundieron los aplausos cariñosos. Los egos estaban fuera. Los asistentes, en definitiva, parecían estar asistiendo a una reunión familiar.
Antes de terminar su intervención, Susana dejó en claro el porqué del encuentro. Su existencia no respondía a la presentación de simples funciones recreativas que den paso, a la semana siguiente, a una cotidianidad ignorante del mensaje de las obras, sino a algo más. “El contar historias, acá en el escenario, no depende de un incentivo económico, sino de la voluntad nuestra, de la pasión por hacer el trabajo y de la necesidad de contar esas historias”, señaló.
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En 2004, cinco actrices pertenecientes a distintas fundaciones formaron “Quinta escena”, movimiento de teatro contemporáneo. Ese mismo año tuvo lugar la primera edición del “Encuentro de mujeres en escena”. Todas aquellas mujeres venían armadas con propuestas estéticas que requerían visibilización.
Al año siguiente, Mandrágora tomó la posta y organizó el evento, cosa que no han cambiado hasta la actualidad, y el encuentro empezó a crecer, a multiplicar voces y actos. En 2009, la cita dio un nuevo paso: la internacionalización. De repente, “Mujeres en escena” dejó de ser un asunto exclusivo del país, y, más específicamente, de Quito. Propuestas de varios países del continente llegaron a Ecuador representadas en voces y performances de los creadores. Así se estableció un diálogo internacional.
Incluso, el “Encuentro de mujeres en escena” forma parte de The Magdalena Project, encuentro internacional con que comparte su estructura basada en talleres, conversatorios, exposiciones y la presentación de obras. El crecimiento es evidente, pero no por ello suficiente. Debe seguir en ascenso.
“La idea es seguir creciendo y articular proyectos con otras ciudades a las que no hemos podido ir, como Manabí, Esmeraldas, Cuenca. Nos faltan muchas otras ciudades para seguir articulando. El encuentro no se ha quedado a mitad de camino. El encuentro ha seguido caminando, ha logrado sostenerse”, puntualiza Susana Nicolalde antes de volver a sus tareas absorbentes.
Estamos en el viernes 16 de noviembre. Faltan todavía tres días para el inicio del evento. Pero nada parece indicar que algo puede salir mal. Ni siquiera el cielo de Quito, que se muestra levemente encapotado, con la promesa de una lluvia fuerte, como es común en noviembre.
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Una vez concluida la inauguración, a las ocho de la noche, el día lunes, organizadores, público y periodistas se dirigieron al Patio de comedias. La noche no estaba tan fría como otras. Por ello, la espera obligada hasta que todo estuviese dispuesto para entrar no fue larga.
Una vez adentro los presentes, a las ocho y cincuenta, se presentó en el escenario la actriz Sara Utreras, con su obra “Mama Tránsito Amaguaña Pushak Warmi – Cabecilla”, dirigida por Adrián Oña. Al estar disponibles los programas de mano, todos sabían qué personaje verían en escena. Igualmente, todos acabaron sorprendidos.
La actuación de Sara fue impecable, tanto en la pronunciación del alternada del kichwa con el español, como en la representación de la legendaria líder indígena. Siendo todo lo amena que fue, no perdió el punto. Mostró la historia de una mujer fuerte que rompió todas las cadenas que intentaban aprisionar su espíritu de lucha.
“Espero que lleven en su memoria y en su corazón la siempre viva voz de Tránsito Amaguaña. Esto es Ecuador, estas son las mujeres que nos alientan a conformar nuestras propias luchas” – Sara Utreras
Al terminar su actuación, Sara no pudo disimular la emoción que la recorría. Su actuación fue un buen preludio para lo que estaba por venir.
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Después de los talleres acostumbrados en las mañanas, vino la tarde del miércoles. Cuatro mujeres se presentaron en el auditorio I de la torre I de la Universidad Católica de Quito. Sus nombres: Luciana Martuchelli (Brasil), Violeta Luna (México), Laura Corral (Ecuador) y Eugenia Cano (México). Su tema: el uso del cuerpo en el performance.
La primera intervención fue la de Laura Corral, quien habló de la danza butoh y su libertad, que se aparta de los territorios seguros de otros actos. También, de la maternidad, la creación, la liberación de los cuerpos y el poder sanador de la danza. La segunda fue la de Eugenia Cano, que retomó el tema de la desnudez del cuerpo y las normas sociales que buscan estigmatizarla.
La tercera fue la de Violeta Luna, que se refirió al cuerpo como espacio político. La última fue la de Luciana Martuchelli, que habló de la libertad creadora en el tiempo de la dictadura.
Después de que el conversatorio hubiese terminado, varios de los asistentes, así como gente que andaba por otros lugares de la ciudad, se dirigieron al centro Cultural Benjamín Carrión, localizado cerca del Patio de Comedias. Allí se desarrolló el evento fuerte del día: la inauguración de la memoria fotográfica “Transitando huellas”.
Alrededor de un centenar de fotos que representaban a varias de las más grandes artistas del país adornaban los muros de la sala de exposiciones del centro. Todas aquellas artistas son de importancia para el camino que las mujeres han abierto en el campo del arte en Ecuador.
“Es una memoria fotográfica que hemos venido recogiendo desde hace muchos años, con el único objetivo de poder sostener la memoria y volver a la vida a tantas mujeres artistas que ya no están con nosotras”, dijo Susana Nicolalde en la rueda de prensa del evento.
“No por los logros he escrito, sino por el valor y la importancia dada a dos migas de pan. No por el hambre, sino por la calidad y la esencia de nuestro requerimiento” – Cristina Castrillo
La misma rueda de prensa sirvió para que Cristina Castrillo, experimentada actriz y directora, presente su libro “Rastro –el mapa del oficio”. Libro de memoria y pensamiento vivo sobre una vida marcada por las experiencias artísticas.
Así lo describe el resumen que figura en el programa de mano. Pero, para no que nadie se quede con tan sólo ese pequeña sinopsis, Cristina aprovechó la oportunidad para leer un fragmento que, entre otras cosas, revela el verdadero premio que le da el cumplimiento de su oficio.
Después, todos los asistentes pasaron a la sala de exposiciones, donde presenciaron un performance y contemplaron las fotografías. Todas ellas, huellas de un sendero que está lejos de terminar, que está en construcción permanente.
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La noche del jueves, en la sala Mandrágora, a la que se accede después de bajar por unas escaleras dispuestas en el lado de la Casa de la Cultura que mira para la 12 de octubre, una obra muy potente fue presentada: «Mujer de piedra». Potente, no por las complicadas reflexiones que, a partir de ella, alguien podría hacer, sino por el sentimiento que deja en el espectador, que acaba impactado, indignado.
A las ocho y cincuenta, los espectadores ya habían estado sentados en sala por cinco minutos. Lo único que veían era la figura de una mujer subida en un pedestal envuelto en una tela pintada de un color metálico. Ella también estaba cubierta por pintura y semejaba una estatua. Permanecía lo más quieta que podía y, por momentos, transmitía al público la sensación de que estaba hecha de piedra. De pronto, las luces se apagaron.
Se encendieron a los dos minutos, tras los cuales comenzó un monólogo que no dejaba ni un segundo libre para la respiración. Aquel personaje, con la apariencia de una mujer indígena convertida en piedra, contó su historia.
Una historia que comenzó en su tierra natal, donde las autoridades, con el objetivo de obtener terrenos para la construcción del aeropuerto de Quito, irrumpieron en su vivienda, y donde, por ello, murió su esposo, afectado por un ataque al corazón.
Su posterior llegada a Quito, adonde llegó acompañada por sus hijos, no alivió su dolor. Por el contrario, lo aumentó. Tras vender informalmente hortalizas en las calles, las autoridades la agredieron y buscaron desalojarla del lugar. Molesta, y con la calentura del momento a flor de piel, ella agredió a un oficial. Por eso la llevaron a la comisaría, la juzgaron y la metieron en la cárcel.
“Díganme ustedes: ¿qué somos? ¿Qué soy para las leyes? ¿Acaso soy un numerito? ¿O basura? A lo mejor somos basurita… ¿Acaso somos una piedrita más en esta ciudad?” – La mujer de piedra, personaje interpretado por Noemí Laines
El punto más alto de la obra fue el discurso que aquella mujer pronunció en su juicio. Un discurso dolido y desafiante, que reveló las injusticias cometidas contra aquellas personas que están en los márgenes y las pocas oportunidades que tienen de ser tratadas con justicia. También, la poca eficiencia y la nula empatía de una burocracia que jamás parece tratar con seres humanos.
Al término de la función, la actriz Noemí Landines recibió los aplausos del público y, entre lágrimas, abrazó a su hija, cómplice de sus aventuras artísticas. Había cumplido su cometido. Dejó una reacción en público. Después de todo, como bien señaló Susana Nicolalde, el encuentro está marcado por una postura política, social.
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El sábado, el teatro Aya Hatariy, ubicado en la Supermanzana C, en Carcelén, recibió otra de esas propuestas originales que cuestionan lo que el común de los espectadores cree que debe verse en un escenario. Natalia Dávila, actriz que desde hace 10 años viene poniéndose la piel de Marietta de Veintimilla, interpretó una vez más al icónico personaje femenino.
Si bien la actriz dejó en claro que la acción de la obra transcurría en el siglo XIX, el modo de contarla y el lenguaje para hacerlo fueron contemporáneos. “Me interesa mucho utilizar lenguajes con los que los jóvenes de ahora se puedan identificar”, afirmó Natalia, quien forma parte de la fundación Quito Eterno. Así explicó el uso del hip-hop y del break dance, a través de los cuales personajes que vivieron hace siglos cobraron vida en la obra.
“El hip-hop es contestatario, y aquí estamos hablando de una mujer que fue rebelde en su época…era una mujer que rompió los esquemas que dictaban dónde debía estar, que ocupó puestos que les estaban vedados a las mujeres” – Natalia Dávila, sobre su obra “El ángel negro”, basada en la vida de Marietta de Veintimilla
Revivir, para el siglo XXI, una historia que podría parecer muy antigua y gastada, fue el objetivo de Natalia. Ella cree que historias como la de Marietta Veintimilla están vigentes y merecen ser contadas.
Además, su búsqueda también obedece a una voluntad de cuestionar la historia más común que se cuenta sobre su personaje, normalmente pintado como una mujer sumisa, sin más motivo de fama que un supuesto romance con su tío, Ignacio de Veintimilla.
Para ello, Natalia recabó toda clase de textos ajenos a la historia oficial. Los leyó y desarrolló su propuesta. “Fue un resultado muy fuerte pensar que una mujer fue presidenta en ese entonces”, señaló la actriz, cuya búsqueda es, también, lograr, a través de pasos pequeños, que una figura como la de Marietta Veintimilla empiece a ocupar el verdadero lugar que le corresponde en la historia del país.
Así, luego de una función entretenida —en la que incluso interactuó con el público— y una pequeña premiación llevada a cabo por la gente detrás del teatro, Natalia Dávila se retiró del escenario. Había cumplido con la necesidad que no sólo es exclusiva de su personaje, sino de todas las mujeres que aún se abren paso en la sociedad, la de “salir de la sombra”.
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Así acabó para mí una semana rica en experiencias. Hoy, cuando tecleo mis impresiones, preocupado por la premura del cierre, no puedo evitar pensar que quiero volver al encuentro el próximo año. Quiero ver qué nuevas sorpresas me deparará esta cita, llena de ideas y actos. Quiero ver qué nuevos efectos provocará en mí.
Ni siquiera tengo una imagen para acompañar mis pensamientos. Pero sí tengo una reflexión final. Para escribirla, quizá sólo haré mías las palabras de Susana Nicolade. Espero que el encuentro continúe sobreviviendo, y, más allá de ello, que atraiga a un público cada vez más grande. Escuchar a estas mujeres, o, mejor dicho, escucharnos como miembros de una sociedad, es algo que vale la pena.