“Vivimos en cadenas de muerte”, la poesía de Ana Minga

por Jorge Bayas Lituma
Desde sus primeros años, Ana Minga ha explorado, con una poesía potente bajo la palabra sencilla, los abismos de la condición humana. Nos acercamos a su obra.
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Ana Minga en su visita a Radio COCOA / Foto: Radio COCOA

Lo que hace la esperanza es que no nos movamos y no actuemos”, dice la poeta Ana Minga, recordando a Nietzsche, una de las tantas influencias que, desde sus años formativos, han acompañado su escritura y su vida.

A más de la esperanza como mala consejera, otros temas, como la muerte, el terror, los animales, la locura y la maldad humana, aparecen naturalmente a lo largo de su conversación. Todos ellos son el sustrato del cual nace su poesía.

Ana nació en Loja, en 1984, pero desde temprana edad vive en Quito. Allí su vocación acabó por consolidarse en la adolescencia, algún tiempo después de que fuese una niña muy literaria. Había empezado a escribir a los 11 años, motivada por lecturas que hoy juzga “prohibidas”. Nietzsche, Hemingway y Herman Hesse fueron algunos de los autores que frecuentó con mucho interés en esa época.

“Siempre busqué lecturas que me dieran un golpe, que me despertaran”, puntualiza antes de mencionar a los autores que lee actualmente, los novelistas Haruki Murakami y Kazuo Ishiguro.

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Uno de los poemas que figuran en los cuadernos de Ana / Foto: Radio COCOA

El cambio más potente en su vida se dio a los 18 años, después de la muerte de su padre. Fue entonces cuando su gusto por la lectura y la escritura mutó en una propensión más sólida a escribir poesía. Así surgió su primer libro, “Pandemonium”, cuya publicación fue posible gracias a un concurso literario de la Universidad Central.

“Yo era extrovertida, hacía teatro, pero ahí vino una imagen que me marcó. Yo estaba actuando, en el escenario, y pude ver que mi madre estaba en la primera fila y cómo la gente llegaba y le daba el sentido pésame”, recuerda.

De esta forma, la muerte, tema que ya le había planteado preguntas en la niñez, se manifestó con toda su fuerza. No volvió a pisar los escenarios. En lugar de ello, se refugió en los libros y, poco más tarde, consiguió el envión necesario para dejar volar su escritura. “(«Pandemonium») fue el primer texto que salió de una: bótalo, escríbelo, lánzalo”, señala. Posteriormente vinieron más libros, entre los cuales figuran “Tobacco Dogs”, “Pájaros huérfanos” “A espaldas de Dios”.

Además de la muerte, el horror es otro tema omnipresente en sus versos. Según Ana, éste se encuentra allí de forma imperiosa, como algo necesario para que surja la luz. “Uno no quiere estar en esas tinieblas, y a veces tiene que buscar la solución. ¿Por qué ese lado obscuro? Porque en ese lado está la verdad…la verdad cuesta, el conocimiento cuesta. A veces el precio por la verdad y el conocimiento es la propia vida”.

Interrogada acerca del compromiso político que pueda llevar su poesía, Ana afirma que busca eludir cualquier relación con lo panfletario. Por el contrario, su actitud política absorbe sus preocupaciones más hondas. Entre ellas, los animales.

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Las tachaduras y enmiendas son parte esencial de su proceso creativo / Foto: Radio COCOA

“En el momento en que yo tomo partido por los perros de la calle, tengo mi posición política, la de defender a los animales frente a los humanos, que son perversos, doblemente perversos porque se meten con alguien que, en fuerzas, es inferior, y porque saben que es así”, dice.

Precisamente, su interés por la mente humana, y todo lo que se deriva de ella, la empujó a estudiar una especialidad en criminalística. Allí buscó comprender, sobre todo, el origen de la maldad. “Siempre busqué entender cómo alguien puede tener tanta bondad, pero, al mismo tiempo, desechar esa bondad«, señala.

«He preguntado a psicólogos, psiquiatras, y me decían que la mente humana, cuando recibe un daño, debe equilibrarlo por otro… Un profesor me decía que no habría tantos crímenes, y una cosa que lleve a la otra de manera tan terrorífica, si respetáramos la vida humana”.

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Ana Minga / Foto: Radio COCOA

No obstante, no todo es tan oscuro. Sin importar que exista la maldad humana, Ana no deja de reconocer el lado luminoso de la gente, así éste no sea muy común.

“Tengo un problema de córneas. Tengo que hacerme un trasplante de córneas. Cuando lo supe entendí lo que era el verdadero amor por el otro. Hay gente que no quiere donar órganos, que luego de su muerte no le servirán de nada, pero hay otra gente, la que sí dona órganos. Y yo creo que esa gente es la que verdaderamente ama la vida. Ama que esa vida esté en la otra persona. Ésa es una cadena de vida, y, en general, no vivimos en una”.

Hoy, Ana está dedicada al periodismo y a la escritura. El título de su último libro, que presentó en la reciente Feria del libro de Quito, es “La hora del diablo”. Allí sigue explorando los temas que, a lo largo de estas décadas, han permeado su obra, con un enfoque en el horror y el conocimiento. Si bien es exigente con su escritura, después de todo este tiempo haciendo poesía busca que ésta sea honesta y no se pierda en malabares técnicos.

“Tengo más consciencia de las palabras, de dónde las ubico. Pero…cuando empecé a escribir “La hora del diablo”, noté que me volvía muy técnica… Ya sabes: si esta palabra la pongo en tal frase, si esta frase va arriba, si esto va abajo y suena mejor… Pero me estaba olvidando de lo que conmociona, del sentimiento… A mí, algo me mueve el piso cuando hay sinceridad”.

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