Una vuelta por los anillos de Saturno

por Daniela Alcívar Bellolio
El día en que se hicieron públicas las imágenes del telescopio James Webb se lanzó también el EP Aurora, de Esteban Sánchez Bellolio, alias Isla Saturno, bajo el sello mexicano Krema y con la colaboración de la banda ecuatoriana Humazapas.

El azar a veces es hermoso: mientras el mundo se asomaba al pasado remoto, veía con sus propios ojos lo literal de la unidad originaria del espacio y el tiempo, podía contemplar materialmente cómo eran las cosas allá lejos, millones de años antes de que se irguiera por sobre la tierra el primer hombre y los animales poblaran el planeta y existiera cualquier conciencia y cualquier deseo; alguien que se nombra efímeramente Isla Saturno lanzaba también al espacio unas frecuencias sonoras heterogéneas, esquivas a cualquier narrativa, llenas de una cadencia extraña, un poco oscura y un poco melancólica -saturnina, diríamos-, luminosa también, por instantes que se atesoran: Aurora.

Isla Saturno. Foto: Cortesía

Se pensará -con razón- que entre el nacimiento de dos tracks en un mínimo rincón entre los Andes y la apertura de una ventana a lo más lejano del cosmos no existe ninguna relación, y que entre ambos fenómenos la distancia es infinita y el alcance, la trascendencia, inversamente proporcional. Puede ser. Pero pensar así es estéril, el camino de esa reflexión termina pronto.

En cambio, aprender de las imágenes del James Webb la más alta lección pensable, que todo lo que hoy experimentamos como necesario, todo lo que amamos, todo lo que deseamos y nos urge, todo lo que conocemos y lo que queremos conocer, y también todos los misterios que nos apelan y eso desconocido de nosotrxs mismxs que algunas noches nos impide dormir, que todo eso, este mundo y sus milagros y sus horrores nacieron por casualidad en y de esa vastedad también casual que nos han descubierto en imágenes, aprender eso puede propiciar otra lectura más intensa y bella de la leve coincidencia en la aparición de Aurora y las imágenes de nuestro universo en las cercanías de su nacimiento.

Aurora consta de dos composiciones: la primera homónima del EP; la segunda, “Ñamda”. “Aurora” es más abstracta, ligeramente sombría, radicalmente atemática, disgregada, refractaria a cualquier narratividad. Cabe imaginar en el ensamblaje de sus sonidos el rugido de algún mar, o quizá el sordo rugir del espacio en expansión. Hace pensar en peñascos, en la soledad de algunos acantilados azotados por el mar (¿los ‘acantilados cósmicos’ del James Webb?), en todo lo que ocurre en un paisaje cuando nadie lo mira ni procura representarlo. “Aurora” recoge fragmentos sonoros y es como si los dejara ser: recolección y dispersión, tareas contradictorias que encuentran el modo de convivir en la paradoja durante los minutos que dura lo que escuchamos.

“Ñamda”, por su parte, vuelve a cierta estructura, con Deleuze quizá pensaríamos en la figura del ritornello, marcado por el arpa de Jesús Bonilla y por la voz de Flor Bonilla, aunque la fuerza expansiva que quiere llevarlo todo hacia las orillas termina por prevalecer y las expectativas del escucha acostumbradx al formato canción quedan arruinadas y sorprendidas. Como ocurría también con el primer tema, hacia el final el track nos regala la evocación de algún elemento natural: un crepitar como de leña, que es uno de los sentidos de la palabra ñamda: algún árbol añoso que tarda décadas en terminar de romperse y del que escuchamos, como un eco apenas, un mínimo fragmento de ese proceso de desintegración.

¿Cómo pensar, entonces, a Aurora en relación con nuestro acceso al infinito pasado sideral? Apenas como una contigüidad, un tipo de cercanía, una simpatía plástica y sonora. Dos cosas que ocurren en este mundo, en este tiempo, y que llevan consigo, en su serena forma de ser, la marca de cierta melancolía, la melancolía suave del viaje a ninguna parte: en Aurora la música busca dar forma al silencio, tarea extraña y paradójica, y afuera, en el espacio exterior, el tiempo-espacio avanza raudo hacia su propio límite, ajeno por completo a nuestra emoción por haber podido verlo, hasta que todo, lo lejano y lo cercano, la música de Isla Saturno y el planeta Saturno con sus anillos hechos de la misma materia que los sueños y nuestros cuerpos, terminen su viaje en un lugar que ni siquiera podemos imaginar.

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