La nueva película de Javier Izquierdo cumple con ese viejo adagio de que poco es mucho. Anímate a ver este sutil retrato de nuestra sociedad.
Dirección: Javier Izquierdo
Guión: Javier Izquierdo y Jorge Izquierdo
Protagonistas: Jorge Alejandro Fegan y Diego Coral. También con: Danilo Vega, María Josefina Viteri y Ángel Gavilánez.
País: Ecuador
Año: 2019
Duración: 75’
Nos encontramos a mediados de los años 80, en Panamá, un enorme centro bancario que salvaguarda el dinero de los poderosos. Estamos dentro de una sala de cine, donde un hombre de 27 años, con una barba de varios días, un peinado en forma de tazón y anteojos anchos, mira una película. De pronto, alguien lo saca de su ensimismamiento.
Otro joven de 27 años, cuyo rostro está decorado por un bigote frondoso, al mejor estilo de la época, y unas patillas imponentes de prócer de la independencia, lo saluda alegremente. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que se han visto. Además de las preguntas del caso, el joven alegre se obstina en derribar la actitud apocada de su amigo y lo invita a comer algo en el restaurante de su hotel. Necesitan ponerse al día. El joven apocado responde que no. Dice que es periodista, que necesita quedarse a la segunda función para cachar algo que no pudo en la primera, porque ha llegado tarde.
Su amigo no se da por vencido. Le dice que, a fin de cuentas, las casualidades no existen. Que, si se han visto, al cabo un tiempo muy largo y en un cine de otro país, ello no ha sido en vano. El joven apocado finalmente cede. Es el principio de unas horas extrañas: cálidas e inquietantes a la vez.
No, no es el principio de una comedia o de un melodrama tremendista. Tampoco, —al menos en la superficie— de una complicada intriga. Por el contrario, es el comienzo de una charla cualquiera, marcada por la memoria y por el choque de credos políticos incompatibles entre dos hombres distintos, casi opuestos.
La nueva película de Javier Izquierdo, Panamá, tiene un mérito muy inusual. Está hecha al modo de las películas de Richard Linklater: se sostiene a través de conversaciones prolongadas. Con base en ello, el film de Javier Izquierdo expone una serie de temas de interés y, al mismo tiempo, penetra en una dimensión cotidiana con un magnetismo poco común. Porque no ocurre casi nada. Durante dos horas, somos testigos de un sencillo encuentro entre amigos que esconde un fondo amenazador —el cual, sin embargo, jamás llega a tornarse explícito—. Y pese a la ausencia de acción, despegar los ojos de la pantalla es difícil.
Esto es una casi una obviedad. Pero vale incorporarlo a mi experiencia. Es lo primero que se nota.
Una cinta minimalista
No es la primera vez que Javier Izquierdo tiene que lidiar con la necesidad de una estructura minimalista para su arte. A fin de dar forma a su anterior obra, Un secreto en la caja, el cineasta quiteño debió enfrentarse a una espera prolongada en busca del apoyo de las autoridades.
Durante años, participó en un concurso del Consejo Nacional de Cinematografía, en todas las categorías en que fue posible hacerlo. Pero el tiempo pasaba y el apoyo no llegaba. La espera parecía ser eterna. Por su naturaleza, el proyecto no inspiraba la confianza suficiente a quienes otorgaban los fondos. En palabras de Javier, sólo a la séptima vez que participó recibió lo que necesitaba. Y, precisamente, en las categorías de postproducción y estreno.
Para entonces, la obra había madurado casi en su totalidad. Faltaban muy pocos detalles para que salga del horno. Para Izquierdo, fue una especie de enseñanza y el origen de una forma distinta de hacer cine. Una suerte de herencia, que en Panamá está muy bien aprovechada.
Hay dos detalles en los que es posible advertirla. Por un lado, el lugar de filmación. Dada la semejanza visual natural entre Panamá y Guayaquil, la película se rodó en el Puerto Principal. Por otro, como ya se dejó en claro antes, la estructura narrativa. Basta una conversación extensa, interrumpida por unas transiciones leves y necesarias, para que Izquierdo elabore una cinta conmovedora y profundamente política.
Una conversación muy actual
El pasado octubre, Ecuador vivió uno de sus momentos más vibrantes de los últimos años, el de las protestas por las medidas económicas. Fue hecho doloroso cuyas heridas todavía no cierran y que permitió ver cuán marcada está la sociedad por el clasismo y racismo.
En ese contexto afloraron las discusiones en redes sociales y los artículos de prensa que de algún modo las canalizaban. La sociedad se dividió en bandos antagónicos cuya reconciliación se antojaba imposible. La fina línea que, hasta ese momento, separaba las posiciones políticas terminó por ensancharse. Amistades de años, afinidades en otros ámbitos y diferencias políticas suaves se hicieron añicos en cuestión de días. Este es uno de los focos de interés de Panamá.
Por algún raro capricho del azar, la cinta de Izquierdo contiene una revisión de ese movido clima político. Raro, porque no fue intencional, pues, para cuando las protestas estallaron, el director ya había terminado la película. ¿Una extraña jugada de la sincronicidad? ¿Una prueba de que, cuando un artista bucea de veras en los temas del arte, topa algún nervio sensible dentro de la sociedad? ¿Otra prueba inestimable de que, con el tiempo, los hechos se repiten?
Como no creo en la sincronicidad, mi respuesta afirmativa está en las dos últimas preguntas. En la película de Izquierdo, un clima de tensión está bien representado. Quizá porque la época en que está ambientada se presta para ello tanto como la nuestra. Los años del gobierno de León Febres Cordero estuvieron envueltos en miedo y violencia. La sociedad, como ahora, se fragmentó, entre quienes admiraban al presidente hasta rayar en el fanatismo y aquellos que lo veían como un hombre poderoso con un filo oscuro.
Los dos personajes de la cinta de Izquierdo son arquetipos de esos dos extremos. Está José Luis, el joven apocado, de ademanes pausados y rostro inmutable. Un hombre aparentemente triste que esconde un secreto clave en la trama. Luego, Esteban, un individuo extravertido y alegre que, pese a su juventud y sus orígenes humildes, ha conseguido todo lo que ha querido en la vida. El primero es un progresista convencido que, por su voluntad, se ha apartado de los privilegios de los que gozó alguna vez. El segundo, un conservador que no vacila en elogiar a Febres Cordero y a la política exterior de Estados Unidos.
Estamos, pues, frente a un encuentro que, a primera vista, podría terminar en golpes e insultos. Pero el gran secreto que esconde José Luis impide que el diálogo abandone el terreno del intercambio amable. Así, el personaje interpretado por Jorge Fegan tiene que tragar, con las críticas más medidas que puede hacer, el machismo, el clasismo y el elogio del status quo que no para de exhibir su amigo.
Un espejo en el que mirarnos
Como se sabe, no basta con escribir, con alguna habilidad, diálogos políticos. Una dimensión humana siempre es necesaria. Izquierdo lo logra con los recuerdos que emergen en la conversación entre los dos amigos. Intercalados entre las opiniones políticas, aparecen, continuamente corregidos por las observaciones que hacen los dos personajes, los momentos más significativos de los años del colegio. Y, también, un panorama del presente que los separa.
En aquel restaurante panameño, ambos reviven un pasado muy corriente, marcado por la camaradería. No obstante, en medio del desfile de recuerdos felices, los hechos escabrosos —que son más comunes de lo que creemos—se cuelan de vez en cuando. Y aunque por motivos distintos, ambos personajes se muestran incómodos. En ese sentido, Panamá funciona como un espejo en el que puede mirarse el espectador. Como un retrato sutil de nuestra forma de ser. De las cosas que, como sociedad, buscamos ocultar, sin resolverlas, en las profundidades, esperando que nunca floten y nos saquen de nuestro sueño cómodo.
Pero no sólo lo abyecto aparece aquí. La conversación, que fluctúa entre distintos tiempos, acaba por acercar a los dos amigos más de lo imaginado ante los ojos del espectador. Es cierto que, a diferencia de otras historias de amistad, los dos jamás llegan a parecerse entre sí a medida que pasan los minutos. No obstante, descubrimos que aquellos hombres son más similares de lo que pensamos. Ambos cumplen, a su modo y por distintos motivos, con la impostura. Sin darse cuenta, son personajes en una obra dentro de la que se ven forzados a actuar. En ese panorama, ¿hay espacio para la redención, para un abrazo feliz?
Quizá no, porque la trama de nuestras vidas está escrita por fuerzas que no podemos controlar. Porque hay muchas cosas que nos separan y nos separarán.