Un viaje a través del tiempo junto a Sonidos y Danzantes

por Martín González
El Museo Casa del Alabado nos propone un reencuentro con nuestro pasado ancestral a través del sonido en su última exhibición temporal. 

Danzante representativo. Foto: cortesía de Museo Casa del Alabado

Seguramente en algún momento de tu pubertad temprana tu colegio te llevó de salida de campo a algún museo para hablarte sobre la historia del Ecuador antiguo. En la visita, lo más probable es que hayas pasado frente a un montón de vitrinas llenas de objetos de cerámica y/o metal, aguantando el aburrimiento con los dedos cruzados para regresar al colegio solamente a agarrar tu mochila y no tener más clases. Mientras, tu profesor/a, o guía del museo, te decía que esas eran las cosas que usaban los antiguos ecuatorianos a través de “El Periodo Formativo” o el de “Desarrollo Regional”, sin que le pusieras demasiada atención.

No es tu culpa (del todo) que esa experiencia haya sido un bodrio. Si el sistema educativo tradicional hubiese sido capaz de contarnos que esos artefactos son más que solo un pedazo polvoriento de cerámica, otra habría sido la historia. Pero para eso está el Museo Casa del Alabado. En él se reinventa nuestra percepción de lo precolombino para ayudarnos a construir una nueva relación con sus piezas, con nuestra memoria y con nuestra imaginación. Ahí no vas a ver un “objeto arqueológico” solamente, sino una obra de arte, un instrumento que tiene vida y que puede contarte cosas. 

Su última exhibición temporal, “Sonidos y Danzantes: Una experiencia contemplativa y sensorial”, apuesta a hacer eso a través de algo que está cargado de simplicidad y magia: el sonido.

Flauta de hueso. Foto: cortesía de Museo Casa del Alabado

La muestra está dividida en tres salas dentro del museo. La primera exhibe varios instrumentos y herramientas como ocarinas y sonajeros. La segunda te muestra cómo eran esos instrumentos por dentro —ya vamos a llegar a eso en detalle—. Y en la tercera podrás encontrar cómo esos instrumentos eran aplicados a lo ritual en la práctica, en los cuerpos de los danzantes que protagonizaban las fiestas.

Nosotros te proponemos que si vas, subviertas un poco ese orden. Solo un poco. Para ello, anda primero a la sala 2, luego a la 1 y finalmente a la 3. Si lo haces, podrás experimentar la muestra entendiendo a los instrumentos desde adentro hacia afuera. Y si estás muy comprometido, es muy posible que eso te ayude a entender la energía que los atraviesa. Si no nos crees, pregúntale a músicos que los utilizan y los veneran, como Fabrikante o el Taller La Bola.

Lee más en Radio COCOA: Taller la Bola: La audacia de creer en el Origen

Figura femenina. Foto: cortesía de Museo Casa del Alabado

En la sala dos —que para nuestros fines es la uno—, se tiene el raro privilegio de ver cómo eran estas piezas por dentro. Gracias a un sistema de Rayos-X aniñadísimo, el equipo de investigadorxs del museo pudo hacer tomografías de ellas y luego digitalizarlas. Así nos revelan su mecanismo interno.

Contrario a lo que se pensaría, al estar lluchos estos instrumentos no pierden su magia. Más bien, ésta se refuerza si uno se pone a pensar en la sencillez que compone su esencia. Están dotados de capacidades sonoras muy potentes y desafiantes para nuestros oídos, pero a la vez muy bellas en su naturaleza.

Conjunto de sonajeros. Foto: cortesía Museo Casa del Alabado

Luego, pasa a la sala uno —que en nuestro orden sería la dos—. Aquí encontrarás sonajeros, flautas y vasijas. Sin embargo, para reforzar las ideas que vienen de ver las entrañas de los instrumentos, fíjate principalmente en las famosas “botellas-silbato”. 

Si regresas por un instante breve a ese paseo de curso distante, seguramente te vas a acordar de que te mencionaron ese nombre por lo menos una vez. Seguramente, no le paraste bola. Pero en realidad, esas botellas que hacían nuestros antepasados son fascinantes. Combinan en un solo artefacto lo ornamental con lo funcional. ¿Te imaginas que una jarra de tu casa emita el canto de un pájaro con el movimiento del agua?

 

Uno de los valores que diferencia a esta muestra es el hecho de que aquí se puede escuchar realmente a los objetos. Los poderes de estas piezas ya no son solo un mito que te tragas de las palabras del guía, o peor aún de las credenciales de cada una de ellas. Aquí se cierra esa brecha y se entabla una cercanía distinta con lo que se ve, porque finalmente se puede evidenciar qué es lo que hace, cómo suena.

Esto, a su vez, ayuda a cerrar otra brecha que seguramente viene también de lo que te enseñaron en el colegio. No es que todo lo que fabricaban nuestros ancestros se dividiera claramente entre las categorías de “lo ritual” o “lo utilitario”. Por el contrario, esa línea se difumina al ver que todos sus objetos tienen incrustado algo de imaginación o espiritualidad, por más mundanos que fueran. Si no te parece que eso refleja ponerle cariño a las cosas y al entorno, no sabríamos qué sí.

Tocado de danzante. Foto: cortesía Museo Casa del Alabado

Finalmente, es hora de ir a la sala tres —en nuestro orden sigue siendo la tres, así que fresco—. Aquí se encuentran los instrumentos en su máxima expresión, digamos. Puestos sobre la ropa de los danzantes y curanderos, cobran vida incorporándose al cuerpo de quien los porta. Con eso unen nuestro mundo y el de los espíritus, la vida y la muerte, el relajo y la contemplación. Ya no son más una reliquia, sino los eslabones de una cadena que, de una manera u otra, ayuda a conectar nuestra imaginación con el más allá. 

Aquí se puede notar también la relación que tienen estos instrumentos y sus sonidos con nuestro presente. En las figurillas de los danzantes antiguos se pueden ver elementos muy similares a los que componen la vestimenta de un danzante contemporáneo de nuestros pueblos indígenas. Mezclados con símbolos de la modernidad y el mestizaje, estos trajes encarnan el poder del sonido y la música como “un eco en el tiempo”- dicho así por el Apitatán, que estaba ahí el día de la pre-inauguración de la muestra.

Si eso no termina de convencerte, otro punto a favor de la muestra y del museo es el carácter lúdico que tiene esta sala. Hay réplicas de algunas prendas “musicales” que puedes usar para bailar como danzante y sentir, aunque sea por un ratito, que estos ruidos contagian su poder energético a tu presente. 

Tableta con representación de danzante. Foto: cortesía Museo Casa del Alabado

Eso es, finalmente, lo que hace que esta “experiencia contemplativa y sensorial” trascienda a lo vivencial. Esta muestra no se trata solamente de ver con distancia estos pedazos de nuestra memoria, sino de entenderlos como materia viva de alguna manera. Al palparlos y escucharlos, es difícil no ver a estos objetos como algo que puede encender el poder de nuestra creatividad y nuestro espíritu. Y eso tiene un poder muy especial que difícilmente podríamos explicar, y que debería servir para llamarlos a ir a la muestra por sí mismxs.

Por citar de nuevo al Apitatán —que citó a alguien más al decir lo siguiente—: “la tradición no es venerar la ceniza, sino transmitir el fuego”. Vayan entonces, a encender el fuego de sus sentidos y sus neuronas y dejen que los sonidos ancestrales resuenen en el interior de su presente.

Foto: cortesía Museo Casa del Alabado

La muestra estará abierta hasta el 17 de Mayo del 2020 en el Museo Casa del Alabado, ubicado en la calle Cuenca, en pleno centro histórico de Quito, a unos pasos de la iglesia de San Francisco.

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