En un viaje emocional intenso, esta película muestra un momento de la vida de Jonathan Larson, exaltando su obsesión por un trabajo bien hecho. Pero en medio de homenajes, presenta también romantizaciones que podrían malograr sus buenas intenciones.
La sociedad en la que vivimos no tiene lugar para el arte: es una realidad triste y lúgubre a la que gestores culturales, músicos, escultores, actores, animadores, cantantes, bailarines, pintores, poetas y muchos otros han tenido que enfrentar en el devenir del mundo industrializado. En tiempos donde el sistema social ha dejado a las experiencias estéticas en un segundo plano, las pocas oportunidades de desarrollo artístico que quedan disponibles son altamente competidas por sus aplicantes.
Estos, incansables, dedican años de su vida y fondos personales a la causa de ser creativos, resultando en condiciones de vida que perpetúan el estereotipo de ¨artista muerto de hambre¨. Dicha realidad es pintada en pantalla en la película Tick, Tick… Boom! del 2021, producida por Netflix. Pero mientras se hace un homenaje a la historia de vida del legendario compositor Jonathan Larson: ¿Qué es lo que esta pieza cuestiona , construye y celebra sobre la creación artística?
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New York, años 90. Un ambiente que resulta familiar gracias a la nostalgia vivida tres décadas después de esta época. Contenido mediático como Friends, Seinfeld, Clueless y Saved by the Bell junto a música de Britney Spears, Nirvana y Tupac han permitido que muchos, como yo, Gus, estudiante de 21 años, tengan claro el ethos cultural estadounidense de la década. En esta ocasión el filme permite una expansión de la realidad construida por la cultura pop, mostrando un repositorio íntimo de anécdotas que se sienten extremadamente cercanas al espectador.
La narrativa sigue a Jonathan, un compositor musical que está a punto de cumplir 30 años. Él no ha tenido una obra maestra como otros creativos a su edad; ya que su musical Superbia ha estado en desarrollo primitivo por más de ocho años. Pronto el protagonista toma conciencia que el tiempo, las condiciones de su entorno, y sus relaciones personales son inclementes para su obra; llevándolo a un frenesí del manejo de sus responsabilidades que parecen estar destinadas a explotar.
La experiencia de ver el filme es excelente y muestra claros puntos positivos al analizarlo. Está reinado de escenas emocionales y un paso ligero, pero estable, que refleja a las fechas tope enfrentadas por el protagonista. El equipo de producción definitivamente se esforzó hasta el nivel de excelencia en sus campos. Aún así, hay tres principales figuras que hacen que este filme sea tan bueno.
1.
El manejo de producción musical del largo es una victoria de Lin-Manuel Miranda, director. Su relación personal con el proyecto precede por mucho al lanzamiento de la película, ya que, hace más de diez años, Miranda vio el musical original, homónimo a la película, que definitivamente le cautivó a continuar con fuerza en su carrera musical. Hoy es un galardonado compositor para Disney, participando activamente en producciones que llegan a millones de personas.
2.
Es pertinente resaltar que este filme usa solamente canciones escritas por el propio Larson para el musical homónimo a la película. De esta manera se mantiene en gran parte la voz directa de lo que el compositor deseaba comunicar con su música. Jonathan era el narrador principal del musical Tick, Tick… Boom! por medio del personaje «Jon», por lo que es claro que las canciones mostradas en el largo están inspiradas en hechos de su vida. De esta manera, es lógico contar la historia del escritor mediante su obra, que funciona como un metacomentario de los sucesos que la inspiraron.
3.
El tercer responsable es sin lugar a dudas Andrew Garfield. Él encarna a Jonathan, y lo hace de manera impresionante. Los pequeños gestos nerviosos que implementa para construir su personaje son fruto de un arduo trabajo investigativo, que incluyó entrenamiento en voz, además de largas sesiones de discusión con Lin-Manuel Miranda. Esta ardua labor está siendo reconocida en el círculo crítico de Hollywood. Garfield ha ganado ya un Globo de Oro por su actuación, (y muy probablemente se lleve el Oscar al Mejor Actor) que claramente emana una energía casi idéntica a la persona verdadera detrás de esta historia.
Otro de los aspectos en donde el filme triunfa es en mostrar el fuerte impacto que la epidemia de VIH/SIDA tuvo en los círculos creativos en las décadas finales del siglo 20. Se trata este tema como otras de las limitantes que el protagonista enfrenta, de manera indirecta. Pero el director lo pone como un elemento narrativo astuto que aumenta la presión y lo que está en juego para los personajes. También sirve como un recordatorio para las nuevas generaciones de lo mortal que fue está enfermedad, y que aún así los tratamientos han mejorado exponencialmente en estos años; la seriedad y el estigma social del diagnóstico quedan inalterados.
Estas son las áreas en donde Tick, Tick… Boom! acierta sin lugar a dudas. De esta manera el universo hermético creado por Miranda es funcional, permitiendo una reacción empática efectiva con los personajes en pantalla.
Cabos sueltos
Ahora, es al alejarse de la cuidada producción cinematográfica del largo donde se pueden identificar algunos cabos sueltos que reducen el esplendor logrado detrás de cámara.
La romantización es definitivamente el enemigo más grande de esta película. Si bien se observa a Jonathan sufriendo las condiciones inadecuadas de su vida, estos resultan en detalles pasajeros en la trama; que idealiza a su trabajo como única fuente de su felicidad y existencia. Entonces, el protagonista es visto unidimensionalmente como un «alma creativa» con el sólo propósito de sus obras; lo que arrastra a esta narrativa de vuelta al estereotipo del «Artista Muerto de Hambre».
Dicha condición es compleja de discutir ya que es válida, pero presenta al personaje como víctima de un mundo inclemente, que acepta con cierto conformismo y sin batalla. En pocas palabras: Jonathan quiere su éxito teatral de la manera que él desea, en el tiempo que él impuso, algo increíblemente difícil para el contexto que el filme construye.
Si bien esto es cierto, el propósito inquebrantable de Larson es parte de lo que hace a Tick, Tick… Boom! una narrativa positiva que hace sentir bien al espectador, que queda anonadado por el potencial creativo y mente de su protagonista. Como veredicto final: este filme es definitivamente una producción que debe ser reconocida y vista por el público, ya que permite una visión directa a la vida creativa de finales del siglo 20 y sus bemoles con la epidemia de VIH/SIDA. Pero es recomendable advertir que para aquellas personas que somos parte de círculos creativos, se debe tener momentos de suspensión de la incredulidad para poder disfrutar el filme de manera íntegra.